No estaría mintiendo si les dijese que mi juego del año es Animal Crossing: New Horizons. Nunca fui un asiduo jugador de la franquicia y esta es la primera vez que me meto en este universo que, en un principio, nos recibe cálidamente con toda su simpatía y ritmo pausado. En lo personal, creo que estaba destinado a ser el suceso que fue, pero es cierto que la pandemia le agregó un par de puntos extra, que hicieron que muchos de nosotros se animen a comprar el dichoso pasaje aéreo para embarcarse en la aventura que supone la paradisíaca isla desierta. A la usanza de los colonos, llegamos al nuevo mundo con dos vecinos y un par de carpas, y nuestra misión será la de no sólo darle forma a la isla, sino también convertirla en un lugar popular y poblado.
Lo singular de este Animal Crossing es que está mucho más interconectado con el resto de la gente que lo juega: hasta acá se trataba de una experiencia más bien solitaria; una suerte de aislamiento en el lugar de nuestros sueños. Hoy podemos jugar con amigos, intercambiar ítems, recetas para fabricar elementos, y más. Nos da la posibilidad incluso de inventar nuestros propios concursos con prendas; participar de eventos de calendario de manera comunitaria y mucho, mucho más. Incluso crearon un talk show que se transmite por Twitch en donde asisten invitados de lujo. Una cosa es muy evidente: más allá de su propuesta, Animal Crossing: New Horizons puede ser todo lo que vos quieras.
Y en esos rieles forjé mi relación con un título al que no pensé que le iba a dedicar tantas horas. Lo nuestro ya lleva más de 230 horas desde que Animal Crossing: New Horizons llegó al público y hemos pasado por todas las etapas habidas y por haber. Y es que, aunque el enamoramiento sigue estoico -después de todo, es el único al que vuelvo todos los días aunque sea un rato- sí tengo que reconocer que esa magia y frenesí de los primeros momentos ya no tiene tanta intensidad. Al principio todo era color de rosa: diligentemente invertí tiempo en aprender todas las recetas y formar espacios que sean del agrado de mis vecinos, que ya son diez.
Entendí la economía de la isla y encontré formas de hacer una buena suma de dinero -bayas, algo esencial para comprar todo lo necesario y vestir la isla, además de liquidar el préstamo hipotecario- en cada jornada de trabajo y poco a poco escalé en la valoración de la isla hasta recibir la visita de Totakeke: un perrito guitarrista que da recitales los sábados. Acá sucede el primer punto de inflexión: con tres estrellas y el guitarrista en la plaza, nos suelta la mano y nos invita a experimentar mediante el último set de herramientas que nos permite alterar la geografía de la isla.
Y ahí empezó mi etapa de ingeniería civil en Animal Crossing: New Horizons, creando estanques artificiales, moviendo cascadas, mudando a todos los vecinos, farmeando recursos y claro, me choqué contra la primera pared, que es pagar por los puentes. Estos artefactos cuestan bayas -bastantes- al punto de requerir un día entero de trabajo- y así es como empecé a meterme en el mercado de los nabos. Para resumirlo, se trata de un sistema de inversiones donde uno compra nabos a un precio para venderlos al valor más alto posible. Hay una serie de parámetros que dictan cuánto te ofrecen por cada nabo en una de las tiendas que existen en la isla. Pero gracias a la faceta online, es posible visitar islas de conocidos o extraños para ir y vender la mercancía. ¡Bingo! Se convirtió en mi nuevo vicio.
No puedo decir que no valió la pena: gracias a la compraventa de nabos amasé millones de bayas y pude devolver en tiempo récord el préstamo a Tom Nook. Además, pude mover casas de lugar, colocar puentes y comprar prácticamente cualquier ítem que me viniera en gana. Estaba jugando sin límites reales, pero a expensas de empezar a ver mi estadía vacacional como una especie de trabajo. Fue la primera crisis que atravesamos con Animal Crossing: New Horizons. Me costó semanas dejar de intentar llenarme de bayas para tomarlo con más calma. Y pude volver a la senda del disfrute, del paisajismo, del relax.
Sin embargo, algo había cambiado. Siempre volvía -y vuelvo a él- pero algo que hasta hoy no podía precisar, me hacía sentir que no era lo mismo. Como habrán visto, Animal Crossing: New Horizons se adapta perfectamente cómo vos quieras jugar y puede ser exactamente lo que vos querés que sea. Creo que engancharse en algunas de sus ruedas más perniciosas simplemente te arruina la experiencia: lo peor que podés hacer es convertirlo en un festival grindero; en un trabajo, en una obligación. Pero no. No era eso lo que me generaba esta suerte de rechazo.
Llevamos casi tres meses de cuarentena, de aislamiento social preventivo y obligatorio, y creo que como todo ser humano que atraviesa esta situación excepcional, tengo mis días: algunos son más brillosos que otros; en algunos me cuesta ver con claridad cómo seguir y pese a esto, al tener una familia, siempre trato de poner mi mejor cara. Dicen que lo que no se dice por algún lado se escapa, y todo lo negativo que llevaba conmigo lo vi reflejado en este título que tanto adoré desde su salida. Mi paraíso idílico se convirtió en una suerte de pueblo fantasma; un centro comercial sin terminar; rutas que terminan en el medio de la nada; vecinos que se preguntan por qué ya no les hablo; maleza infestando prácticamente el largo y ancho del territorio. El invierno en Animal Crossing es hermoso, pero en este caso aporta un tinte bajonero que según cómo te pegue, puede ser difícil de remontar.
Animal Crossing: New Horizons puede ser muchas cosas y eso es buenísimo, pero también tiene la capacidad de devolverte un reflejo de quién sos; puede funcionar perfectamente como una radiografía de tu estado de ánimo, de algo que tal vez ni siquiera sabes que llevas dentro tuyo. De pronto, estaba recibiendo un mensaje claro que yo no estaba dispuesto a oír pero que, hace cuestión de días, acepté. Poco a poco conecté con mis vecinos y hasta incluso la maleza fue erradicada en un 100%. Estoy aprovechando la temporada invernal para conseguir recetas de hielo y hacer de esta nieve melancólica algo un poco más festivo. Nuestra relación se va recomponiendo paulatinamente pero, más importante todavía, creo que estoy sanando complicados procesos internos. Y esto es algo que hasta ahora, ningún otro juego hizo por mí.