Dicen que el pez por la boca muere, y aunque no soy muy amigo de este tipo de enunciados populares, en este caso me toca darle la razón. Quienes hayan escuchado nuestro podcast -Malditos Games, claro está- seguro hayan detectado mi displicencia con respecto a lo que significa jugar en una PC: que “es la máquina del Excel”, que “para qué quiero tanto poder si con lo que tengo en las consolas está más que bien”, y una cantidad de máximas con las que podría escribir como mínimo, un libro de tapa blanda de una cantidad para nada despreciable de páginas.
Mi relación con el gaming en PC no siempre fue así, sin embargo: de hecho, este sistema fue donde tuve mis primeras incursiones en el mundo del videojuego, con títulos de la talla de Sokoban y Prince of Persia como primeras experiencias -sí, ya tengo unos cuantos años encima. Pude seguir el rastro a esta suerte de vertiginosa carrera tecnológica que supone trata de tener el mejor equipo posible para jugar, hasta que la crisis del 2001 se lo llevó todo por delante, aunque ya en aquel entonces me había enamorado de Metal Gear Solid y Winning Eleven 4, y había dejado de prestarle atención a eso del tecladito y el mouse.
Lo que vino después fueron idas y vueltas no muy fructíferas: traté de armar distintos setups para poder jugar en PC y de hecho, hace unos años logré tener una relación con ribetes armoniosos con un rig que me dio Bioshock Infinite en ultra, pero que luego de un desperfecto técnico con el funcionamiento de la fuente de alimentación que terminó friendo mother y micro -chicos: no compren componentes genéricos- el romance llegó a su fin de una forma precipitada. El despecho me llevó a convertir la máquina otrora potente en un macetero, que aún hoy me vigila cual monolito suspendido en la pared de mi patio, mientras escribo estas líneas.
Después de años sin poder sentarme a volver a jugar en una PC, pasó lo inesperado: por los avatares de la vida, un amigo me pasó un CPU que armó con sumo amor y dedicación hace ya unos cuantos años. Debido a un upgrade integral que hizo, o mejor dicho, la construcción de una ‘PlayStation 6’ en forma de PC, resolvimos que lo mejor era que yo adopte esa vieja computadora en el seno de mi hogar. Así las cosas, durante la semana pasada, estuve configurando y modificando incluso el equipo, instalando algunos componentes nuevos y sobre todo, probando juegos que ya terminé para ver cómo se juegan en esta plataforma.
Podría explayarme en el agradable sentimiento que genera el hecho de ocuparte vos mismo de ordenar tanto el cableado como seleccionar el componente ideal para levantar el aspecto específico que se te está quedando atrás y que te impide jugar como querés. De hecho, ya estoy proyectando el armado íntegro de un equipo nuevo, porque no sólo quiero jugar a todo lo que da, sino que me interesa como proyecto “de taller” si se quiere. Es un poco lo que pasa cuando uno ve el video de Henry Cavill armando su PC -salvando las distancias con esa bestia del proceso que se armó: está la gratificación del trabajo hecho con tus propias manos. Podría incluso hablar de cuestiones más evidentes, como el tendal de opciones que tenemos para jugar lo que queremos exactamente como queremos, o en función de la disponibilidad técnica del momento.
Quitando el hecho de que estoy intentando jugar mis shooters online favoritos ahora con teclado y mouse -teóricamente, la forma correcta de hacerlo- y que lo estoy pasando fatal (hace mucho que no me dan tanta paliza junta) podría definir como esta primera semana en el gaming en PC como una auténtica luna de miel. Los juegos que ya experimenté en otra plataforma tienen un color por completo diferente y en ocasiones, son directamente distintos. Hasta Doom Eternal -juego que me fastidió bastante en Xbox One– tiene otro gusto con la cantidad obscena de detalles que tiene y su velocidad rampante. Y también me estoy reencontrando con géneros que abandoné hace décadas -¡Hola Civilization y Command & Conquer!
Y estoy gratamente sorprendido de lo mucho que cambió el ecosistema para bien: más allá de la “molestia” de tener que instalar 200 clientes para tener acceso a todos mis juegos, la verdad es que ningún sistema encierra lineamientos arcanos que te impidan customizar la experiencia a full. Todo es muy sencillo, y los cambios que han atravesado las plataformas más populares apuntan a un amplísimo nivel de accesibilidad. Y lo dice alguien que para jugar, ha programado diskettes dedicados a cada juego eligiendo cómo acomodar la memoria y periféricos como mouse y tarjetas de sonido. Si no consideramos la barrera que implica el costo de los insumos, diría que el gaming en PC es para cualquiera que se le anime.
Hasta en eso ahí tambiénhay inclusión: mi PC, que data de hace exactamente 7 años, corre en alta Doom Eternal, un juego de este año, a un nivel de calidad que no le da una vuelta, sino varias, a lo que se puede ver en una consola. El gaming en PC está repleto de opciones y posee muchos matices; tiene la posibilidad de adaptarse exactamente a lo que uno necesita y en eso, encuentro la mayor fortaleza de la plataforma, si podemos definirla como tal. Está claro que no estoy descubriendo la pólvora y muchos de los que juegan en PC y hayan oído o leído mis irritantes comentarios estarán diciendo a estas alturas “te lo dije” en voz baja, o directamente estallando de la risa. Pero soy una persona que ante todo, rectifica, y por eso creo justo decir que sí, tenían razón; que pido perdón si molesté y que si gustan, los invito a tirotearnos en Warzone, Fortnite, Valorant o donde ustedes gusten. Con teclado y mouse, claro.