ANÁLISIS | Black Mirror S05E01: Striking Vipers

Para muchos, hay un abismo entre las temporadas de “Black Mirror”, pre y post Netflix. La plataforma de streaming tomó el testigo de la creación de Charlie Brooker en 2016, después de la segunda temporada, sumando grandes nombres delante y detrás de las cámaras, pero abandonando algunos de esos “extremos” (narrativos y visuales) que tienen los productos de Channel 4. Esta quinta entrega de tres episodios arranca con “Striking Vipers”, que toma su título de un videojuego de peleas, muy al estilo Mortal Kombat.

Danny (Anthony Mackie) y Karl (Yahya Abdul-Mateen II) son amigos inseparables y compañeros de cuarto que están llegando a esa edad donde (socialmente) deben sentar cabeza. Ya tienen sus parejitas estables y algunos planes para el futuro, pero todavía ahogan sus tiempos de ocio y bromance con este eterno fichín que los enfrenta. Once años después, la rutina y la vida familiar se encargó de aplacar a Danny, quien ahora está casado con Theo (Nicole Beharie), tiene un nene de tres años, una casa y una parrillada para festejar su cumpleaños número 38.

En este ámbito tan “aburrido” vuelve a encontrarse con Karl, con quien estaba bastante desconectado. Para compensar y recordar los viejos tiempos, su amigo le regala el Striking Vipers X, una nueva versión del juego que propone una experiencia diferente relacionada con la realidad virtual. Queda claro desde el primer momento, que la cotidianeidad y la vida de pareja hizo mella en Danny, cuyas relaciones sexuales están más ligadas a las ganas de su mujer por concebir un segundo bebé. La pasión que compartían se esfumó hace rato y el reencuentro con Karl enciende una chispita de esperanza para salvarlo de la rutina de la oficina y los platos por lavar.  

  

En mitad de la noche, Danny decide darle una oportunidad al videojuego y en línea se cruza con su amigo, dispuesto a retomar los viejos enfrentamientos en la pantalla. Karl elige su avatar preferido, una luchadora llamada Roxette (Pom Klementieff), mientras Danny hace lo propio con Lance (Ludi Lin), personaje con el que nunca logró ganarle. Lo vívido de la experiencia sacude al jugador, que ahora debe acostumbrarse al dolor de cada golpe sobre su extraño cuerpo. La adrenalina fluye a través de los dos… y algo más, cuando a por medio de sus avatares se besan apasionadamente.  

El shock inicial dura poco y pronto la práctica se convierte en rutina. Mientras Karl se obsesiona por esta conexión clandestina y apasionada, el matrimonio de Danny empieza a sufrir las consecuencias del distanciamiento y la falta de atención e intimidad. Brooker y el director Owen Harris (el mismo de “San Junipero”) se toman su tiempo (tal vez demasiado) para plantear los problemas de pareja y las relaciones en el siglo XXI viciadas por la tecnología que nos rodea. Así, el problema principal de “Striking Vipers” es que pierde su Norte casi desde el comienzo, retomando el hilo de lo que intenta contar, recién, en sus últimos minutos.

En el medio, tenemos una descripción detallada de la abulia de Danny (y de Karl) en su día a día, que ya no pueden vivir sin estos encuentros sexuales virtuales. Pero los realizadores nunca se detienen a hablar de la “relación” real entre estos dos hombres, o la obsesión que se desprende de un personaje como Roxette (¿tenían que ponerle este nombre?), tan cosificado y propio de los videojuegos.

El gaming, un camino de ida

Desde lo visual, tampoco tiene mucho para ofrecer y desaprovecha los escenarios ficticios que le da la agotada excusa de la realidad virtual, ya tocada en otras instancias con mejores resultados. Lo triste es lo que tiene para decir sobre las aspiraciones emocionales de estos hombres y mujeres, que sólo gozan a través de sus fantasías. Claro, por ahí viene el dilema de “Striking Vipers”, pero a lo largo de poco más de una hora, se concentra en lo carnal y no los sentimientos (o inquietudes) que mueven a estos personajes, muchas veces imposibilitados en aceptar la verdad y sus motivaciones.

Un capítulo que “está bien” (desde las actuaciones, la dirección, la puesta en escena), pero no suma al conjunto, ni a la perspicaz discusión que suele aportar la creación de Brooker cada vez que se estrena.