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The Witcher: Blood Origin no es, ni por cerca, el éxito que Netflix esperaba: la serie está repleta de críticas negativas

A pesar de contar con una gran actriz como Michelle Yeoh, The Witcher: Blood Origin es un fracaso rotundo de críticas.

Netflix es, para muchos, el caso de estudio más relevante sobre la fuerte caída de la calidad en las producciones audiovisuales. Para otros tanto, Netflix es lo mejor que les pudo haber pasado. Lo cierto es, más allá de gustos y opiniones personales, que la N roja exprime hasta el cansancio sus éxitos, y descarta lo que mínimamente estima que no le van a servir. The Witcher: Blood Origin, es uno de esos productos de “exprimo algo hasta romperlo”, y tanto la crítica como la audiencia se lo hicieron saber.

Los factores son, puntualmente, dos. Primero, el hecho de que la persona encargada del guion haya salido a desestimar los libros, algo que no le cayó para nada bien a los fanáticos de la franquicia. Y, segundo, y aun más importante, fue la salida de Henry Cavill como protagonista, algo que no le cayó bien a nadie en este universo.

The Witcher: Blood Origin comparte, justamente, el mismo universo que The Witcher (siempre hablando de las series, claro) y ambas están basadas en los libros de Andrzej Sapkowski, por así decirlo. Esta nueva serie limitada de cuatro capítulos se sitúa mil años antes de la serie protagonizada por Henry Cavill, y muestra el original del primer Witcher. Su protagonista es la más que talentosa Michelle Yeoh.

¿Los números hablan por sí solos? Pues claro que sí, sobre todo si hablamos del público de Estados Unidos, que suele representar su repudio en el icónico sitio Rotten Tomatoes. Allí, la serie tiene solo un 35% de aprobación de los críticos, y apenas un 8% de aprobación de los fans (cambiando día a día). Así sean los que están furiosos por la partida de Cavill, como los que están furioso por el trato frío y sin pasión que le da Netflix a cualquier producto que se le cruza, la gente se hizo escuchar y, aquellos gritos digitales, seguramente no pasaran desapercibidos por la gran N roja que todo lo tiene que tener.