Cuando Vblank Entertainment lanzó Retro City Rampage en ese lejano 2014, nos deleitó no sólo con una de las mejores parodias a la saga de GTA, sino también con una verdadera carta de amor a la cultura Gamer en general. Pero si aquel primer juego era puro cariño a la industria en la que se arropaba, esta nueva aventura, Shakedown: Hawaii, es una tremenda cachetada a cuanta práctica comerciar nefasta se cruce en su camino, burlándose de la caradurez de los empresarios, la manipulación de los medios y el baldazo de agua helada—exagerado pero no por ello irreal—de que, así como en la guerra y en el amor, en los negocios también todo se vale.
La acción transcurre mayormente en las calles de una ciudad en la Hawaii del título, donde nuestro protagonista principal, el CEO de Feeble Industries, busca dominar comercialmente el total de la isla, no importa lo que tenga que hacer para lograrlo. A lo largo de la campaña principal intercalaremos el control entre otros dos personajes: el hijo del CEO, que quiere volverse un reconocido compositor, y un mercenario encargado de los trabajos más sucios; muy posiblemente un guiño a los tres personajes jugables de GTA V.
Una de las primeras cosas que notaremos es el bellísimo apartado artístico de las calles de la ciudad. La dirección de arte del juego anterior emulaba las limitaciones de 8-Bits de las primeras grandes consolas—al punto que Vblank terminó sacando una versión de Retro City Rampage para NES; pero ahora saltamos a una estética 16-Bits colmada de detallitos. La gran mayoría de los decorados que adornan las calles y edificios del juego pueden ser destruidos: postes, macetas, estanterías, hidrantes, carteles, cercados, todo vuela en mil pedazos con el poder de nuestros ataques o las arremetidas de nuestros vehículos. Una habitación impecable puede transformarse en un verdadero caos con tan sólo un pequeño tiroteo. La belleza del apartado pixelart continúa con las impecables animaciones de protagonistas y transeúntes, que en pocos píxels abren un enorme abanico de acciones y reacciones. Todo el juego es colorido y vibrante.
Pasamos, entonces, a la jugabilidad. La campaña principal consta de más de un centenar de pequeñas misiones en la que nuestro CEO protagonista lidiará con los menesteres del comercio moderno y los ajustará a su beneficio. El objetivo es expandir su poderío a lo largo y ancho de la isla, para lo cual habrá que acaparar mercados y perjudicar a la competencia. La estructura de las misiones es siempre la misma: movernos al punto X y realizar la acción Y. Hay que decir que no hay una verdadera dificultad en superar estas misiones, y llegaremos a sorprendernos de la velocidad a la que avanzamos la trama; en especial si no nos distraemos con actividades secundarias, que no son tantas como esperaríamos, pero sí son bastante entretenidas.
Parte de estas actividades incluyen desafíos con armas o con condiciones específicas, que no influyen directamente a la historia principal pero que resultan una pausa gratificante de las idas y venidas de nuestro corrupto protagonista en su escalada comercial. Una actividad que sí influye (aunque no es estrictamente obligatoria) son los titulares “shakedowns” (“extorsión”) del título. Ocurre que parte de la jugabilidad involucra la adquisición de negocios y propiedades… excepto que algunos negocios se niegan a vender. Tendremos que acudir personalmente a estos locales para iniciar un “shakedown”, que varía entre varios potenciales minijuegos: destruir el local, derrotar a los matones que contrató el dueño, espantar a los clientes, interceptar camiones de entrega y otras más. De nuevo, son misiones rápidas, pequeñas, pero también muy satisfactorias.
El sistema de adquisición y administración de nuestro imperio financiero es una interesante agregado al juego, pero lamentablemente le falta profundidad y básicamente rompe todo el sistema económico. A medida que avanzamos la trama (y que realizamos shakedowns) se irán habilitando nuevas propiedades para adquirir, las cuales van generando ingresos constantes a nuestra cuenta bancaria. No tardaremos mucho en descubrir que estas ganancias aumentan de forma exponencial—en especial cuando descubrimos los Multiplicadores que podremos adosar a todos y cada uno de nuestros edificios para que nos den todavía más platita.
De la mitad de la campaña en adelante, comprar nuevas propiedades es más un problema de cuándo serán habilitadas para adquirir, y no de si tenemos suficiente balance en una empresa que, en teoría, se estaba yendo a la lona. Sí es verdad, sin embargo, que la compra de algunos locales muy específicos traen ventajas adicionales en el juego; por ejemplo, más variedad de armas para comprar en las armerías cuantas más tiendas de este tipo tengamos. De esa misma forma, obtener todas las edificaciones de un mismo ramo activa el Monopolio en ese sector, otorgándonos el doble de ganancias de forma automática.
Todo esto hace de Shakedown: Hawaii una experiencia mucho más casual, pero no por ello menos entretenida. Al contrario, ir por ahí causando caos nunca deja de ser divertido (hay un modo de juego exclusivo para eso), pero la estructura de misiones y la brevedad de las mismas hacen de éste un juego que funciona muchísimo mejor en las consolas portátiles, Nintendo Switch y PS Vita, permitiéndonos jugar un par de misiones y continuar más tarde.
Claro que lo más importante de un émulo de GTA es su jugabilidad como tal. Shakedown: Hawaii mantiene la estructura de control de Retro City Rampage, pero quizá se siente un poco más pulido. Movernos por las calles de la ciudad, a pie o en algún vehículo, sigue siendo satisfactorio, al igual que saltar encima de las cabezas de la muchedumbre o intercambiar confites de plomo con una buena variedad de armamento.
El sistema de disparo se simplifica a movernos en dirección de la víctima y mantener el gatillo presionado para enfocar el fuego en el objetivo, con el añadido de poder ponernos a cubierto tras algunas paredes y obstáculos para evitar el fuego enemigo. La inclusión de algunos sonidos en formato 16-Bit es particularmente agradable, en especial—y va a sonar muy raro decirlo—el crujido de huesos cuando aplastamos a un peatón con algún vehículo. No debería ser tan adictivo escuchar esa clase de cosas… pero lo es.
El juego se luce en su temática, su historia y la forma en que le pega una y otra vez a prácticas que usualmente nos pegan a nosotros primero como consumidores. El ascenso comercial de Feeble Industries requiere de pocos escrúpulos y mucha ganancia, y para eso irá adoptando todas y cada una de las prácticas nefastas de la economía actual: propagandas engañosas, letra chica en contratos que ya de por sí son restrictivos, productos de mala calidad, lootboxes, impuestos adicionales, múltiples planes de subscripción y toda una extensa lista de pequeños y grandes inconvenientes.
Quizá su mayor logro está en que no importa qué tan desquiciado o exagerado sea una de las muchas manipulaciones que vemos en pantalla; todas y cada una de ellas se sigue sintiendo incómodamente real. Nosotros estamos jugando como la persona que tanto odiamos: el empresario inescrupuloso que no entiende las prácticas modernas pero que no tiene reparos en utilizarlas para sus propios fines, usualmente empeorando problemas que ya eran (y todavía son) excesivamente innecesarios. Nosotros somos los verdaderos villanos del juego, y parte de nuestra misión es asegurarnos de que se nos pague por ello. Da una sensación de ambigüedad moral difícil de describir.
Shakedown: Hawaii consigue alzarse como un más que digno sucesor espiritual al título anterior de Vblank. El atractivo de su hermosa estética pixelart se potencia con una jugabilidad y un sistema de control sencillos pero altamente funcionales y satisfactorios. La brevedad de sus misiones incita al juego casual, pero el enorme entretenimiento de recorrer las calles de la ciudad causando caos nos va a mantener jugando por largos períodos de tiempo. Qué mejor que aprendernos una o dos prácticas ilegales de paso, ¿no? Qué lindo es ser el malo del juego…