Las cosas parecerían estar marchando para DC/WB, justamente, desde que sus realizadores decidieron adoptar esta nueva estrategia de no ligar sus películas a un universo compartido y más extenso. La fórmula del MCU no funcionó para Batman, Superman y compañía porque venía mal planteada desde entrada, pero sí las historias independientes que apenas se anclan a lo ya establecido, dejando en claro que son parte de esta gran franquicia, aunque no tienen que andar rindiéndole cuentas a otros superhéroes. “Mujer Maravilla” (Wonder Woman, 2017) fue la primera prueba fehaciente de ello, y “Aquaman” terminó por convencernos.
Ahora llega “Shazam!” (2019), un héroe bastante poco convencional que no sólo se aparta completamente del estilo del DCEU, sino que se ríe a carcajadas de sus compañeros y su condición de justiciero en spandex. Como dijo su director, el sueco David F. Sandberg, cada película necesita su tono, y el encontró el ideal para narrar los “orígenes” del verdadero Capitán Marvel de los cómics. El realizador de “Cuando las Luces se Apagan” (Lights Out, 2016) y “Annabelle 2: La Creación” (Annabelle: Creation, 2017), y el guionista casi debutante Henry Gayden, encontraron su inspiración en la nostalgia ochentosa y todas esas aventuras infantiles que también tenían su lado oscuro.
No hay secreto (ni negación) a la hora de encontrar paralelismos con historias como “Los Goonies” (The Goonies, 1985), “Volver al Futuro” (Back to the Future, 1985) o “Los Cazafantasmas” (Ghostbusters, 1984), pero es “Quisiera Ser Grande” (Big, 1988) el ejemplo más contundente para describir las intenciones de esta nueva aventura superheroica. Imaginemos que Josh Baskin -el joven protagonista de la maravillosa película de Penny Marshall– se volvió a cruzar con Zoltar y, esta vez, le pidió convertirse en Superman… o un superhéroe todavía más poderoso.
Esto es, básicamente, “Shazam!”, una historia familiar con mucha acción, magia, ternura y guiños comiqueros, que se circunscribe a varios escenarios de la ciudad de Filadelfia -las calles, la escuela, la casa-, pero no necesita mucho más para contar estos primeros pasos del héroe más improvisado del multiverso. Sus puntos más fuertes residen en su protagonista, y ese tropo tan gastado en los ochenta “niño en cuerpo de adulto”, su relación con sus semejantes, y la búsqueda de un propósito para sus nuevos poderes adquiridos. Porque claro, a ningún preadolescente le interesa salvar al mundo, más allá de su superfuerza y supervelocidad.
Todo arranca en la ciudad de Nueva York, en el año 1974, cuando el joven Thaddeus Sivana (Ethan Pugiotto) tiene la experiencia más extraña de su corta vida: un encuentro con un mago y la posibilidad de acceder a un poder inimaginable. Las cosas no salen tan bien para el pequeño no tan puro de corazón, pero igual crece obsesionado por encontrar al hechicero. Una meta que alcanza a la larga, llevándose consigo todos los males que pueden caer sobre la Tierra.
En la Filadelfia actual (sí, la ciudad de Rocky y el amor fraternal), conocemos a Billy Batson (Asher Angel), adolescente que pasó gran parte de su vida yendo de hogar adoptivo en hogar adoptivo, escapando de cada uno de ellos con la intención de encontrar a su mamá. Billy no cree necesitar una familia, pero igual termina en casa de Rosa (Marta Milans) y Victor Vasquez (Cooper Andrews), una pareja adorable dedicada a darles amor a estos niñitos descarriados. Batson no tiene opción y pronto se ve compartiendo casa con Mary Bromfield (Grace Fulton), Darla Dudley (Faithe Herman), Eugene Choi (Ian Chen), Pedro Peña (Jovan Armand) y Freddy Freeman (Jack Dylan Grazer), un jovencito discapacitado fan de los superhéroes que, en seguida, lo acoge como su mejor amigo, a pesar de las reticencias.
Pero Billy no es tan egoísta como nos quiere hacer creer a simple vista, y en un acto de bondad decide defender a su nuevo mejor compañero del abuso de unos brabucones y se gana dos nuevos enemigos. La huida pronto se convierte en una experiencia surrealista cuando Batson termina en una cueva y en presencia del mago Shazam (Djimon Hounsou), dispuesto a transferirle todos sus poderes a este nene que, obviamente, no puede tomarse las cosas muy en serio. Pero la magia existe, y al momento de pronunciar el nombre del hechicero, Billy se convierte en el “campeón” de todo lo bueno y el mortal más poderoso sobre la faz de la Tierra, con el cuerpo y el carisma de Zachary Levi.
Ahora, la única opción que le queda es recurrir a Freddy, la persona que más sabe sobre estos héroes de capa. Juntos empiezan a descubrir cada uno de sus poderes y, eventualmente, al villano que va a venir a reclamarlos: el receloso doctor Sivana (Mark Strong).
Así, “Shazam!” se convierte en una seguidilla de situaciones graciosas, repletas de referencias a otros personajes de DC (y de la cultura pop en general), que encuentra su punto más alto en las interacciones entre Levi y Grazer, el Eddie de “It” (Eso) (It, 2017), quien se roba la película. En ningún momento deja de reírse de sí misma, porque no hay nada más absurdo que un adulto vestido de spandex rojo y capa blanca por las calles de Pensilvania; pero entre las risas, la magia y algunos momentitos de terror que pueden espantar a los más chicos, demuestra su mejor cara: la ternura que emana de sus protagonistas (los jóvenes y los adultos), las relaciones que existen entre ellos, y la familia como un ente poderoso que, mucha veces, no es la que nos toca, sino la que se elige.
Ya desde las páginas de The New 52, la flia del Capi (este Capi) se convirtió en un grupo variopinto plagado de inclusión y diversidad. Sandberg lo traslada a la pantalla sin errores y con un casting ideal, dejándonos que nos encariñemos con cada uno de estos personajes. Acá no se trata de épica, ni efectos especiales que te vuelan la peluca, mucho menos de escenarios elaborados. Todo tiene que ver con la pequeña historia que nos quiere contar y sus protagonistas, dos nenes (uno con el cuerpo de un treintañero) que se ayudan mutuamente para encontrar su lugar en el mundo. En el camino, derrotan a un villano que no es precisamente el foco del relato, pero encaja a la perfección en este cuentito fantástico.
“Shazam!” no necesita mucho más para conquistar a la audiencia, se ve a la legua su presupuesto más acotado en relación con otras películas, pero el realizador sabe cómo exprimir cada centavo. Su espíritu reside en esos “clásicos” de los ochenta (hasta la banda sonora de Benjamin Wallfisch toma nota de ellos), aunque con un humor menos ingenuo, y muchos de los aplausos van para el guión de Gayden, que jamás toma a sus protagonistas como tontos porque no confunde ternura con cursilería.
El conjunto es una película superheroica diferente a lo que ya nos acostumbraron. No viene a romper las reglas, pero sí a introducir una nueva manera de hacer las cosas, al menos para DC. La primera escena post-créditos (tiene dos) suma detalles para una posible secuela, y vaya que tendrá continuaciones porque acá la estrategia es ganarse al público familiar tan ávido para este tipo de historias.
“Shazam!” se aleja de toda la oscuridad de Snyder y la parafernalia de Wan, y se conforma con su pequeña aventura acotada recargada de humor. Puede que no sea lo tuyo, espectador adulto que busca seriedad en los superhéroes; pero sí le cabe a ese niño interior que gustaba de pandillas juveniles que escapaban de los malos en bicicleta.