ANÁLISIS| True Detective S03E04: The Hour and the Day (Spoilers)

Con media temporada adentro, la tercera entrega de “True Detective” ya dejó bien en claro que esto se trata de sus protagonistas y cómo el “caso en cuestión” afecta no sólo sus vidas al momento del crimen, sino décadas después cuando todavía no pueden ponerle un punto final a este capítulo que los marcó. Al menos, es el caso particular de Wayne Hays, que en el difuso presente de 2015, y con varios problemas de memoria, siente que repasando el asesinato de William Purcell y la desaparición de su hermana Julie, también puede repasar esos momentos perdidos en lagunas indescifrables. Mejor dicho, es su manera de seguir viviendo y de no sentir el acoso de todos esos fantasmas de su pasado, incluso más allá de la investigación de 1980, esos que seguramente lo persiguen desde la jungla de Vietnam.

“The Hour and the Day”, dirigido por el propio Nic Pizzolatto -creador de la serie de HBO-, termina de aclarar este punto (por si no lo teníamos ya bien en claro), al mostrar al viejo Hays recurriendo a la ayuda de su hijo Henry (también oficial de policía), y sus recursos, para rastrear a algunos de los testigos que quedaron por el camino después de la reapertura del caso en 1990.También para localizar a Roland West, su compañero, la otra mitad necesaria para terminar este rompecabezas.   

Pero Wayne quiere cubrir todas las bases mientras su atrofiada cabeza se lo permite, y a pesar de que no quedó en muy buenos términos con la directora del dichoso documental sobre los Purcell, igual va a recurrir a ella para saber que otras pistas que se le pasaron por alto, le puede aportar. Lo único que le revela la realizadora, al menos por ahora, es el hallazgo del cuerpo del tío de los chicos, quien supo ser uno de los primeros sospechosos de esta investigación y que llevaba un largo tiempo desaparecido.

 

Todos son culpables

 

Acá, todos somos Hays, hilando las diferentes tramas de a poco. La de 1980 que, sabemos, se cerró abruptamente después de encontrar a un supuesto culpable del asesinato de Will y suponer que Julie también estaba muerta. Y la de 1990, que reabrió el caso después de descubrir las huellas de la chica (ahora con 21 años) en una farmacia víctima de un robo.  

Claro que todavía no sabemos a quién le adjudicaron aquella condena. Tras ver las fotos de la comunión del nene, las pistas llevan a los detectives hacia la iglesia local, cuyo párroco los guía hasta la mujer responsable de las muñecas. Una anciana dulce y bastante racista que asegura que un hombre afroamericano con un ojo con cataratas le compró una gran cantidad de sus artesanías. Así terminan en uno de los barrios más pobres de la ciudad, haciéndole frente al miedo (o no tanto) que los habitantes de color le tienen a la fuerza policial. Una situación casi cotidiana que no discrimina entre el tiempo y el espacio.

El cura, una supuesta “tía” que jugaba con los chicos Purcell, el sospechoso medio tuerto, el auto color marrón… demasiados cabos sueltos que se van acumulando, pero que no parecen conducirlos a ningún lado en concreto. Todo cambia cuando los agentes del FBI descubren que las huellas en la bicicleta abandonada de Will corresponden a Freddy Burns (Rhys Wakefield), uno de los adolescentes que se cruzaron con los hermanitos de camino al parque Devil’s Den. Tal vez, demasiado bueno para ser verdad, pero todavía queda el interrogante de dónde está Julie. La teoría principal de la dupla detectivesca es que Will murió defendiendo a su hermana, y que todo gira alrededor de ella.

 

Un poco de intimidad

 

Hays no es el único afectado por los sucesos. “The Hour and the Day” sigue ahondando en el inestable estado mental de papá Tom Purcell y mamá Lucy, siempre acompañados de su buena dosis de culpa y remordimiento por no haberles ofrecido a sus hijos un hogar más feliz lo que, posiblemente los empujó a acercarse a las buenas/malas intenciones de uno o varios extraños.

Sabemos que Tom y Roland entablaron cierta amistad que se extendió a lo largo de los años, y que Lucy nunca llegó a presenciar la reapertura del caso ya que falleció de una sobredosis en 1988. Por ahora, no hay muchos más datos sobre la vida personal de West, cuyo personaje parece estar definido por la relación con su compañero, o por la forma como este lo percibe en el futuro.

Diferente es su conexión con Amelia, un misterio tan complejo como la investigación en sí misma. Estos son los mejores momentos de esta temporada: la humanidad que desprenden cada uno de estos protagonistas imperfectos, sus relaciones –ya sean profundas o mundanas-, y un contexto que no escapa a los conflictos socioculturales, el racismo, la política que muchas veces interfiere con la búsqueda de la verdad, y el propio peso moral de las cuantas que no quedaron saldadas.

Tras la calma de un capítulo pausado viene la tormenta y un encontronazo que puede cambiar los vientos de la investigación. No porque Brett Woodard, el chatarrero, tenga algo de culpa, sino que sus acciones y la violencia de sus perseguidores puede desatar el odio de un pueblo que no parece necesitar muchas excusas para demostrar su ira.