ANÁLISIS| True Detective S03E03: The Big Never (Spoilers)

Desde su primera temporada en el año 2014, “True Detective” no sólo se concentró en el caso de turno, sino en cómo este le afectaba a los oficiales involucrados y, muchas veces, a las personas que los rodean. Esta tercera entrega también suma una constante: el tiempo, un elemento que marca el ritmo de la trama y sus diferentes líneas narrativas, pero también el principal enemigo de Wayne Hays, quien no siempre distingue en qué momento está parado. Su historia se desarrolla a lo largo de 35 años y un asesinato/desaparición que todavía no logró ser esclarecido correctamente.    

El presente lo encuentra reviviendo el caso de los chicos Purcell para un especial televisivo. Un acontecimiento que viene a revolver su cabecita un tanto desordenada, su matrimonio y, por sobre todo, a poner en duda lo que ocurrió en 1980, y una década más tarde, cuando se reabrió la investigación tras la aparición de nuevas evidencias. El Wayne de 2015 cree haber hecho el mejor trabajo posible para encontrar al asesino de William y el paradero de Julie, el cual quedó en manos del FBI, pero su memoria le empieza a jugar más de una mala pasada, plagándolo de incertidumbre y lagunas mentales que lo alejan de su hogar y lo trasladan en tiempo y espacio hasta los viejos escenarios del noroeste de Arkansas donde ocurrieron los hechos.

Alzheimer, demencia senil, seguramente un poco de ambos, pero Hays se niega a bajar los brazos y caer preso de la enfermedad, desoyendo los consejos de su hijo Henry (Ray “Cyborg” Fisher), totalmente dispuesto a ponerle un fin a su vida llegado el caso y antes de ir a parar a un asilo de ancianos. Por eso es tan importante para él aclarar sus ideas y poner en orden su consciencia cuando se trata de los Purcell.

 

Algo parecido al amor

 

El pasado nos había dejado en vilo con una supuesta nota de rescate para Julie enviada a la casa de Tom y Lucy Purcell. Es obvio que estos padres no podrían costear ni una mínima suma de dinero, pero la desaparición en sí le compete a los agentes del buró, y Hays y su compañero Roland West, deben concentrarse en el horrendo asesinato. Las pocas pistas terminan en un callejón sin salida, por eso deciden volver a la casa de los chicos en busca de otros indicios, ahora sabiendo que solían mentirles a sus padres sobre sus citas de juego con su vecino y compañero de escuela. ¿A dónde iban realmente todas esas tardes después del colegio?

Las pericias como rastreador de Wayne lo llevan hasta lo profundo del parque Devil’s Den y un camino oculto que no aparece en los mapas. Tras algunos hallazgos, queda bastante claro que uno de esos senderos era el lugar de juego de los chicos, posiblemente acompañados por algún adulto poco responsable. Figuras de acción (mucha referencia a “Star Wars” a lo largo de la temporada), dados de rol, las mismas muñecas artesanales de la escena del crimen, y la sangre encontrada en el lugar dejan en evidencia que los nenes pasaron por ahí, y es acá donde William perdió la vida antes de ser trasladado a la caverna.

Cerca de allí vive un hombre solitario que, al parecer, ya había sido interrogado por otros detectives. Acá empiezan a surgir algunas incongruencias, y la presencia de un auto de color marrón conducido por una pareja que se repite a lo largo de varios testimonios, pero de la que Hays no guarda ningún recuerdo en sus averiguaciones. ¿Es un problema de su memoria actual o hubo fallas en la investigación de entonces? Esta es la gran incógnita que surge en “The Big Never”, un episodio dirigido por Daniel Sackheim, que de misterios televisivos sabe unas cuantas cosas.

 

   

Mi pasado me condena

 

¿Podemos confiar en el relato sabiendo que el punto de vista es el de un protagonista al que le falla la memoria? Por ahora, no nos queda otra que hacerlo, y juntar las piezas de este rompecabezas desparramado a lo largo de más de tres décadas.

Sabemos que Wayne fue apartado de la fuerza después del caso de los Purcell y terminó haciendo trabajo de escritorio por alguna movida oscura de sus superiores. Los mismos que lo vuelven a contactar en 1990, después de que las huellas de Julie aparecen en una farmacia tras la investigación de un robo. No queda claro si la chica, todavía “desaparecida”, fue parte del atraco o su presencia en el lugar es azarosa; de cualquier manera Hays no se puede involucrar directamente, y tampoco darle un cierre a esta parte de su vida.

Por suerte, Amelia -la maestra que se convirtió en su esposa y madre de sus dos hijos- está por publicar su primer libro sobre el caso y ella puede intentar averiguar algunas cosas usando sus encantos e inteligencia. Algo que Wayne no aprueba del todo, dejando escapar ese machismo que un poco lo define, pero más que nada su resentimiento por el despido injusto. Acá, lo detectivesco y lo cotidiano colisionan demostrando como uno afecta sobre lo otro, y como el intercambio de roles (a él le toca cuidar a los chicos y hacer las compras) no se ajusta ni a su época ni a su naturaleza de hombre rudo que debe proveer y encontrar a los culpables.

 

Los años le rinden cuentas a todos

 

La idea de recorrer tantas décadas también ayuda a vislumbrar estos cambios de paradigma: el familiar y el gubernamental, aunque el racismo sigue siendo un tema del que Wayne y su compañero no pueden escapar. En “The Big Never”, West hace acto de presencia en la década del noventa cuando la fiscalía reabre el caso, poniéndose al frente de una fuerza especial para seguir investigando. Su relación con Hays sigue intacta aunque se hayan distanciado, y es el primero al que acude para sumarlo al equipo, sabiendo que sus habilidades detectivescas son irremplazables.     

Esta entrega de “True Detective” decidió cortar por lo sano dejando de lado lo truculento y lo simbólico, para abrazar el ritmo necesario que nos ayude a conocer los pormenores de este caso y, sobre todo, la psique de su protagonista principal. Los hechos ocurridos son tan importantes como todo lo que vino después y las relaciones que se desarrollaron en el medio, aunque tengamos que ir juntando las piezas de a poco, y no siempre en el orden ideal. Estamos supeditados a los recuerdos de Wayne Hays, o eso nos quieren hacer creer los realizadores.

 

 

PUNTAJE: 8.0