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Una reflexión, repleta de dudas, sobre todo aquello que hay detrás de la adicción a los videojuegos

Desde una mirada llena de preguntas, a través de experiencias cercanas y como parte de la industria, intento darle una vuelta a la visión simplista que afirma que los videojuegos son adictivos.

Desde que tengo memoria, los videojuegos fueron el centro de muchos prejuicios sociales e, incluso, morales. Cuando era chico, jugar videojuegos estaba mal visto, eras como un bicho extraño, un sapo de otro pozo, los más grandes siempre argumentaban cosas negativas sobre esta actividad, intentando basarse en situaciones que no eran del todo reales. Pero, como eran “los más grandes”, eso los hacía tener razón, por alguna certeza extraña que nunca logré entender. ¿Cómo se convierte todo esto, entonces, en una adicción?

A estas alturas, vale aclarar algo. No voy a encarar esta nota desde un plano científico, ni siquiera psicológico. Si bien leí varios estudios al respecto, los que me llevaron a redactar esta nota, hay mucho de apreciación personal, completamente distante de una verdad empírica o académica. Por ende, los invito a tomar todo esto como la mera visión de alguien que se siente parte del mundo de los videojuegos y le gusta analizar y cuestionarse muchas cosas. Si quieren informarse sobre el tema desde un plano mucho más profesional, pueden investigar: hay mucho material en la red del que se puede aprender. De nuevo, esta nota es una invitación a cuestionar muchas cosas de las que muchas veces no sabemos la respuesta.

Si bien hay cosas que retroceden en este mundo, la industria de los videojuegos evolucionó de una forma tal que a veces me cuesta darme cuenta de su magnitud, me cuesta ser realmente consciente de lo abismal de la diferencia entre la primera consola que toqué (una Atari 2600) y una PlayStation 5, por ejemplo. Lo que si mantengo firme en mi mente, y muchas veces en la piel, es la sensación que me hacen sentir los videojuegos, antes y ahora. Una sensación que se mantiene intacta a pesar del paso de los años.

Otra cosa que sigue intacta, es esa mirada punzante y con ganas de destrozar a aquellos que amamos esta industria por parte de los medios tradicionales. A pesar de que hoy los videojuegos tienen una respuesta masiva en todo el mundo y son, a diferencia de otros tiempos, una actividad plenamente social con el nacimiento de los juegos en línea, todavía hay gente que sigue mirando desde lejos, juzgando, repudiando. Generalmente, sin grandes fundamentos. Y eso se convierte en un problema, porque la comunicación masiva se ve opacada por medios que aun controlan la mirada de muchos adultos responsables de sus hijos, sobrinos o nietos.

Internet revolucionó todo. En nosotros, en el mundo en general. Las comunicaciones, las industrias. El cine, los videojuegos, la música. La apertura de esta tecnología llegó a lograr que, tranquilamente, podamos compartir una partida de nuestro videojuego favorito con otro jugador que se encuentra en el otro extremo de este planeta. Las redes sociales incrementan, justamente, esta actividad social y permiten que podamos mantener una relación casi “cercana” con dicha persona que, seguramente, nunca hubiésemos conocido de otra forma.

Parejas y amistades han nacido gracias al avance social de los videojuegos. Conozco muchas parejas que se han conocido, por ejemplo, jugando al League of Legends. La inmersión de la industria en la cotidianidad de cada uno de los millones de gamers que pululan el planeta es cada vez más grande y más sólida. Grupos de amigos se generan de forma virtual, se acompañan por las tardes, por las noches en pleno sentimiento de soledad. En épocas de pandemia, este tipo de relaciones fueron el sostén de muchísimas personas. Sin embargo, los detractores siguen ahí, negando las ventajas o beneficios que esto puede traer.

Por un momento, me propongo ser ajeno al sentimiento (o al menos todo lo que me sea posible) y tratar de analizar dicha situación desde un lugar mucho más analítico, si se me permite la redundancia. Soy de una generación que podía salir a jugar solo de muy chico a la calle, a una plaza, porque no pasaba nada. Soy de una generación que creció sin celulares y que cada amistad que conocía era porque coincidíamos en un mismo momento y en un mismo lugar, físicamente, con esa otra persona. Pero también, al mismo tiempo, crecí con el avance de la tecnología, con la búsqueda constante de nuevas formas de entretenimiento. Nunca fui ajeno a la tecnología. Eso me permitió, creo yo, adaptarme y amoldarme a dicho avance y llegar al día de hoy con varias cosas en claro.

Los sectores detractores de la sociedad que se oponen a los videojuegos como medio de entretenimiento son aquellos que hacen hincapié en la violencia de los mismos, en la alienación de los protagonistas, la supuesta mala influencia. Para solucionar este conflicto ellos tienen una solución: la culturización de los individuos. Proponen leer para expandirse, ahondar en la belleza del arte, salir a una plaza con amigos. Y si bien ninguna de estas propuestas suena mal, la pregunta que me hago es: ¿Por qué jugar videojuegos te propone exento de poder leer un libro, disfrutar una película o salir con tus amigos?

Al plantear esta duda, van al extremo del asunto: la adicción. ¿Los videojuegos son adictivos? Como dicen varios estudios, los videojuegos tienen ciertos condimentos que pueden despertar la adicción, pero en sí, es el ser humano quien tiene el problema de la adicción como un rasgo característico de su persona. Es como aquellos que deciden cerrar una red social porque les genera algo negativo. ¿Es realmente culpa de la red social? Cerrando esa cuenta, lo único que se logra es esconder el problema. Porque, si nos ponemos a pensar, en las personas donde realmente existen problemas de adicción, se debería pensar en qué medidas tomar para sanar o aplacar dicho comportamiento, y no solo silenciar la herramienta que expone esta dolencia. Por ejemplo: si un famoso cierra su cuenta por el bullying que recibe mediante Instagram, mediáticamente el eje se va a poner sobre la aplicación en sí, y no sobre esa cantidad de usuarios que utilizaron la herramienta de forma nociva. Es una línea muy fina la que trazo, por eso quiero seguir argumentando.

Con esta base, creo que una persona con problemas de adicción puede volcar ese comportamiento sobre los videojuegos, las redes sociales, un casino, un bingo, la comida, o cualquier otro hábito que termina convirtiéndose en algo nocivo, como la droga, el alcohol, o cualquier producto que, como dije antes, tenga la oportunidad de despertar la adicción. Es verdad que muchos videojuegos están pensados y desarrollados para que el usuario esté la mayor parte del tiempo frente a una pantalla, intentando superar lo que sea que haya que superar, una y otra vez. Videojuegos que son desarrollados teniendo en cuenta la opinión de sociólogos y psicólogos, quienes proponen diferentes formas de atrapar a la gente. El mejor ejemplo, a nivel desarrollo, es el Candy Crush. Sin embargo, no todos reaccionan de la misma manera. Aquellos que tengan problemas con el concepto de la adicción, están completamente expuestos en estos casos.

Como dije antes, expuestos no solo a estos videojuegos, sino también a otros productos, elementos o sustancias que le generen un ápice de felicidad que apague ese sentimiento negativo que necesite ser aplacado al menos por algún tiempo.

No puedo ahondar en el tema como ya expliqué, por eso esta es una nota llena de dudas que planteo, de pensamientos que me surgen y, muchas veces, están acompañados de personas cercanas que he visto sufrir. Sin embargo, como dato de color, puedo mencionar que existe algo llamado Ludopatía, que según quienes saben “es un trastorno en el que la persona se ve obligada, por una urgencia psicológicamente incontrolable, a jugar y apostar, de forma persistente y progresiva, afectando de forma negativa a la vida personal, familiar y vocacional.” Hice mención a esto únicamente para dejar en claro que no deberíamos perder de vista el foco de cada persona y, por ende, de cada problema único y particular.

Todo esto me lleva a pensar que, ese halo de luz negativa que tiene aquel que sabe disfrutar de un buen videojuego, es completamente injusto, innecesario y dañino. En lugar de intentar entender qué pasa detrás de ese comportamiento, se toma una postura simplista y se culpa a los videojuegos, porque es siempre lo más fácil de hacer. Culpamos a lo desconocido, a lo que no se puede defender. He visto de cerca cómo alguien cambió la adicción de los videojuegos por la de las redes sociales, y posteriormente, por algo mucho más peligroso como el alcohol. Sus padres, primero culparon a los videojuegos. Después, a las redes sociales. Finalmente, al alcohol. Nunca pudieron aceptar el problema que acarreaba su hija hasta que entró en un tratamiento psicológico y psiquiátrico. ¿El problema? La adicción. La adicción a lo que sea por cuestiones de ansiedad.

Fue algo que viví de cerca, cuando era más chico. Y claro está que no estoy juzgando a esos padres, que hicieron lo que pudieron con lo que tenían. Ni tampoco estoy diciendo que es algo que le puede pasar a todos. Desarrollé brevemente esta experiencia cercana para ejemplificar, justamente, que somos nosotros los que tenemos tendencia a la adicción, sin importar qué sea lo que tengamos por delante. El reduccionismo hacia problemas de este nivel nunca es bueno. Por eso mismo, argumentar que los videojuegos son adictivos sin un estudio y sin un análisis de todo lo que hay detrás, siento que es una forma complicada de afrontar dicha situación, porque difícilmente llegue a buen puerto.

El problema no es que los videojuegos sean adictivos, por lo que mencioné con anterioridad. El problema, también, es que los juegos, en muchos casos, pueden aislar al jugador de cualquier tipo de contacto social real. Los jóvenes crecen y se acostumbran a generar contactos sociales solo mediante una consola o una computadora, lo que en muchos casos los hace aislarse del grupo de personas de carne y hueso que, eventualmente, tarde o temprano, va a tener que enfrentar. Hay una alienación en muchos de estos casos, que puede ser perjudicial en personas que tienen rasgos adictivos porque desarrollan un rechazo al contacto social.

A este rechazo al contacto social, se le pueden sumar distintos factores que afectan plenamente a las nuevas generaciones: la baja tolerancia al fracaso. De esta forma, la necesidad de jugar, ganar, y ser los mejores, ya no pasa solo como un objetivo que propone el juego, sino como un destello de la adicción que nos provoca. Por eso mismo, creo que es muy importante darle forma a este comportamiento, observarlo, analizarlo, pero nunca juzgarlo. Siempre se nos juzga de la forma equivocada y dichas manos que señalan sugerentes, no lo hacen con ánimos de sumar, sino con intención de destruir. Y en estos casos, se necesita sanar, que alguien pueda ver lo que pasa detrás de quien cae preso de su propia adicción. Hay gente que necesita ayuda, aunque no sepa pedirla.