Después de la buena acogida de “Unsane” (2018), Steven Soderbergh sigue experimentando con el telefonito –ya declaró que, para él, el futuro del cine reside en la cámara de un iPhone-, y tras pasar por el Festival de Cine de Slamdance, tiene la chance de llevar su nueva película a todos los hogares de la mano de Netflix, sabiendo que es la mejor plataforma para este tipo de obra más cercana al ‘cine arte’. “High Flying Bird” (2019) se mete en los entretelones del mundo deportivo, especialmente de la NBA, las agencias de representantes, los porcentajes para unos y para otros, la magia del juego que parece quedar a un costado de los contratos y un grupo de jugadores novatos cuyo futuro pende de un hilo en medio de una huelga.
Hay algo de “Jerry Maguire” (1996), pero mucho más de “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015) en como el director de “Sexo, Mentiras y Video” (Sex, Lies, and Videotape, 1989) trata de explicarnos el intrincado negocio de las ligas deportivas, siempre en contraste con los sueños del atleta, en este caso, “chicos de barrio que la pegaron” y están a punto de firmar contratos millonarios que pueden cambiarles la vida.
La historia nos traslada al corazón financiero de la ciudad de Nueva York –a nadie le sorprende que estas grandes compañías de talento estén a la vuelta de Wall Street, ¿no?- donde la huelga de la NBA ya lleva seis meses y no parece que el conflicto se vaya a solucionar muy pronto. Los deportistas tienen sus contratos y sus pagos pendientes, los representantes no cobran sus comisiones y las agencias empiezan a recortar empleados porque el pozo millonario se les está secando rápidamente. En el medio están Ray (André Holland, quien le sugirió la idea a Soderbergh) y su nueva promesa, Erick (Melvin Gregg), un chico salido del Bronx que necesita su cheque para saldar las deudas.
A diferencia del jugador, su agente no parece estar tan alarmado, ni siquiera ante la renuncia de su asistente (Zazie Beetz) o un posible despido. Ray conoce el oficio como la palma de su mano y a pesar de su estatus, también sabe de dónde vienen estos chicos y su pasión por el deporte. Sí, estamos ante un “empresario” con consciencia y motivaciones más altruistas que el simple billete. Igual, el director se asegura que dudemos a cada paso de sus intenciones, no tan claras desde un principio. Ray es un tipo inteligente, aunque muchos no lo dan por sentado, y mientras los poderosos alargan las negociaciones para el cese de la huelga, empieza a urdir su propio plan de negocios, y una oportunidad que podría cambiar las reglas del juego.
Para ello necesita involucrar a su cliente y a Jamero (Justin Hurtt-Dunkley), otra joven promesa de Filadelfia, representado por su madre. Las redes sociales, los entredichos en Twitter y los videos casuales captados por los fans van a jugar un papel importante en los planes de Ray, y en la narrativa de Soderbergh que intenta darle una vuelta de suspenso a este drama deportivo escrito por Tarell Alvin McCraney, ganador del Oscar por el guión “Luz de Luna” (Moonlight, 2016).
Juntos convierten a “High Flying Bird” es un análisis súper interesante sobre el detrás de cámara de los deportes profesionales –la constante comparación con la esclavitud no es azarosa ni caprichosa-, pero la sobre exposición argumentativa y la cadencia de su relato no siempre le ayudan a captar el interés de aquellos no tan propensos a invertir su tiempo en este tipo de historias.
Lo que se lee entre líneas resulta más atrayente que la trama en sí, un milagro cinematográfico que se filmó en menos de un mes, y a pesar de las restricciones del iPhone 7, sale bien parado con sus ángulos y sus movimientos de cámara. Acá, el realizador decidió experimentar mucho menos con el estilo visual, creando una monotonía que no siempre le ayuda al film.
En conclusión, “High Flying Bird” termina siendo un experimento, una cruza de relato de ficción con “docudrama” al incluir cierta credibilidad de la mano de figuras reales de la NBA que aportan sus propias experiencias de novatos como Reggie Jackson, Karl Anthony Towns y Donovan Mitchell. El resultado es positivo, en gran parte gracias a su elenco, pero podría ser mucho mejor si Soderbergh dejara que las imágenes hablen más que las palabras.