No creo que haya nada bueno para decir sobre “Misterio a Bordo” (Murder Mystery, 2019), pero voy a tratar de hacer el mejor esfuerzo. La película dirigida por Kyle Newacheck -un realizador más afecto a la TV-, intenta parodiar las historias de misterio al estilo de Agatha Christie, pero comete un error fatal (bah, son varios): para que la sátira funcione, primero, deben existir ciertos elementos que sostengan una trama, más o menos, creíble, sino todo cae en la simple burla. Podría salvarse si los chistes fueran graciosos, pero nada en el guión de James Vanderbilt (“Día de la Independencia: Contraataque”) nos invita a emitir carcajada. En cambio, su idea de una comedia es un conjunto de situaciones absurdas “parecidas a”, llevadas adelante por un grupo de personajes caricaturescos, en el mejor de los casos, y estereotipados, en el peor.
Todo arranca en la ciudad de Nueva York, donde Audrey (Jennifer Aniston) y Nick Spitz (Adam Sandler) están a punto de celebrar su 15° aniversario. Ella es una peluquera, él, sargento de policía que aspira a convertirse en detective, pero no le da ni la inteligencia ni la puntería para pasar los exámenes. Por eso, lleva meses mintiéndole a la esposa, y debiéndole una luna de miel a Europa desde que se casaron. Como es un ser horrible que no piensa darle la razón a su mujer, planea las mentadas vacaciones a Italia y es ahí donde empieza su aventura.
En el avión, la simpática señora conoce a Charles Cavendish (Luke Evans), un ricachón resentido que se dirige rumbo a la celebración de la boda de su joven ex novia Suzi Nakamura (Shioli Kutsuna) con su vejete tío Malcolm Quince (Terence Stamp), un encuentro familiar que se llevará a cabo en el yate del millonario. Por alguna extraña razón y caprichos del guión, Charles invita a la pareja a la tertulia, dos peces fuera del agua que, de pronto, comparten la cubierta del barco con actrices famosas, corredores de Fórmula 1, un maharajah, un coronel y su guardaespaldas y el hijo legítimo de Quince (según la traducción de Netflix, un marica. ¿En serio?).
La llegada de Malcolm revoluciona el avispero, pero muchísimo más cuando decide anunciar un cambio de testamente que deja toda su herencia en manos de su futura esposa. Por supuesto, nunca llega a poner el ganchito, porque en un confuso episodio, es apuñalado en medio de los concurrentes. Todos pueden ser culpables, pero la policía de Mónaco parece tener un especial interés en los Spitz, que se ponen a jugar al detective para encontrar al verdadero culpable y limpiar su buen nombre.
Confusiones, cadáveres que se van a cumulando, situaciones cada vez más absurdas y paseítos por hermosas ciudades europeas (eso se lo concedemos), es lo que tiene para ofrecer esta nueva producción original de Netflix que, seguro, será vista y re vista durante el fin de semana largo porque te salta de una cuando abrís la aplicación. Esa es la función principal de una película que provoca frustración y vergüenza ajena, ya que ni los muertos actúan bien.
A esta altura, y salvo contadísimas excepciones, Sandler se convirtió en un personaje de sí mismo, el tipo medio loser, amarrete y de pocas luces metido en situaciones que lo superan… pero graciosas (aunque no sabemos para quien). Por suerte, tenemos a Aniston que ayuda a pasar el mal rato y, muchas veces, parece más avispada que este supuesto oficial de policía.
Nada funciona realmente con esta historia agarrada de los pelos desde el primer momento (¡qué diálogos horribles!). No vamos a pedirle mucha credibilidad, pero tiene que tener (al menos) un poquito de coherencia a lo largo del relato que propone (¿por qué invitarías a dos extraños al casamiento de tu tío? Y no, no tiene nada que ver con “Extraños en un Tren” o similares). Sabemos que no estamos ante una obra de alto perfil, y a pesar de que Newacheck se esmera en la mayoría de las planos -hasta suma una vertiginosa persecución a lo Bond-, “Misterio a Bordo” falla hasta en su chistes más tontos que intentan hacer referencia a la cultura pop, o a esas novelas de suspenso que intenta parodiar. Esos sí, los PNT brillan en cada una de las tomas, demostrando que estos viajes por Europa son difíciles de costear. Perdón Poirot, no lo volvemos a hacer.