ANÁLISIS | Triple Frontera

No importa cuanto lo intentemos, para Hollywood, Latinoamérica es un continente de criminales, narcotraficantes multimillonarios, policías corruptos, cosechadores de coca y, por supuesto, refugio de jerarcas nazis. Apreciaciones (y verdades) aparte, “Triple Frontera” (Triple Frontier, 2019) cambió muchísimo desde su concepción en el año 2010, donde iba a estar dirigida por Kathryn Bigelow y protagonizada por nombres como Tom Hanks, Christian Bale, Johnny Depp y Will Smith. El proyecto fue mutando, el elenco también, y finalmente el guión de Mark Boal -ganador del Oscar por “Vivir al Límite” (The Hurt Locker, 2008), encontró cabida de la mano del realizador J.C. Chandor“El Año Más Violento” (A Most Violent Year, 2014)- y la distribución Netflix, después de tener su estreno en algunas salas de los Estados Unidos.

Ben Affleck, Oscar Isaac, Charlie Hunnam, Garrett Hedlund y Pedro Pascal conforman el cast de este thriller de acción que guarda muchas similitudes con la oscarizada película de Bigelow y Boal, pero carece de verdaderas motivaciones en cuanto a su historia y personajes se refiere. Entendemos que esta gente tiene un fetiche con lo militar y cierto heroísmo (y patriotismo) que se desprende de ello, pero “Triple Frontera” encara para una zona oscura que intenta explicar el después de la guerra, y termina transformada en una aventura de Rambo circa 1985. Hasta la banda sonora grita “NAM, Primer Pelotón” a los cuatro vientos.

Así de predecible resulta la historia coescrita entre Boal y Chandor que muestra a Santiago ‘Pope’ Garcia (Isaac), contratista militar independiente, empecinado en atrapar a Gabriel Martin Lorea (Reynaldo Gallegos), un lord de la droga colombiano. Después de años de seguirle el rastro, y con la ayuda de una “mula” infiltrada (Adria Arjona), Pope logra hallar su paradero en medio de la jungla, lugar donde la policía y el ejército local podrían intervenir, pero no. Para llevar a cabo esta operación tan delicada, Garcia prefiere recurrir a sus fieles compañeros de la milicia, un grupo de veteranos de alguna guerra reciente, que todavía intentan reacomodar sus vidas.

Antes que nada, Santiago recurre a su amigo del alma Tom ‘Redfly’ Davis (Affleck), experto en reconocimiento. Si Tom está adentro, los demás le seguirán los pasos para este viejecito que debería ser pan comido. La idea es infiltrarse en la selva, chusmear la casa y la seguridad de Lorea, y volver a su hogar justo para la cena (o algo así); pero los planes de Garcia son muy diferentes, e incluyen matar al narcotraficante, pasar por alto a las autoridades, y quedarse con los millones que el malhechor mantiene bien custodiado entre las paredes de la propiedad.

De repente, un simple trabajito de reconocimiento se convierte en una misión bastante peligrosa, y los 17 mil dólares iniciales de pago, podrían transformarse en millones a repartir entre los cinco compañeros. Claro que dudan, más que nada, pensando en sus familias, pero tardan dos segundos en reconsiderarlo y alistarse para llevar a cabo este golpe maestro.

Boal y Chandor nos querrán hacer creer que estamos ante un conjunto de héroes que necesitan este dinerillo porque se lo ganaron, pero la realidad es que estos ex operativos de las fuerzas especiales son simples “mercenarios”, dispuestos a casi todo para llenar sus bolsillos con esta plata bastante manchada. Cuando los miles de dólares empiezan a aparecer ante sus ojos, ya no hay ética ni moral que valga, y hasta las lealtades se empiezan a poner en juego.

Show me the money

En esta “misión” no hay bandera ni patriotismo, sólo avaricia y testosterona a montones porque, obviamente, “Triple Frontera” es una película que celebra la masculinidad y la violencia por partes iguales. La supuesta camaradería que intenta transmitir es banal y por momentos nula, a pesar de que el elenco hace su mejor esfuerzo para que conectemos con la causa. Como dijimos, no hay una verdadera causa, salvo la excusa para mostrar como cinco estadounidenses -hombres blancos y, suponemos, heterosexuales- aterrizan en un país sudamericano y hacen de las suyas casi sin ninguna consecuencia.   

Ese es el mensaje de una película bien filmada -hermosos los paisajes de la jungla colombiana o la Cordillera de los Andes, que se mezclan con ciudades atestadas y de apariencia “peligrosa” o aldeas de gente pobre dedicada al cultivo de cocaína- y bastante bien actuada (no vamos a culpar a los muchachos por el guión), que mantiene su buen ritmo por momentos, y otros tantos se detiene demasiado en una frustrante travesía que poco tiene para ofrecer. La tensión de la misión y el escape pierden impacto porque no estamos seguros si queremos empatizar y preocuparnos por estos personajes que, en definitiva, sólo quieren  llenar sus bolsillos.