ANÁLISIS | What We Do in the Shadows S01E01: Piloto

Podemos decir que conocimos formalmente a Taika Waititi en el año 2014 cuando, junto a Jemaine Clement, nos presentó “Casa Vampiro” (What We Do in the Shadows, 2014), la bizarrísima historia de Viago, Deacon y Vladislav, tres “jóvenes” vampiros que deben lidiar con los aspectos más mundanos de la vida moderna y los conflictos de compartir departamento con un semejante más longevo y salvaje que no logra adaptarse a las costumbres del siglo XXI; todo en formato de falso documental neozelandés que mezcla gore, humor negro y comedia. Este “Gran Hermano” estilo Wellington, llega a la TV de la mano de la cadena FX y el mismo Clement, con ayudita de su amigo Taika, productor ejecutivo y director de este hilarante capítulo piloto.

Esta vez, el relato nos lleva a los Estados Unidos, más precisamente a Staten Island, hogar de Nandor (Kayvan Novak) -líder del grupo y ex guerrero del imperio Otomano reconocido por su ferocidad-, Laszlo (Matt Berry) y Nadja (Natasia Demetriou), matrimonio inseparable desde que ella lo mordió (y convirtió) hace cientos de años cuando él era el más bello de su aldea infectada de lepra. Claro que los tres tienen mucho en común, empezando por el hecho de que son chupasangres que comparten nido y las complicaciones de la vida cotidiana, tratando de adaptarse (todavía) a las locuras de este siglo.

El trío no está solo en su mansión (una vieja casa destartalada). Ahí también vive Colin Robinson (Mark Proksch), un supuesto “vampiro energético”, cuyo poder es drenar la energía de los humanos y chupasangres, básicamente, matándolos de aburrimiento con sus conversaciones mundanas. Y Guillermo (Harvey Guillen), sirviente de Nandor por diez años, fascinado con las criaturas de la noche desde que vio a Antonio Banderas en “Entrevista con el Vampiro” (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994), que anhela que su amo lo convierta en uno de ellos. Todo muy normal.

Al igual que la película original, conocemos el día  adía (o la noche a noche, je) de estos protagonistas a través de las cámaras del mockumental, que captan cada aspecto de sus vidas dentro y fuera de la casa donde salen en busca de sus presas… o simplemente se dan una vueltita por el supermercado. La tranquilidad de esta troupe se agita un poco cuando llega una carta desde el Viejo Mundo anunciando el arribo de su antiguo amo (el barón Afanas), un ser más que longevo que, a esta altura, esperaba que sus discípulos hubieran conquistado estas nuevas tierras. Nada más alejado de la realidad, pero igual van a hacer lo posible para organizarle una sangrienta bienvenida con vírgenes incluidos.   

La misión que les queda por delante es usurpar la isla y expandir su poderío vampírico antes de que el barón (¿Es Doug Jones?) despierte de su sueño reparador. Una tarea, de entrada, un poco incómoda para estas criaturas fanáticas de “Crepúsculo” (Twilight), y demasiado confortables en su cotidianeidad.   

Nada se toma en serio dentro de esta sitcom que respeta la mitología más clásica de los chupasangres, no le hace asco a la hemoglobina excesiva ni al erotismo que trae aparejado una buena mordidita en el cuello, y nos lleva a pasear por la larguísima historia de estos protagonistas que llevan conviviendo por más de cien años. Claro que hay momentos ríspidos cuando sacan sus colmillos. Por el camino, “What We Do in the Shadows” se permite alguna analogía entre las criaturas de la noche y los inmigrantes, no siempre bien vistos por los habitantes norteamericanos, y mucha referencia hacia el género vampírico.

Amor a prueba de todo

Clement y Waititi no necesitan hacer “chistes”, en cambio, el humor se desprende de las situaciones más absurdas y el choque cultural entre los humanos -que ni se espantan ni se dejan humillar-, y los vampiros, asesinos incontrolables, sí, pero personajes que todavía conservan muchos rasgos de su perdida humanidad. Así como Viago, Deacon y Vladislav nos robaron el corazón y pusieron patas para arriba las convenciones del género, sus homónimos televisivos tienen mucho para ofrecer, jugando con los tropos y la coyuntura, en medio de un escenario tan cotidiano como ilógico.