La idea de “los juegos como servicio” o el neologismo tan de moda “loot shooter” nos hacen prender toda clase de alarmas a la hora de sentarnos a jugar con un título de este género irreprochablemente en boga. Y es que con todas las cosas buenas que alberga, también vienen los dolores de ser un “early adopter”. Los ejemplos sobran: la forma desdibujada que tuvo el primer Destiny, el endgame nulo del primer Division, o más acá en el tiempo, el desastre rampante que fue Anthem. Uno, casi por reflejo, tiende a atajarse e inclinar la cabeza ante un sopapo que nunca sabe bien por dónde va a venir.
Entonces cae en tus manos The Division 2 -que ya había dejado una buena impresión en las distintas etapas de beta previas al lanzamiento- y te das cuenta de que no es necesario atajarse de nada, ni mucho menos. El nuevo juego de Ubisoft y el conglomerado Massive–Annecy–Redstorm–Reflections no sólo resulta superador en todos los aspectos posibles en lo que al primer The Division respecta, sino que sienta un nuevo nivel de calidad al que cualquiera que pretenda publicar un título de estas características debería aspirar al menos como base. Se trata de una producción de una calidad tal que tranquilamente puede ser el Destiny (en su mejor versión, claro) que estabas esperando. Así de bueno es.
Que un juego que para completar su campaña principal requiera más de 30 horas de tu tiempo respete cada uno de esos cientos de minutos durante todo momento, es digno de admirar. A diferencia del primero, Tom Clancy’s The Division 2 corta toda la grasa y relleno innecesario; que no se entienda esto por la ausencia de misiones que se repiten -hay eventos en común en todas las zonas de Washington DC, la locación elegida para esta entrega- pero se sienten puestas ahí de una manera sumamente orgánica y en conjunción con el fluir de las partidas. Está claro que es un juego de Ubisoft en varias partes de su estructura, pero no cae en las convenciones típicas de la casa, referidas a los menús intrusivos o al borbotón de íconos en el mapa.
The Division 2 ostenta un diseño de interfaz sumamente elegante que puede ser una pesadilla para los cortos de vista -las letras son diminutas, de verdad- pero que nos brinda la información justa y necesaria, y más importante en este tipo de juegos, nos permite llevar un control preciso de qué es lo que tenemos que hacer y cómo realizar un seguimiento de nuestro progreso. Como si esto fuese poco, también hay una inteligencia superior en lo que respecta a los accesos directos: hay más de una forma de, por ejemplo, equipar armas o cambiar los presets de equipos. Hay múltiples opciones para ir completando los “proyectos” disponibles en cada asentamiento. Todo se hace con dos o tres presiones de botones, todo sucede rapidísimo.
Esto es un triunfo por mérito propio, pero se siente como una auténtica carta de amor después de estar horas perdido en Anthem, sus menús ininteligibles y su falta total de dirección. Punto para Ubisoft. Y es que, para un título que maneja una escala tan grande, es fundamental que las herramientas de navegación funcionen como corresponde. The Division 2 nos pone en Washington DC, meses después de los eventos del primer juego. Nuevamente, la plata envenenada hace auténticos estragos y nos encontramos con una ciudad bastante más devastada que la Nueva York del primero, en donde todo sucedía al día siguiente del brote viral. Así es que nos encontramos con las postales típicas de la ciudad: el Capitolio, la Casa Blanca, el monumento a Washington; todas recreadas con un nivel elevadísimo de detalle, reflejando un estado calamitoso, producto del avance de la vegetación y vida silvestre, como también del constante fuego cruzado entre las facciones.
Porque la premisa principal en The Division 2 es prestar asistencia a distintos centros neurales comunitarios repartidos por los distritos de Washington DC. A puro tiro y granadazo, iremos viendo cómo con nuestra intervención, las estructuras más básicas pasan a ser lugares donde la gente vive, comparte y por sobre todo, resiste, a la espera de una vida mejor. Este es uno de los puntos más interesantes que plantea el juego: nuestras acciones se ven reflejadas en todo momento, ya sea en los asentamientos o bien en las calles, donde a medida que liberamos zonas, más civiles (armados, claro) circulan por las avenidas llevando a cabo distintas tareas.
Una vez que nos acomodemos en el bucle de combate-conquista-proyectos-mejoras es cuando nos encontraremos sumamente inmersos a la propuesta de Ubisoft, y esto se debe en gran parte a la fenomenal acción en pantalla que nos regala. The Division 2 sigue siendo un shooter en tercera persona de cobertura con muchos componentes tácticos, con una respuesta de controles y un feedback de las acciones de juego que lo ubican entre lo mejorcito del género. Tal vez -y esto es algo que va con el gusto de cada quien- la matemática que hace al embocar un headshot no sea para cualquiera, pero en términos de respuesta y de sensaciones, The Division 2 es una experiencia abrumadora.
Tenemos un arsenal en constante crecimiento: fusiles, ametralladoras, escopetas, pistolas de todo tipo. Las habrá de distinta rareza y todas podrán ser modificadas mediante un renovado sistema de accesorios que funcionan de manera vertical y universal, es decir, que una vez que desbloqueamos una mira, por ejemplo, podremos emplearla con todas las armas que sea compatible, porque no es un elemento que se gasta. Cada arma tiene su propia cadencia, sus propios vicios y requieren un buen aprendizaje. Luego tenemos las armaduras, también susceptibles a modificarse con agregados: máscaras de oxígeno, guantes, mochilas tácticas, pistoleras, rodilleras. Todas ellas con su rareza, y un interesante meta en el que ganamos puntos de habilidad si combinamos marcas determinadas.
Las habilidades se ven también enriquecidas, con nuevos artilugios electrónicos listos para darnos una mano cuando no hay nadie que nos haga la segunda en cooperativo. La torreta y el radar ya son conocidas, por ejemplo, pero se introducen armas químicas, libélulas mecánicas con distintos efectos e incluso drones. Lo bueno de esto es que podemos combinarlas como nosotros deseemos, alterando drásticamente nuestra aproximación a cada misión. Pero lo más importante del equipo es la forma en la que el juego nos lo va suministrando: el loot cae de forma constante y sonante, lo cual nos invita a estar siempre comparando fusiles y distintos elementos para tratar de estar con el mejor equipo disponible. Lo mejor que se puede decir de la jugabilidad de The Division 2 es que además de ser responsiva, nos invita a ser creativos con las numerosas herramientas que nos da: hay mil posibilidades y combinaciones, todas funcionales, todas divertidas de ejecutar. Es un juego sumamente divertido.
Pero el combate no sería nada sin los enemigos y definitivamente, en Washington DC está el agite. La disputa por el territorio se da entre nosotros y, en principio, tres facciones: los “Hijos Verdaderos”, los “Marginados” y las “Hienas”. Cada cual tiene su propia personalidad y forma singular de ataque: los Hijos Verdaderos, por ejemplo, son en su mayoría fanáticos militares que apelan a la munición gruesa, mientras que las Hienas tienen una actitud más kamikaze, empleando elementos químicos. Lo que tienen en común estas tres facciones es su inteligencia: no sólo cuentan con tantos recursos como nosotros, sino que no dudan en usarlos de la mejor manera posible. Esto deriva en secuencias de acción trepidantes que no dan respiro y que sacan lo mejor -y lo peor, en ocasiones- de nosotros. Es demandante como pocos, pero sumamente satisfactorio, en especial jugando con amigos.
Los combates y pequeñas escaramuzas callejeras pueden sentirse un tanto mundanas, pero basta con adentrarse en las misiones principales o secundarias e incluso los Puntos de Control para entender la mano magistral en el diseño por parte del equipo. La historia encierra momentos de muchísimo clima: el Museo Nacional de Historia, con pasajes que recrean la guerra en Vietnam; el Museo Nacional del Aire y del Espacio, con un enfrentamiento en suelo marciano y una secuencia donde nos tiroteamos en un espacio reducido mientras se proyectan imágenes cual planetario. Todos estos escenarios generan secuencias inolvidables y además, tienen un diseño alucinante en términos estructurales. Aunque hay matemática en los tiros, la acción se siente verosímil porque los escenarios esconden un diseño funcional, que realmente serviría si se tuviesen que usar en la vida real.
Escaleras, balcones, descansos, zonas abiertas, zonas cerradas sumamente claustrofóbicas: todos los niveles son un auténtico paseo en el que los enemigos hacen uso de su sapiencia para emplear las herramientas de destrucción masiva con precisión en la geometría de cada nivel. En ocasiones me vi superado en número, siendo víctima de una muerte casi instantánea, pero jamás llegué a frustrarme sino todo lo contrario: fui sorprendido gratamente por la agresividad de mis rivales, con el ímpetu de superarlos en la próxima.
Como decía, la campaña toma unas 30 horas si jugamos bastante derecho, pero será inevitable caer en la oferta de misiones alternativas y objetivos secundarios o emergentes: cualquiera de estas actividades puede recompensar con loot nuevo, o también puede darnos acceso a planos para fabricar armas o accesorios para las mismas. En The Division 2 nos encontramos con decenas de caminos de progresión entrelazados, lo cual deriva en que todo lo que hacemos tiene un propósito, un impacto en el mundo y siempre una recompensa. Eso, sumado a sus bondades jugables, lo convierten en un título imposible de soltar: una máquina de generar dopamina. En mi caso particular (y sin completarlo todo) estuve cerca de 45 horas explorando y todavía queda mucho por hacer. Porque como buen juego del género que es, terminarlo es simplemente el comienzo.
Jugar la campaña completa es la forma de llegar al máximo nivel de desarrollo de nuestro personaje de cara al endgame: cuando llegamos a esta instancia, The Division 2 cambia drásticamente gracias a la llegada de una cuarta facción, los Colmillos Negros. Se trata de una organización misteriosa cuya mayor fortaleza es el uso de la tecnología. Son todavía más duros que las anteriores y presentan desafíos totalmente nuevos, reconfigurando así todas las misiones que ya visitamos, dando una enorme excusa para volver a jugar todo otra vez. La meta aquí es distinta ya que nuestro nivel se empieza a medir por World Tiers: cuanto más alto es (5 es el máximo), más duros son los enemigos y mejor el loot de recompensa. Así mismo, se abren ante nosotros las especializaciones: una nueva forma de progresión que deriva en un total de tres clases bien diferenciadas, cada cual con su arma especial y un árbol de habilidades dedicado. Está el Sniper con un rifle increíble, la ballesta para el Survivalist y mi favorito, el Demolitionist, experto en explosivos que además de un lanzagranadas, tiene un agregado a la torreta que la convierte en un mortero con una potencia de fuego alucinante.
Todo esto para prepararnos de cara las incursiones: la interpretación de las “raids” por parte de Ubisoft. Se tratan de eventos especiales en el que hasta ocho jugadores pueden participar al unísono trabajando en equipo. Mientras tanto podemos seguir buscando el mejor loot reiterando los fuertes de cada facción o bien adentrarnos en la famosa Zona Oscura, o Dark Zone. En esta oportunidad, Washington DC nos trae tres regiones bien diferenciadas, cada una con un estilo propio que las distingue. Aunque el loot es el mismo en todas (no hay nada exclusivo en cada una de ellas) es a través de pequeños eventos especiales que ofrecen donde encontraremos el incentivo para visitarlas. El dropeo de ítems de alto valor es bastante frecuente pero hay una trampa: es importantísimo jugar con un equipo, ya que el tándem PvE y PvP se pone más picante que nunca, por lo que estar acompañado es vital para poder extraer los materiales con seguridad.
Si a todo esto le sumamos el fantástico lanzamiento que tuvo, sin problemas de servidores ni bugs dramáticos que arruinan la experiencia, es fácil pensar que estamos ante un juego redondo, pero no lo es. Si nos subimos al tren que plantea desde lo jugable y sus rutas de progresión la vamos a pasar fantástico: la jugabilidad y los sistemas se llevan puestas todas las falencias que The Division 2 tiene desde lo argumental. La narrativa es ínfima y las pocas cosas que se anima a decir son cuanto menos, polémicas. Hay un pésimo timing por parte del estudio francés al taclear temas como la posesión de armas, la justicia por mano propia, o bien temas de actualidad como el “apagón del gobierno”. Esto es algo que no les es ajeno: siempre coquetean con la idea de plantar una bandera social o política sin terminar de decantar en ningún lado. Lo han hecho con Ghost Recon, con Far Cry, y con The Division 2 encontramos el caso más flagrante.
Diría que en The Division 2 no hay héroes: los agentes que personificamos son sólo una facción más en la lucha por lo que ellos creen justo. Sus motivaciones y medios no son mejores que las de los demás, y por eso, si prestamos atención, siempre estamos en una zona gris tirando a oscura. Aunque hay ciertos recursos narrativos -hologramas, cintas de audio- que nos permiten conocer un poco del trasfondo de cada parte involucrada en el conflicto, nunca terminamos por interesarnos en nadie en particular, ni siquiera en nuestro mudo avatar. Esa falta de pericia para formar un vínculo podría sentirse como algo negativo, pero en el caso de este juego termina por sumar más de lo que resta, porque ayuda a mitigar los problemas de tono y de falta de coherencia a la hora de pensar el qué y el por qué del juego. A su vez, es sorprendente lo poco que apela a cinemáticas: sólo vemos un par aquí y allá; es como si The Division 2 tuviera muy en claro que lo que le interesa es ir directo al punto.
Y eso es algo que cumple con creces: para tratarse de un juego prácticamente eterno, se lo siente muy consciente de qué quiere ser y cómo conseguirlo. Una confianza que sólo puede obtenerse cuando hay compromiso y una idea de aprender de los errores. Pocas veces me tocó vislumbrar una obra tan superadora no sólo de su propio legado, sino también respecto a los juegos que componen el firmamento de los loot shooters: Ubisoft despunta con un juego rebosante en contenido de calidad, con decenas de horas de sumamente intensas, sistemas de juego que funcionan y que valoran constantemente el tiempo que invertimos. Incluso las microtransacciones se sienten justas: sólo son cosméticas, y al menos a la hora de escribir estas líneas, simplemente permiten acceder de antemano a accesorios que podemos encontrar explorando.
Desde el matchmaking para las misiones cooperativas hasta los modos PvP, pasando por todas las decisiones inteligentes a nivel diseño de interfaz y uso, The Division 2 ofrece una experiencia en la que se siente que pensaron mucho en quien está sentado con los controles en la mano: mucho más de lo que puede decirse del resto. Con un año de nuevo contenido totalmente gratuito por delante, es seguro decir que si este tipo de juegos son lo tuyo, ya tenés que estar jugando: seas abonado a Destiny o no; o incluso si Anthem te rompió el corazón. Es una pena que desde lo narrativo tenga tan poco para decir, sin animarse a transgredir la monolítica presencia del difunto Clancy (que a esta altura, no entiendo bien qué tanto suma a la cuestión), pero lo que jugamos es tan compacto y absorbente que en definitiva, el malogrado discurso queda en un quinto plano. Estás en The Division 2 por la acción, por la jugabilidad y en eso, se desenvuelve con total confianza.