ANÁLISIS | Black Mirror S05E02: Smithereens

“Smithereens” no necesita -necesariamente- la excusa de la tecnología para contar su historia pero, en cambio, es la causa (y la consecuencia) del drama que atraviesa Chris (Andrew Scott), chofer de Hitcher (pseudo Uber) en Londres, que suele frecuentar la zona del edificio de Smithereens, una de las redes sociales más populares del mundo. Sabemos que el muchacho perdió a alguien importante en su vida porque alterna un grupo de ayuda con la meditación asistida para mitigar su dolor, pero también hay una intención relacionada a la compañía, que se empieza a debelar cuando decide secuestrar a Jaden (Damson Idris), uno de sus jóvenes empleados.

Este segundo episodio de “Black Mirror”, dirigido por James Hawes (habitué de la casa y otras tantas series británicas), toma el suspenso y el drama como sus dos grandes pilares, y de paso, nos sumerge en una realidad demasiado palpable cuando se trata de nuestra adictiva relación con los dispositivos, las RRSS, aplicaciones de todo tipo y la inmediatez que nos devuelve la pantalla de un celular o computadora. Tomando como base este secuestro, la historia que plantea Charlie Brooker nos obliga a reflexionar sobre nuestra propia exposición y esas pequeñas e intrascendentes acciones que pueden cambiarnos la vida en un segundo, para bien o para mal.   

Esto es lo que va a terminar de evidenciar este relato cargado de tensión, que arranca en las calles londinenses y termina en una zona descampada a las afueras, donde la policía, los medios, los curiosos y el resto del mundo que sigue el caso desde las redes, se van a congregar para conocer los pormenores de esta historia y las verdaderas motivaciones de Chris que sólo demanda poder hablar con Billy Bauer, el CEO de la compañía que, seguramente, se encuentra en alguna parte de Sillicon Valley.

¿Qué hay detrás de sus acciones? ¿Una pretenciosa suma de dinero? ¿Venganza? ¿Algún objetivo más retorcido? A pesar de toda la información que manejan las autoridades (incluyendo al FBI) y las mismísimas oficinas de Smithereens -que con sólo “hackear” una cuenta obtienen más data que la NASA-, las razones de Chris son un misterio, posiblemente, relacionado con la muerte de su prometida en un accidente, tres años atrás. Los detalles se van develando muy, muy lentamente, pero Hawes sabe manejar los ritmos de su relato, cuyo centro indiscutible es la increíble actuación de Scott.

La narración se agarra de todos los elementos característicos de este tipo de historias policiales -el negociador, los francotiradores listos para cualquier eventualidad, las estrategias para ganar tiempo-, pero tiene en el flujo de información a su aliado (o enemigo) más grande. Acá es donde Brooker pone el acento constante: en el “qué” y, sobre todo, el “cómo” nuestra vida puede recolectarse a través de nuestras interacciones tecnológicas. Los realizadores trabajan casi en tiempo real, dejando que el suspenso crezca a cada momento, aunque después de la revelación (tan sencilla como real y emotiva) apresura un tanto el desenlace, dejándonos con las ganas de saber un poco más sobre esas subtramas que acompañan y quedan un tanto colgadas dentro del relato.

Sí, esta es la historia de Chris, pero su accionar toca otras vidas y abre situaciones que pasan a un segunda lugar y se resuelven a medias porque el objetivo (un tanto pesimista) de los realizadores está más ligado a la (auto)crítica y a una responsabilidad que excede al usuario. Acá las culpas están repartidas, por un lado, el consumidor consciente que no puede -o no quiere- despegar los ojos de la pantalla. Por el otro, las empresas tecnológicas que hacen todo lo posible para ganar adeptos y millones de dólares, minuto a minuto.  

Cuando la tecnología se pone violenta

A pesar del melodrama y lo simplista de ciertas situaciones, “Smithereens” es un episodio con el que cualquiera de nosotros se puede identificar… y sentirse un poquito avergonzado. No es perfecto, a pesar de sus buenas actuaciones y un gran uso de los espacios, pero marca con suma claridad hacia donde van las críticas y los debates.