“Suspiria” (2018) es uno de los mejores ejemplos de cómo un realizador puede reimaginar una historia conocida, manteniendo sus elementos principales y, al mismo tiempo, entregar algo nuevo (pero familiar), sumando coyuntura y mucha visión feminista. Tras el éxito de “Llámame por tu Nombre” (Call Me by Your Name, 2017), Luca Guadagnino da el volantazo cinematográfico y se mete de lleno con este clásico de Dario Argento, presentándonos un film que sigue sus propias reglas y redefine el terror psicológico. De entrada, se nota que las intenciones del director y del guionista David Kajganich (“The Terror”) están alejadas de la copia de este gran exponente del horror italiano, apenas un “borrador” del llamado giallo, subgénero derivado del thriller que siempre abusa de los clichés y se enfoca en el aspecto visual, más que en la coherencia del relato.
El film de Argento encaja perfectamente en esta categoría, pero Guadagnino redobla la apuesta con una trama plagada de suspenso y gore, grandes actuaciones y una puesta en escena que no sólo remite a lo sobrenatural, sino al clima político de la Alemania de finales de la década del setenta. Un detalle no menor, ya que está lectura sociopolítica se relaciona directamente con nuestra realidad.
En 1977, Susanna Bannion (Dakota Johnson) llega a la ciudad de Berlín con la chance de audicionar en la academia de danza Markos Tanz. Susie es una chica ingenua de Ohio, venida de una granja menonita, pero gran admiradora del trabajo de Madame Blanc (Tilda Swinton), coreógrafa principal del instituto. La inocencia y la falta de entrenamiento profesional la hacen susceptible a las bromas de sus compañeras, pero su talento innato, poco a poco, empieza a llamar la atención de la directora.
El arribo de Susie coincide con las violentas revueltas y atentados del Otoño Alemán, y la desaparición de Patricia Hingle (Chloë Grace Moretz), otra de las estudiantes de la escuela, cuyo último contacto fue con su psiquiatra, el doctor Josef Klemperer (sí, también Tilda Swinton), convencido de la paranoia de la chica, más allá de que ella asegura que la academia es, en realidad, la fachada para un aquelarre de brujas, en especial, las tres madres: Mater Tenebaraum (Madre de la Oscuridad), Mater Lachrymarum (Madre de las Lágrimas) y Mater Suspiriorum (Madre de los Suspiros).
Mientras la policía sigue las pocas pistas que tiene para encontrar a Hingle, Susie entabla amistad con sus compañeras de clase -en especial con Sara Simms (Mia Goth)-, se gana su lugar en la compañía, y la posibilidad de ponerse al frente de la próxima presentación del Volk, una pieza de danza moderna (acá reemplaza al ballet) que debe conectar con cada fibra de su cuerpo.
Todo parece marchar sobre ruedas para la joven Bannion, ahora convertida en la protegida de Madame Blanc. Pero dentro de los muros de Tanz ocurren extraños sucesos, muertes horrendas y una disputa relacionada con la verdadera identidad de Mater Suspiriorum, entre Blanc y la misteriosa Helena Markos.
No, Guadagnino no se anda con misterios y desde el comienzo revela la identidad de las mujeres (bah, las jabrus) al frente de la academia, y sus oscuros propósitos. La intensidad y el gore de cada crimen es bien palpable, pero hay algo de elegancia hipnótica en estas imágenes que no puede discutirse. La puesta en escena de Inbal Weinberg está muy alejada de la de Argento y sus colores brillantes, pero entre sus paredes de concreto (y la influencia arquitectónica de la Europa Oriental) y sus tonos saturados, cada cuadro de “Suspiria” es una obra de arte en sí misma, todo cortesía del director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom.
El conjunto es inquietante, mucho más gracias a las actuaciones de estas mujeres (el 98% del elenco), con Johnson y Swinton a la cabeza, redefiniendo la historia de Argento para contarnos este relato que enarbola el empoderamiento femenino, hace constante alusión a la maternidad (no siempre deseada) y suma reflexiones sobre la historia más oscura y reciente de Alemania y sus nuevas generaciones, todavía afrontando las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.
“Suspiria” excede el mero espectáculo visual y se recarga de simbolismos que estaremos analizando y debatiendo hasta el fin de los días. Sus puntos más flojos son algunos de sus efectos especiales medio pelo, y la anticlimática banda sonora a cargo de Thom Yorke, un lindo rejunte de melodías y canciones, pero esa melancolía que desparrama no siempre encaja con las intenciones del director y sus escenas más truculentas.
No tiene ningún sentido comparar esta obra con la original. A Guadagnino se lo nota respetuoso con el material de y Daria Nicolodi, el cual toma como inspiración y punto de partida para contarnos su propia visión. Una menos superficial y más enfocada en sus personajes y la trama que se desenvuelve a su alrededor.