Parece que se nos hace imposible evitar las comparaciones entre “Rocketman” (2019) y “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury” (Bohemian Rhapsody, 2018), un poco por su proximidad musical y otro tanto por la participación del director Dexter Fletcher, realizador no acreditado en la biopic de Queen -quien llegó para terminar el trabajo tras la partida de Bryan Singer– y amo y señor de este drama musical hecho y derecho. Sí, podrá haber muchas similitudes entre ambas películas, pero son más grandes sus diferencias, de entrada, el formato que eligen Fletcher y el guionista Lee Hall, el mismo de “Billy Elliot” (2000).
Si somos sinceros, “Rocketman” es más cercana -en cuanto a estructura- a historias como “Mamma Mia!” (2008), donde las canciones se convierten en partes fundamentales del relato. En este caso, para contar el ascenso a la fama de Reginald Kenneth Dwight, prodigio musical más conocido como Elton John, quien a los 25 años ya era toda una estrella mundial y un millonario solitario en busca de un poquito de amor. A diferencia de “Bohemian Rhapsody”, acá el artista sí da concesiones y, a pesar de las licencias (porque siempre hay licencias), permite que el espectador se inmiscuya en todos los aspectos de su existencia, sobre todo los excesos (el sexo, las drogas, el alcohol) que marcan el punto de inflexión, tanto en su vida como en este recorte de su historia.
Todo comienza en una sesión de rehabilitación, donde el pasado viene a recordarle el vertiginoso camino recorrido desde su tierna infancia en Pinner (Londres), criado por una madre bastante desapegada (Bryce Dallas Howard), un padre frío y ausente (Steven Mackintosh) y una abuela que siempre creyó en él (Gemma Jones). El pequeño Reggie tiene talento natural para tocar el piano y pronto consigue una beca para estudiar en la Royal Academy of Music. Su amor por el rock and roll no tarda en llegar, como las influencias del blues y el jazz que heredó de los gustos de papá.
Y así, entre “The Bitch Is Back”, “I Want Love”, “Saturday Night’s Alright for Fighting”, “Thank You for All Your Loving”, “Border Song”, “Your Song” y tantas otras, el nene va creciendo y convirtiéndose en el adulto Elton interpretado por Taron Egerton, estrella indiscutida de esta biopic que, además, se atreve a cantar cada una de las canciones junto al resto del elenco. Fletcher y Hall mapean una historia que se mueve entre ese presente donde el artista tocó fondo, y cada una de las etapas de su carrera. Las presentaciones en los pubs locales pronto se transforman en la banda de soporte Bluesology, la posibilidad de encontrar el éxito junto a Dick James (Stephen Graham) y sus primeras colaboraciones con Bernie Taupin (un genial Jamie Bell).
Este es el punto de partida para una gran amistad y el suceso arrollador que van a encontrar al otro lado del charco cuando sus hits penetren en los oídos de los espectadores de Los Ángeles, ávidos de nuevos sonidos. Desde ahí todo va cuesta arriba para este dúo que debe atravesar algunos baches antes los celos de Elton y la interferencia de John Reid (Richard Madden), amante y manager de la estrella que todo el tiempo busca compensar esa falta de amor en su niñez, sin ver a aquellos que lo rodean.
“Rocketman” salta de concierto en concierto, hit detrás de otro hit, y las inseguridades de Elton que lo impulsan a abrazar la extravagancia en el escenario y en la vida real. Este llamado constante de atención también se da en la intimidad, donde la mala influencia de Reid lo empuja a un torbellino de excesos y vicios varios que empiezan a afectar su salud y sus relaciones sociales. El abismo está a un solo salto de distancia, y no hay momento en el que John no coquetee con un final melodramático.
Así es la película de Fletcher: colorida y extravagante por momentos, oscura y melancólica en tantos otros, y entre los brillos, la energía y las canciones (que obviamente no se pueden dejar de tararear) va encontrando el equilibrio entre el drama desbordado del artista, imposibilitado para manejar todo el éxito repentino, y la necesidad de encontrar un poco de monotonía en una vida que no tiene absolutamente nada de ordinario. “Rocketman” nunca pretende ser realista, sino contagiarnos con su magia y conmovernos con los momentos más íntimos de su protagonista, que poco y nada tienen que ver con los escenarios.
Acá hay mucho de “All That Jazz” (1979), aunque sin la maestría y el surrealismo inundado de Bob Fosse, pero igual hay que aplaudir la puesta en escena de Fletcher y su equipo -ovación de pie para el vestuario de Julian Day y los arreglos musicales de Matthew Margeson-, un realizador con poca experiencia en la materia. Sus números musicales son casi anárquicos y se disfrutan de principio a fin, creando una narración orgánica que funciona la gran mayoría de las veces.
Taron/Elton no es tan hipnótico como Freddie/Rami, aunque este detalle (no casual) sirve para profundizar en sus conflictos internos, un tanto maquillados, pero más auténticos y emotivos que los de Mercury con su banda. La intención de los realizadores (y el propio artista que colaboró codo a codo en la producción) es clara desde el primer momento: contar la verdad o, al menos, una verdad más cercana e íntima que no tiene miedo al qué dirán. Obviamente que “Rocketman” no escapa al artificio y la teatralidad, pero se siente la sinceridad detrás de todos los responsables, además de una búsqueda estética mucho más interesante. Te estamos mirando a vos, biopic de Tolkien.