ANÁLISIS | Chernobyl S01E03: Open Wide, O Earth (Spoilers)

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Mineros al rescate

Estos pequeños triunfos no parecen calmar los nervios de Valery Legasov, que todavía conserva una larga lista de acciones a llevar a cabo ante el desastre de Chernóbil. No ayuda el hecho de estar constantemente vigilado por un gobierno (léase la KGB) que quiere esconder estos problemas bajo la alfombra, y evitar más filtraciones de información perjudiciales para el estado. Tanto él como Boris Shcherbina son conscientes de la observación y del peligro, pero los riesgos no parecen tan grandes para estos dos hombres que tienen sus días contados tras estar tan expuestos a la atmósfera contaminada de Prípiat. Claro que la de ellos será una muerte más lenta y menos dolorosa que la de aquellos que estuvieron en contacto más directo, como esos tres hombres que acaban de salvarles la vida, los técnicos de la planta al momento del accidente, o los bomberos que participaron de los primeros rescates.

Entre ellos, Vasily Ignatenko (Adam Nagaitis), trasladado junto a los otros al hospital número seis de Moscú. Hasta ahí se dirige su esposa Lyudmilla (Jessie Buckley), dispuesta a todo para acompañar a su moribundo marido, incluso poner en riesgo su propia vida y la de su bebé no nato. Una nueva prueba de la desinformación que cunde en la zona y la minimización de los riesgos de la contaminación. Mientras Legasov no escatima detalle a la hora de describir los efectos de la radiación sobre los cuerpos de las personas, la cámara de Renck -y la magia de los artistas de maquillaje- nos muestran el horror sin ninguna timidez, creando rechazo y compasión por partes iguales. Lo que tenemos ante nuestros ojos son verdaderos monstruos salidos de una película de terror que se desintegran minuto a minuto, conscientes de su final, pero también convencidos de que hicieron lo correcto.

Esto aplica más que nada a los empleados que estuvieron ahí ese catastrófico 26 de abril de 1986. Ahora, apenas días después del desastre, las causas siguen sin poder detectarse, una duda que carcome la consciencia de Ulana Khomyuk, quien sabe que esto puede repetirse si no descubren las fallas (técnicas o humanas) que derivaron en la explosión del reactor, algo básicamente imposible. Con la venia de Legasov, la científica marcha rumbo al hospital para intentar entrevistar a los sobrevivientes. Sus conclusiones no encuentran coherencia alguna, ni el apoyo del gobierno que no ve con buenos ojos su intromisión en el accidente.

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La frustración de Valery trasciende la pantalla

Y así, una vez más, el deber y la responsabilidad chocan con la política totalitaria del estado que, por un lado, quiere esquivar todo gravamen, pero por el otro no puede hacer la vista gorda ante la tragedia ocurrida, ni la que se avecina, si no toman ciertas medidas de prevención. Esos primeros intentos de evacuación no fueron suficientes, por eso la insistencia del plan de Valery resulta tan importante, más allá de sus propios riesgos y encontronazos con Boris, Gorbatchev o la KGB. Su propuesta incluye la mano de obra de 750 mil hombres dedicados a ‘limpiar’ una superficie de más de 200 kilómetros a la redonda, una tarea que va a llevar cómo mínimo tres años, y cuyas consecuencias para la salud ni siquiera pueden medirse o preverse.  

Esto se pone en marcha mientras la central sigue siendo una bomba de tiempo, que ahora requiere la intervención de un grupo de mineros dedicados a cavar un túnel que puede evitar que todos los materiales tóxicos terminen en las napas de agua y, por ende, diseminados en toda la región. Los obreros del carbón son hombres acostumbrados a trabajar en situaciones desfavorables, por eso su intercambio con Legasov, Shcherbina y cualquier autoridad resulta refrescante, sincera y hasta humorística para este relato, tan cargado de ‘buenas maneras’ y ‘heroísmos’. Vale descargarse y reírse CON (no DE) estos personajes tan expuestos -literalmente, ya que deciden trabajar desnudos por culpa del calor de la excavación-, que no se andan con vueltas y saben que cuanto antes terminen, mucho mejor, además de que ninguna vestimenta los va a salvar de la exposición a la radiación.

Como espectadores, podemos ponernos tranquilamente del lado de estos mineros que entienden la realidad y que no pretenden ignorarla. No por ello, nuestra impotencia ante los hechos disminuye, ni el dramatismo de un episodio que termina con el desgarrador entierro de esos hombres del hospital -incluyendo a Vasily-, sepultados en ataúdes de metal bajo toneladas de concreto, como un símbolo latente de este desastre (y esta vergüenza) que hay que esconder a toda costa de la vista de todos.

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La metáfora de ensuciarse las manos

A pesar de que ‘Chernobyl’ sólo recrea los hechos y se toma sus licencias con los personajes principales, nunca podemos en duda los contextos planteados por Mazin, porque sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. Acá no hay exageraciones ni artificios que valgan y, de apoco, la miniserie se va despojando de ellos (los pocos que explota) para quedarse con la esencia más humana de una tragedia que todavía resuena después de más de treinta años.

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