Con el estreno de “Pokémon: Detective Pikachu” (2019) tenemos una nueva oportunidad de analizar hacia qué público están dirigidas realmente estas películas que se agarran de franquicias mega conocidas y muy queridas para los fans. La creación de Satoshi Tajiri, Ken Sugimori, Game Freak y Nintendo llega por primera vez a la pantalla grande en versión live action (acá adaptando el juego homónimo de 2018), mezclando actores de carne y hueso y a las tiernas criaturas animadas en CGI en una aventura familiar que, de entrada, requiere cierto conocimiento previo por parte del espectador si quiere disfrutar de cada guiño, chiste y referencia a más no poder.
Ahí está el truco y la trampa para aquellos que somos totalmente ignorantes de este universo, y es donde la película de Rob Letterman falla narrativamente, dando demasiadas cosas por sentado y entregando un relato infantil que, a pesar de maravillarnos con su puesta en escena y ganarnos con la ternura de sus personajes, nos pierde desde una historia tan incoherente y apresurada. No, no nos quejamos de los pokémon (¿o se dice pokémones?) y sus habilidades, sino de todos los demás elementos que también deberían funcionar dentro de la trama.
Letterman viene del mundo de la animación y la fantasía a full con cosas como “El Espanta Tiburones” (Shark Tale, 2004) y “Escalofríos” (Goosebumps, 2015), por eso se lo nota muy respetuoso y comprometido a la hora de los detalles y la apariencia de los verdaderos protagonistas de esta historia: los pokémon. El resto se le escapa de las manos y se convierte en una excusa para contar una aventura con tintes detectivescos bien al estilo buddy cop movie, que se va diluyendo de a poco, hasta llegar a un final lleno de giros y demasiado agarrado de los pelos.
Tim Goodman (Justice Smith) es un jovencito que vive solo y despreocupado. Atrás dejó sus sueños de convertirse en entrenador Pokémon, y ahora dedica todo su tiempo a ascender en su trabajo en una agencia de seguros. La tranquilidad de su vida da un giro inesperado al enterarse de la muerte de su papá, el detective Harry Goodman, en un accidente de auto en Ryme City, metrópoli donde los humanos y las criaturitas conviven y trabajan a la par sin más ni menos, emprendimiento del empresario Howard Clifford (Bill Nighy).
Muy a su pesar, Tim emprende el camino hacia Ryme para ponerle un cierre a la distante relación con su papá, pero pronto se ve involucrado en el misterioso último caso que el detective andaba investigando. En el departamento de Harry, mientras intenta dejar las cosas en orden, se cruza con Pikachu (voz de Ryan Reynolds), el antiguo compañero Pokémon de su progenitor, el cual supuestamente, debería haber muerte en el accidente junto a él. Esto despierta un poco las esperanzas en cuanto al paradero de Goodman, pero Pikachu no recuerda nada de lo sucedido, ni tampoco logra asimilar como puede ser que Tim entienda su lenguaje.
Este extraño vínculo es lo único que tienen para conectarse y tratar de descifrar qué pasó en realidad, partiendo de la base de que (posiblemente) Harry Goodman todavía esté con vida. Dejando todas sus diferencias de lado, y los daddy issues de Tim (quien perdió a mamá a los once años y se crió con su abuela porque papá decidió alejarse), la dupla emprende una aventura detectivesca que pronto los lleva a las arenas de pelea clandestinas de la ciudad, tras la pista de una sustancia conocida como el suero “R”, un gas que pone a los pokémon en un estado bastante alterado.
“Pokémon: Detective Pikachu” nos va llevando de escenario en escenario, presentando a las diferentes criaturas de la franquicia -cada una con su chistecito correspondiente-, mientras intenta resolver el misterio más rebuscado de la cinematografía mundial, y nos recuerda a cada minuto que Ryan Reynolds también es Deadpool (acá la diferencia son los chascarrillos ATP). Imposible no caer bajo los influjos de la ternura del personaje amarillo, pero más allá de ello cuesta relacionarse con una trama que depende demasiado de nuestro conocimiento previo sobre el funcionamiento de este universo tan particular.
Lo que nos lleva de vuelta al interrogante que planteamos al principio, porque es obvio que el fan de la saga lo disfruta y le funciona a las mil maravillas, a diferencia del espectador desprevenido (y casual) que espera un poquito de explicación y desarrollo. Ahí está el primer error de Letterman y del resto de los guionistas (Dan Hernandez, Benji Samit y Derek Connolly) que proponen que nos adecuemos a este mundo sin explicarnos del todo las reglas.
“Pokémon: Detective Pikachu” es divertida si estás “adentro”, demasiado ñoña y con un final agarrado de los pelos para los que no comulgamos con estas criaturas. Visualmente (y a pesar de su exceso de CGI) propone un universo simpático y le dedica obsesiva atención a cada detalle, pero ojalá hubiera hecho lo mismo a la hora del casting de sus protagonistas de carne y hueso.
El pobre Justice Smith no transmite nada, mucho menos una emoción sincera cuando se trata de afligirse por su familia. Kathryn Newton hace lo que puede como Lucy Stevens, aspirante a reportera que va a ayudar a nuestros héroes en la investigación; y Bill Nighy y Chris Geere (Roger Clifford, su hijo) son arquetipos demasiado recargados de manierismos y lugares comunes. Ok, acá lo importante son los pokémon y ahí la película se destaca, pero no podemos hacer la vista gorda a todos esos defectos en la construcción de personajes y de su trama.
Está claro que ésta, como “Avengers: Endgame” (2019), es una película para el amante de la franquicia. Eso no es del todo negativo y se celebra, pero cuando una gran parte de la audiencia se queda del lado de afuera, es hora de replantearse algunas estrategias marketineras… y ya que estamos, una trama menos flojita de papeles.