Con la tercera temporada de “Jessica Jones” se cierra ¿para siempre? el círculo colaborativo entre Marvel y Netflix, un team que no trajo a los héroes más oscuros y barriales de la Casa de la Ideas. Junto con “Darevevil”, la investigadora privada malhumorada, se venía llevando las mejores críticas y momentos televisivos, pero tomamos este regreso con pinzas después de una segunda entrega bastante decepcionante. Igual, la plataforma de streaming (y los productores del show) siguen insistiendo con trece episodios de una hora de duración, el formato que, de alguna manera, terminó desgastando la trayectoria de estos vigilantes.
“A.K.A The Perfect Burger” encuentra a Jones (Krysten Ritter) tratando de acomodar su vida y ser “una persona que se interesa un poco más” después de la muerte de su mamá y los sucesos de la segunda temporada. Por un lado, sigue tomando casos desde su agencia (muchos de ellos ad honorem), y por el otro, colaborando con el oficial Eddy Costa (John Ventimiglia), que la impulsa a mantenerse dentro de los límites legales… lo mejor posible. Si bien la violencia forma parte de su naturaleza y su carácter, Jessica intenta hacer una diferencia, y a pesar de que no quiere (o no puede) seguir ese camino “superheroico” que trató de inculcarle Alisa (Janet McTeer), todavía trata de buscar el equilibrio.
La tercera temporada de “Jessica Jones” no intenta cambiar radicalmente al personaje, pero sí dar esos primeros pasitos hacia la empatía (la nuestra, y la de ella hacia los demás). Tampoco importa cuánto quiera seguir enojada con Trish (Rachael Taylor), sus vidas no pueden distanciarse por mucho tiempo. Cuando mamá Dorothy (Rebecca De Mornay) viene en busca de su ayuda para encontrar a la escurridiza Walker, Jessica se rehúsa, pero pronto pone todas sus aptitudes detectivescas al servicio de hallar a su amiga. El reencuentro no es lo que Jones espera, más cuando descubre que Patsy anda en plan “justiciero” después de adquirir sus nuevos poderes y moral para decidir que está bien y que está mal.
Este es uno de los tantos conflictos que presenta el primer episodio de la temporada. Un arranque correcto (y tibio) dirigido por Michael Lehmann y escrito por Melissa Rosenberg -creadora del show-, que acomoda las cosas y apenas nos da algunos indicios de lo que se viene. Sí, hay un cliffhanger, pero nada de lo que ocurre a lo largo de estos cincuenta y tantos minutos es realmente atractivo, más allá de la búsqueda moral de Jones, sobre todo desde que no puede contar con Trish.
Malcolm (Eka Darville) experimenta algo similar ahora que trabaja bajo las órdenes de Jeri Hogarth (Carrie-Anne Moss) en su nueva firma de abogados, mucho más cuando le toca “limpiar” los trapitos sucios de los adinerados clientes del bufete. Ducasse también va a tomar algunas cartas en el asunto en esta nueva “moda” de hacer lo correcto más allá de las consecuencias, chocando con los lineamientos de su propia jefa. Por su parte, Hogarth parece estar un poco más amilanada tras su diagnóstico de ELA (esclerosis lateral amiotrófica), una enfermedad que todavía no la detiene en sus tareas, aunque sabemos que está dispuesta a tomar medidas extremas cuando su cuerpo deje de responderle. Ahí también entran los servicios de Jessica, pero esta no es una review con spoilers (je).
Después de una segunda entrega bastante desequilibrada, que apostó por los efectismos y no por la profundización de sus temas (tan interesantes durante la primera temporada), este nuevo comienzo promete grandes cosas para los personajes y, sobre todo, esas tomas de decisiones que pueden acomodar (o desacomodar) su brújula moral. El paso de Alisa no fue tan en vano y marcó a Jessica para siempre, obligándola a tomar más noción de sus propias responsabilidades (inserte discurso del tío Ben). Ahora, sin mención al resto de sus compañeros de universo (al menos, hasta el momento), habrá que ver si Jessica Jones decide abrazar completamente el camino superheroico, un poco para darles la razón a aquellos que la rodean; aunque desde acá ya podemos anticipar esa respuesta.