Tres capítulos adentro, y la tercera temporada de “Jessica Jones” todavía no despega, al menos en el sentido tradicional que uno esperaría para la TV, marcando el conflicto principal de este entrega. Se agradece el tiempo que se toman desarrollando las nuevas actitudes de sus personajes pero, ¿es realmente necesario para un drama que lleva tantas horas sobre sus hombros? La verdad es que no, y teniendo en cuenta la extensa duración de cada uno de sus episodios, la serie sobreviviente de Marvel/Netflix requiere con urgencia un cambio de ritmo y de dinámica, al menos, entre Jessica y Trish, cuyos encuentros reticentes y cargados de moralina, ya empiezan a fatigar.
En “A.K.A I Have No Spleen” hay un atisbo de cambio hacia el final, pero primero nos tenemos que comer un episodio repleto de idas y vueltas al hospital, la nueva/vieja conquista amorosa de Jeri -una mujer siempre dispuesta a obtener lo que quiere, cueste lo que cueste-, y las posturas morales de Walker, al parecer, toda una experta en esto de las cruzadas superheroicas, al punto de querer darle cátedra a Jones. Los diálogos que se producen entre las dos, rayan lo infantil, haciéndonos extrañar aquellos primeros capítulos donde, lamentablemente, las unía el trauma. A todos nos gusta ver cómo estas dos mujeres logran ir superando sus miedos y sanando sus heridas empoderándose por el camino, pero el recorrido de Patsy resulta casi insufrible para el espectador. Algo se les rompió en la segunda temporada, que todavía no pudieron solucionar con respecto a esta protagonista.
“A.K.A I Have No Spleen” arranca con Jessica en el hospital después del ataque en su departamento. Acá nos enteramos que tuvieron que removerle el bazo, y ahora debería empezar a llevar una vida más tranquila, al menos con más cuidados y menos alcohol de por medio, dos cosas que no van a ocurrir. En cambio, accede a tomar una pila de medicamentos, pero dándose el alta por su cuenta, contradiciendo las órdenes de los médicos. Pronto descubre que no es tan fuerte como pensaba, y hasta una superheroína con habilidades especiales debe hacer el debido reposo en la cama.
Sin tiempo que perder, Jones intenta seguirle la pista a Andrew Brandt, creyéndolo responsable de sus heridas. Con la ayuda de Hogarth, pretende rastrear la famosa estatuilla que lo liga al ataque de su hermana comatosa, un recorrido por varias galerías de arte por el que Trish le sigue los pasos. Igual, y a pesar de su mal estado de salud, Jessica consigue encontrar la famosa pieza, enfrentar a Brandt en su “guarida secreta” y descubrir que es un mal nacido, pero nada tiene que ver con lo que le ocurrió a ella. Tratando de hacer buena letra, deja que esta victoria se la adjudique Walker, como si andar atrapando tipos malos por la ciudad de Nueva York fuera una competencia entre superhéroes.
Mientras Jessica se vuelve consciente de su propia vulnerabilidad (física), y sopesa esto de trabajar en equipo con su mejor amiga, Hogarth trata de reconectar con Kith Lyonne (Sarita Choudhury), amante de su juventud a la que también terminó engañando… con su futura esposa. Con los años, la chelista contrajo matrimonio con Peter (John Benjamin Hickey) y tuvo una hija que lamentablemente falleció, pero apostó a seguir en pareja, gracias a un matrimonio bastante abierto. Por eso no tiene miramientos en pasar unas horas de pasión junto a Jeri que, a sus espaldas, tiene a Malcolm rebuscando en los trapos sucios del marido.
Y claro que el profesor los tiene, pero estos affairs (con una estudiante) parecen ser de pleno conocimiento para Kith, algo que no le cae nada bien a la implacable abogada, dispuesta a indagar un poco más, suponemos, para separar a esta parejita. ¿Con qué propósito? No queda muy claro, más allá del egoísmo de Hogarth que no quiere estar sola en estos últimos momentos de su vida, y que ahora está arrastrando a Ducasse dentro de sus políticas de trabajo muy poco éticas.
Anton Cropper es el director responsable de un episodio que brilla muy poco -ya ni se molestan en invertir unos pesitos en efectos especiales-, y sigue estirando las diferentes tramas, concentrándose en los personajes (todo bien), pero olvidándose de la narrativa (todo mal).
Al final, encontramos a Jessica de vuelta en su hogar, tratando de recomponer su rutina. Erik (Benjamin Walker) -que ni movió un pelo durante el ataque- vuelve para chequear su estado, y es ahí cuando la detective une algunos cabos y se da cuenta que ella pudo haber sido un daño colateral y que él era el verdadero blanco del agresor. Su única pista es un cuchillo de cocina común y corriente, sus vagos recuerdos y este muchacho random (o no tanto) que se acaba de colar en su vida.