Aclaración: esta nota puede contener altos spoilers de la película.
“¿Esta película no era necesaria?”, parece ser la frase que acompaña cualquier comentario sobre el estreno de “Toy Story 4” (2019)… después de una lluvia de alabanzas. O sea, la secuela dirigida por el debutante Josh Cooley es todo un acierto en cuanto a narrativa, estética, historia y personajes, pero muchos la sienten ‘evitable’ para el conjunto de la saga. Les voy a tirar un dato esclarecedor: ninguna película es realmente ‘necesaria’. Más que nada son caprichos de Hollywood (o la industria que más les plazca) que se acomodan a los gustos de la gente (o no).
Francis Ford Coppola podría haber esquivado tranquilamente la segunda parte de su trilogía ganteril, y no por ello “El Padrino” (The Godfather, 1972) se nos presentaría incompleta. Lo mismo ocurre con secuelas como “Batman: El Caballero de la Noche” (The Dark Knight, 2008), todo un hit (para muchos, incluso, mejor que su antecesora) que podría no haber existido. Podemos seguir hasta mañana listando ejemplos “de los buenos” y también “de los malos”, y esa nueva costumbre de los estudios de dejar sus relatos a medias con toda la intención de volver con una secuela (te estamos mirando a vos “Battle Angel: La Última Guerrera”). Así que, como verán, ningún film es verdaderamente “necesario”, aunque sean cien por ciento disfrutables hasta el punto de las lágrimas.
“Toy Story” (1995) podría haber sido un fracaso enorme de crítica y público cuando salió a la cancha con sus gráficos rudimentarios y ‘la primera película animada por computadora’ como mote. Lo cierto es que la aventura inicial de Woody, Buzz y compañía pegó gracias a su originalidad, su ternura y sus temas, tal vez, un poquito más complejos para los pequeños espectadores, pero ahí también reside su magia: captar a grandes y chicos por partes iguales, sin dejar a ninguno afuera. A diferencia de otras franquicias animadas (ejem “Cars” ejem), Pixar fue muy cuidadoso cada vez que decidió traer de vuelta a sus juguetes al ruedo, en muchos casos, con décadas de distancia, justamente, para mantenerse fieles a esos personajes tan queridos que lograron estrechar lazos con más de una generación.

¿Qué opina entonces un fan de la primera hora? Tal vez “Toy Story 4” no sea estrictamente necesaria después del cierre perfecto (y archi mega recontra híper lacrimógeno) que tuvo la serie con su tercera entrega, pero es el mejor epílogo que le podían ofrecer a su protagonista. No, no estamos hablando de Andy, sino del leal vaquero, ese muñeco a cuerda que nunca conoció otro dueño, más allá del pequeñito con el que creció (aunque sabemos que el juguete era parte de la familia mucho antes del nacimiento del nene).
Desde aquella primera entrega en 1995, los realizadores se aseguraron de plantear varias cuestiones que acompañarían a este sheriff en cada una de sus aventuras, marcando su carácter y sus decisiones. Así, la existencia de Woody estaba ligada a las necesidades de su niñito, porque esa es la función y el propósito de un juguete dentro de este universo. Pero como bien plantea la película, Bonnie no es Andy y ahí es donde empiezan las disyuntivas… y algunos de los giros que dan impulso a esta nueva historia.
Siempre supimos que, desde el punto de vista de los juguetes, hay dos asuntos que los perturban: perderse y no poder volver jamás a las manos de sus dueños, y que eventualmente ya no jueguen con ellos. Como no hay psicólogos para ayudarlos, se las tienen que arreglar como pueden, desentrañando estas cuestiones a partir de sus propias experiencias. En “Toy Story”, Woody es el que se siente desplazado por la llegada de un juguete más novedoso. En la secuela nos presentan Jessie, la muñeca descartada que tiene una segunda oportunidad con Andy y su hermana, y a Stinky Pete, un juguete resentido que nunca probó el tierno abrazo de un nene. Los maquiavélicos planes de Al nos dejan bien en claro que acá los juguetes están hechos para jugar y no para pasar una eternidad en un museo, un planteo que adquiere otro color cuando la pandilla juguetera cae en manos de los poco delicados niños de una guardería “regenteada” por Lotso en “Toy Story 3” (2010).

Y el tema de perder al dueño sigue y sigue hasta que Andy se va a la universidad y Woody decide dar el primer gran giro en su existencia como muñeco: dejar partir a este muchachito al que vio crecer para pasar al siguiente capítulo/nene. Y acá volvemos al meollo del asunto, Bonnie no es Andy, es una NENA que juega diferente y que, además, tiene muñecos a los que quiere un poquito más. No podemos culparla por desplazar al vaquero, y es ahí donde la aparición de Forky, por un lado, y el reencuentro con Bo Peep, por el otro, tienen tanta relevancia para este protagonista que no encuentra su lugar en el mundo, ni mucho menos en la habitación de la nena.
Podemos reclamarles a los realizadores esta decisión un poco extrema de alejar al sheriff de sus compañeros de toda la vida, pero sería una queja un tanto egoísta de nuestra parte porque, ¿acaso Woody no tiene derecho a seguir adelante por su cuenta? En este caso, como un “juguete libre” sin dueños, pero con chicos ocasionales a los que poder servir. De paso, puede pasar sus días acompañado de este viejo amor (otra partida cargada de culpa), e impartir su sabiduría a otros juguetes descarrilados.
La vuelta de Bo no es tan azarosa (ni forzada, como dicen por ahí), viene a sumar otra filosofía de vida que, en parte, contradice uno de esos miedos jugueteros: estar “perdido y sin dueño” no es el fin del mundo, si uno aprende a ver las otras cosas positivas que lo rodean. Woody ya no puede hacer su “magia” con Bonnie, por eso lo único que le queda para cerrar este capítulo, es guiar a Forky, este cuchador convertido en el juguete favorito de la nena, justamente, porque la ayuda en esta etapa de transición que es el jardín de infantes. Así, Woody cumple su propósito y su función a través de este “utensilio” (y también de Gabby Gabby, digamos todo), sumando más matices a este universo animado donde los juguetes no sólo salen de una caja, sino que la caja también puede convertirse en juguete.

Cuando analizamos (porque es todo muy analizable) todos estos tópicos que introducen los realizadores -cosas como el síndrome del nido vacío-, sólo podemos aplaudir la valentía de hacerlo en una película “para chicos” y dentro de una saga tan querida, que parecía haber encontrado su desenlace perfecto. Los chicos crecen y dejan de lado sus juguetes (nosotros dejamos de la do nuestros juguetes), los juguetes se pierden y, a veces, van a parar a manos cariñosas o son donados a guarderías repletas de pequeños que les devuelven un poco de ese amor perdido. “Toy Story 4” amplia el universo (y la fantasía) mostrando que hay otro grupo de muñecos que elige su destino y da ese salto de fe para experimentar que les ofrece el mundo exterior. Una filosofía que Woody aprende a abrazar con Bo, al mismo tiempo que resuelve soltar esos lazos invisibles que ya no lo retenían.