Pocas figuras folclóricas han pegado tan fuerte en la cultura popular como el vampiro. ¿Cuántas novelas, películas o comics atemorizaron y maravillaron por igual a millones de personas con algún chupasangre de protagonista? ¿Quién no conoce a Drácula, Buffy Cazavampiros, Entrevista con el Vampiro o Blade? Hay muchas historias sobre estos seres, pero pocas han capturado su lado político, trágico y sensible como Vampire: The Masquerade, un juego de rol de papel y lápiz que nació en los 90s, se volvió de culto y se mantiene vivo luego de 30 años. Y lo curioso es que, si bien tiene una base de aficionados muy grande en las comunidades roleras de todo el mundo, son muy pocas las veces en que esta franquicia logró trascender al juego de mesa. Bloodlines, el videojuego de 2004, fue uno de esos hitos, un título lleno de bugs que todavía sigue recibiendo mods y parches de los fans, a casi 20 años de su lanzamiento.
Ese pequeño párrafo de contexto es necesario para entender en qué momento llega Vampire: The Masquerade – Swansong. El nombre de la franquicia no es ajeno a los gamers hoy en día porque están saliendo más juegos de Vampire que nunca. Pero la mayoría de ellos están explorando distintos géneros y parecen más una explotación comercial de la franquicia que un producto hecho con seso y amor al juego de rol original. Por esto mismo es que Swansong termina sintiéndose necesario: Ya desde los primeros compases de la aventura entendemos que el publisher Nacon y el desarrollador Big Bad Wolf pusieron todos los esfuerzos en hacer un título fiel al juego original. Y la verdad que el traspaso de juego de rol con dados a videojuego de rol le sienta bien.
Vampire: The Masquerade – Swansong empieza en medio del conflicto: La Príncipe de Boston, líder de la Camarilla de la ciudad, ha llamado a todos los vampiros al Elysium tras declararse un código rojo: Lanzaron un ataque directo contra ellos y alguien tiene que descubrir a los culpables. Ese papel nos toca a nosotros en la piel de tres vampiros: Leysha, una malkavian al borde de la locura; Emem, una toreador con un pasado traumático, y Galeb, un ventrue que también es el vástago más antiguo de Boston y busca un propósito a su existencia.
Lo cierto es que este inicio da por sentado que conocemos el mundo de Vampire: The Masquerade de antemano, o al menos su vocabulario, y puede ser un poco intimidante. Tampoco ayuda que el prólogo tenga un ritmo tan lento. La realidad es que la primera hora y poco más de este juego requiere bastante paciencia si Swansong es tu primer acercamiento a este universo vampírico. Pero una vez sobrepasada esta barrera, vamos a encontrar una aventura que plantea personajes memorables, con una historia atrapante para contar de la que nosotros decidimos su curso. Sí, acá hay decisiones dramáticas, de esas que nos ponen entre la espada y la pared, y que realmente tienen impacto en la trama y, obviamente, en el final. Tal como pasa en el primer videojuego de Big Bad Wolf, The Council, lo mejor de la propuesta es lo compleja que puede ser la red de ramificaciones de la trama y lo mucho que podemos variar el estilo de juego según cómo distribuimos los puntos en la hoja de personaje de cada vampiro. Esto suena muy fiel al juego de rol y lo es. También es un elemento que aporta mucha rejugabilidad.
La historia trata temas como el perdón, la memoria, las traiciones políticas, el racismo, la desigualdad social y otros, que suelen ser la razón de por qué quienes jugamos Vampire, el juego de rol, seguimos volviendo a él, una y otra vez. Y lo más interesante de todo es que la catástrofe del principio termina siendo la excusa para que Swansong nos ofrezca tres historias muy íntimas de personajes que vamos a llegar a querer.
Con todo lo dicho, es muy probable que se imaginen que Vampire: The Masquerade – Swansong sea como las aventuras narrativas de Telltale o a juegos como Life is Strange. En parte, esto es verdad, Swansong es un juego narrativo que escapa del combate y de la acción, pero Big Bad Wolf orquesta una aventura más madura a nivel jugable, con una base que nos recuerda a las aventuras gráficas clásicas. Hay que observar mucho los entornos, resolver puzles que nos ponen a anotar datos en un cuaderno y deducir cuál es el siguiente paso para no quedarnos trabados. Pero el diseño está modernizado y lo que encontramos es un diseño de juego similar al de The Council: Una aventura dividida en capítulos o misiones que nos ponen a controlar a uno de los tres protagonistas y que plantean un objetivo principal y varios secundarios, algunos incluso ocultos.
Vamos a explorar grandes escenarios en lo que hay muchísimo para interactuar, mucho para leer y muchos personajes que interrogar. La labor de detective casi que parece propia del vampiro. Ahora bien, lo fuerte de la propuesta es las muchísimas posibilidades que tenemos de resolver un mismo nivel y esto es porque cada habitación, puerta o caja fuerte que tengamos que abrir, puede encararse desde varios ángulos, por poner un ejemplo. Podemos hackear la entrada, explorar hasta el último rincón para encontrar una contraseña o convencer a un NPC para que nos la abra. Y, de hecho, convencer al personaje en cuestión se puede lograr desde la intimidación, la persuasión o mediante alguna disciplina, que son los poderes propios de cada vampiro. Y podemos finalizar el nivel fallando el objetivo principal, haciéndolo a medias o cumpliéndolo de distintas formas. Los caminos son muchos y la mayoría no nos lo vamos a imaginar hasta que terminemos el nivel por primera vez y en el resumen de acciones veamos lo que nos faltó (que el juego no lo dice directamente, sino que da pistas).
Cuando finalizamos el nivel, recibimos puntos de experiencia que repartimos entre los atributos (físico, mental o social) o disciplinas del vampiro en cuestión. De esta forma, orientamos su estilo de juego: ¿Quieres un vampiro más social? ¿Uno más investigativo o enfocado al sigilo? ¿O uno más balanceado? Lo más rolero que logra Swansong es hacernos sentir que no hay caminos incorrectos, sino que hay decenas de formas de jugar la misma historia.
Y no puedo hablar de la jugabilidad sin mencionar los combates dialécticos, que son la insignia de Big Bad Wolf porque ya los vimos en The Council. Básicamente son enfrentamientos con diálogo –una versión compleja del combate de insultos de Monkey Island– en los que tenemos que tenemos que hallar las respuestas correctas en un diálogo para poder convencer, engañar o lograr que un NPC haga algo a nuestro favor. Perder uno de estos combates es parte de la experiencia y, como todo en Swansong, no es un game over. Siempre que fallemos habrá una alternativa para sortear el obstáculo de otra forma, aunque volvernos duchos en los combates dialécticos será necesario para completar los niveles al 100%.
Y a todo esto se le suman dos estadísticas cruciales de cada vampiro. Por un lado, la fuerza de voluntad, que se usa en diálogos y es básicamente nuestro combustible para esforzar una habilidad o disciplina y hacer que la probabilidad de ganar en una interacción de diálogo aumente. Pero ojo que se agota y hay toda una estrategia de cuándo nos conviene usarla. Por el otro, el Ansia o Hambre del vampiro, que es su necesidad de beber sangre y que va aumentando a medida que usamos las disciplinas, tanto en diálogos como en todo tipo de interacciones con el entorno, ya sea al investigar, usar sigilo o avanzar rápidamente con Celeridad. Para bajar el medidor de Ansia, habrá que cazar a algún mortal y beber su sangre. Cuánto bebamos y si lo matamos o no en el proceso constituye una decisión de la trama. Como todo en Swansong, lo que decidamos hacer impacta siempre en la historia. La jugabilidad al servicio de la narrativa.
Para ir cerrando, estamos ante una aventura de unas 15 o 20 horas, dependiendo de cómo juguemos, que en líneas generales atrapa y está más que recomendada para quienes aman las historias realmente interactivas, esas donde nuestras acciones marcan el camino a seguir. Pero el ritmo a veces resulta irregular y por momentos pisa demasiado el freno. Hay niveles complejísimos que nos llevarán varias horas y que ofrecen grandes incentivos de exploración y de probar cada estilo de gameplay, pero hay otros que son más bien de relleno. En el balance final, por fortuna, pesan más los primeros.
A nivel técnico, Vampire: The Masquerade – Swansong comete los pecados de casi todos los juegos AA, que no tienen el presupuesto para verse como una superproducción, pero igual intentan hacerlo. La realidad es que sus gráficos son acordes a lo que esperaríamos de un juego de un estudio indie, pero siendo un juego tan narrativo, a veces chocan demasiado lo flojas y robóticas que pueden ser las animaciones, incluso en PS5. Los escenarios están más que bien, en lo estético y en el nivel de detalle, y por esto mismo es que resulta irregular todo el apartado visual. Se siente como si le hubiese faltado un golpe de horno para pulir varias asperezas.
Al final, Vampire: The Masquerade – Swansong es un juego obligado para cualquier fan del juego de rol y hasta quizás puede ser la pieza introductoria a este universo para quienes no lo conocen todavía, aunque, claro, tendrán que tener paciencia en las primeras dos horas. Como aventura narrativa, cumple con creces y ofrece un buen balance de exploración, desarrollo de personajes, decisiones narrativas, puzles e investigación. Y como adaptación de juego de mesa, es quizás lo más fiel que existe a Vampire: The Masquerade y una muestra de que los videojuegos también pueden adaptar mucho más que el sistema de combate de un juego de rol. Swansong, al igual que otros poquísimos videojuegos como Planescape: Torment, nos recuerdan que jugar rol, además de matar bichos para subir de nivel, es también meternos en la piel de un personaje, dejarnos llevar por su historia y que una conversación puede ser tan lúdica y divertida como una batalla. Y, curiosamente, los juegos de rol de papel y lápiz esto lo tienen bien en claro hace décadas, pero a los videojuegos todavía les cuesta entenderlo.