ANÁLISIS | Tienda de Unicornios

Todavía riéndose de los haters que pensaban que “Capitana Marvel” (Captain Marvel, 2019) iba a ser un fracaso, Brie Larson suma otro hito a su carrera con este debut tras las cámaras. Lamentablemente, “Tienda de Unicornios” (Unicorn Store, 2019) es una dramedia con buenas intenciones y ternura a flor de piel que se queda por el camino porque no sabe aprovechar sus pequeños excesos, ni jugársela por una estética y narrativa todavía más surrealista de la que propone la actriz devenida en directora, o el guión de Samantha McIntyre (“People of Earth”). La película tuvo su estreno mundial en el Festival de Toronto en el año 2017, pero recién puede llegar al público masivo de la mano de Netflix que aprovecha un poquito la volteada del éxito superheroico, que acá reúne a Larson con Samuel L. Jackson.

Kit (Larson) creció entre arcoíris, princesas y unicornios que alimentaron su imaginación desde chiquita, y bien entrada en su etapa adulta. Tras fracasar como artista, decide volver a vivir con sus papás, Gene (Bradley Whitford) y Gladys (Joan Cusack), dedicados a ayudar a jovencitos en problemas. Como cualquier padre, se preocupan por el futuro de su hija, sus relaciones, su falta de madurez y compromiso, y por el hecho de que no caiga en un mundo de fantasía. Ante la presión, Kit termina aceptando un trabajo monótono en una agencia de publicidad, más para complacer al resto que a sus propias necesidades.

Su vida da un vuelco inesperado cuando recibe una carta muy particular: la invitación de un vendedor (Jackson) a su tienda, un lugar que ofrece llenar esas necesidades y, de paso, acceder a su sueño más grande, la posesión de un unicornio. Sí, estos bichitos mágicos existen, pero requieren de ciertos cuidados y Kit va a tener que seguir todos los pasos requeridos para acoger a la criatura. Desde conseguirle comida y edificar un estable en el patio de su casa, algo que hará con la ayuda de Virgil (Mamoudou Athie) -el Matt de “Sorry for Your Loss”-, un empleado poco capacitado de una cadena de materiales de construcción.

Mientras se prepara para convertirse en la orgullosa y amorosa propietaria de un unicornio, la chica pasa sus días lidiando con papá y mamá, un jefe (Hamish Linklater) demasiado “confianzudo”, compañeras recelosas y un posible futuro en el mundo de los avisos publicitarios. Pero Kit es como Alicia persiguiendo al conejo blanco y visitando un mundo de maravillas que poco tiene que ver con el real, lleno de responsabilidades que se rehúsa a aceptar. Por ahí viene la mano de esta historia que se mete en la cabecita de la protagonista y nos pasea por su realidad con su particular punto de vista. El problema, son las medias tintas y un relato que ya vimos reflejado en un sinfín de películas.

El escape de la realidad ya es un tropo en sí mismo, sobre todo cuando el personaje principal es un jovencito/a que está transitando la etapa de la niñez a la adultez, o algún trauma de esos que necesitan catarsis. Nada de esto ocurre en “Tienda de Unicornios”, cuya protagonista ya está un poquito entrada en años para seguir aferrada a una utopía plagada de fantasía, pero sigue sin encontrarle lugar a su verdadera identidad.

La idea podría haber funcionado, pero a Kit la rodean personajes demasiado arquetípicos y caricaturescos, y no en el buen sentido, de esos que podrían sumar al absurdo y la metáfora que Larson y McIntyre nos quieren contar. Brie es todo lo que está bien y Athie suma “racionalidad” al conjunto, pero medio molesta la eterna figura de Jackson haciendo de Jackson. El resultado es una historia un tanto tediosa e infantil (aunque esa vendría a ser la idea general), empalagosa y poco efectiva desde el humor, que quiere vendernos una premisa mágica de autodescubrimiento que no deja de celebrar a ese niño interior e imaginativo que todos llevamos (o deberíamos llevar) dentro.

¿Dónde está mi unicornio?

Se nota que Larson hace lo que puede con lo que tiene -ya sea presupuesto o su experiencia tras las cámaras-, pero “Unicorn Store” necesita irse a los extremos y apostarle mucho más a la estética y la narración para pegar realmente donde debe.