Después de que la semana pasada lamentara que las demos pasaron al olvido en favor de betas no tan betas que solo existen por un tiempo limitado, pasé el fin de semana justamente jugando la beta de un juego que no tenía en la mira y me interesaba probar: Worms Rumble. La serie Worms es muy querida, especialmente para los de mi generación, que nos juntabamos de a grupos después del colegio para tirarnos ovejas explosivas o bombas banana. Worms Rumble, sin embargo, se presenta como un battle royale, y eso inmediatamente me hace preguntarme: ¿es necesario?
No existe ningún entusiasta del gaming que sea capaz de negar el peso que tienen los battle royale en la industria. Sin siquiera tener los números exactos, uno puede decir que Fortnite es el juego más grande que existe y muy probablemente esa sea una declaración acertada. La cuestión es que el gaming vive de perseguir tendencias, y cuando todos los juegos quieren capturar la magia de unos pocos que se bañan en éxito, la cantidad de propuestas fallidas terminan sobrando.
De hecho, Fortnite en sí es un fenómeno que no existiría si no se hubiese colgado de la fama de Playerunkown’s Battlegrounds. No mucha gente recuerda los días en los que Fortnite era un proyecto atrapado en lo que se conoce como “development hell”, que no salía nunca y del que no se sabía nada hasta que reapareció con lo que ahora conocemos como Fortnite: Save The World. Fue recién cuando el juego de Epic decidió tomar elementos de PUBG que disparó en popularidad, prácticamente estableciéndose como el nuevo referente de los battle royale. Siempre que empieza a establecerse un género pasa lo mismo: Fortnite no habrá sido el primero, pero sí fue el que pisó más fuerte.
Luego que Fortnite llegara a la estratósfera, muchísimos otros juegos quisieron despegar también. Si bien algunos ya tenían ideas que estaban claramente inspiradas por PUBG, la fama de Fortnite aceleró todo. Así, surgieron varios juegos que tuvieron resultados bastante mixtos. Por cada Apex Legends o Call of Duty: Warzone, existen muchos títulos que nunca llegaron a establecerse. ¿Se acuerdan de Darwin Project, que salió de Early Access en enero de este año y en mayo se anunció que se abandonaba el desarrollo del juego? ¿O de Radical Heights, un juego que además de tener graves problemas de personalidad, duró prácticamente unas semanas?
Esto no es la primera vez que pasa. Antes de los battle royale, la fiebre del gaming eran los MOBA. Estudios enteros se dedicaron a tratar de capturar el éxito de Dota y League of Legends, pero a casi finales de 2020 está claro que ninguno lo consiguió. Previo a los MOBA se puede apuntar el dedo a muchos otros géneros o estilos de juego. El boom de los FPS online, la manía de los open-world, o hasta en mobile con los clones de Candy Crush o la infinidad de juegos de tower defense con íconos de un guerrero barbudo gritando. Las tendencias siempre existieron y siempre existirán, y la industria siempre tendrá gente dispuesta a perseguirlas.
Con el caso de los battle royale, quizás la cuestión es si efectivamente sigue siendo una tendencia que vale la pena perseguir. Cuando la máquina de ideas parece dejar de funcionar, a veces se crean juegos que le dan una vuelta de tuerca extra que revitaliza todo. Fall Guys, uno de los juegos más populares de este año, tiene varios elementos que lo asemejan a un battle royale, pero es tan único en su ejecución y en sus ideas propias que a veces uno puede hasta titubear al querer clasificarlo como tal. Son estos juegos los que más jugo saben exprimirle a las tendencias del gaming, y que al traer sus propias ideas terminan destacándose entre el montón.
Por supuesto que esto también puede salir mal, y ahí está el caso de Worms Rumble. Esta beta dejó muy en claro que el juego, a pesar de tener su modo deathmatch, busca ser uno de esos battle royales con un sistema de progresión de niveles, elementos cosméticos desbloqueables, y todo lo que implica ser un “live game” hoy en día. Incluso el menú del juego, a rasgos generales, es fácil de confundir con cualquier otro título que tenga las mismas aspiraciones. Lo único que lo diferencia son los gusanos de Worms y la jugabilidad que le da un gusto diferente al resto. Sin embargo, es justamente eso lo que no sale bien.
Worms es un juego con una perspectiva 2D muy particular, y tanto sus controles como las armas a utilizar están pensadas con el ritmo de Worms en mente. Este battle royale trata de llevar esa jugabilidad al género, pero los resultados no son buenos porque la adaptación de las mecánicas no termina de convencer. Las personas familiarizadas con los controles y el “feeling” de Worms inmediatamente van a sentir que la idea de un battle royale con esas limitaciones no funciona. Es original, sí, pero eso no quiere decir que sea bueno. Por tratar de perseguir la tendencia de los battle royale, algunos fans de la serie quizás se terminen preguntando por qué no simplemente hacer un Worms común y corriente con mapas que soporten 100 gusanos. No me sorprendería que Worms Rumble nunca encuentre una audiencia y sea abandonado rápidamente.
Lo cierto es que hasta que la tendencia de los battle royale no caiga en el olvido, este tipo de juegos van a seguir existiendo. Hoy en día quizás se ven con mucha menos frecuencia, pero está claro que muchos todavía buscan el éxito en este género cuando compañías como Ubisoft intentan meterse con sus propias propuestas. Algo que se suele olvidar cuando se persiguen estas tendencias es que con solamente sumarse al resto no alcanza; sin un buen juego, entonces no tiene sentido. Solamente el tiempo va a decir cuánto le queda al battle royale como el género a imitar, pero cuando pase de moda, inevitablemente va a ser reemplazado por otra cosa.
Veremos si para aquel entonces más estudios aprendieron la lección, pero en el mientras tanto vamos a seguir recibiendo battle royales que tratan de hacerse un lugar en la industria. El battle royale no lo es todo, pero todavía pareciera que sí.