ANÁLISIS | PlayerUnknown’s Battlegrounds

En la industria del videojuego todo avanza y muta a un ritmo vertiginoso. En este aspecto es donde realmente podemos apreciar la maduración de un estudio: cuando vemos que tiene la cintura para adaptarse y mantenerse con vigencia (y por qué no vigor) en un contexto repleto de ofertas y claro, competencia. Nadie le va a quitar la cucarda a Brendan Greene: aunque no fue el primer Battle Royale, PlayerUnknown’s Battlegrounds es innegablemente el disparador de la tendencia de este tipo de juegos. Sí, es el que marcó un antes y un después en la manera de entender los shooters online y que llevó a que todos se metan a interpretar su propia filosofía de lo que es un Battle Royale

Es por eso que a un año de la salida “final” (la dichosa versión 1.0) y con su llegada a PlayStation 4, el contexto en el que analizamos PlayerUnknown’s Battlegrounds es completamente distinto. Tras todo este tiempo está claro que el más popular es Fortnite, que supo encontrar la forma ideal de tratar a su audiencia a través de contenidos gratuitos, crossovers con franquicias populares, todo con su propia identidad. También se animó Call of Duty a tener su propia versión del género con Blackout: el cual logró redefinir a su manera el manejo de inventario manteniendo su jugabilidad y por supuesto, la estupenda performance. Ni hablar de otros propuestas como Ring of Elysium, que también llegan a aportar lo propio.

¿Dónde queda parada la obra de Brendan Greene en medio de todo esto? Aunque la enorme oferta y variedad invitan a pensar que quedó adormecida en los laureles, lo cierto es que todavía sigue teniendo condimentos que la posicionan como una experiencia única. A diferencia del resto, PlayerUnkown’s Battlegrounds sigue apostando al acercamiento más realista y táctico de la acción. El minuto a minuto pausado, tenso, cuasi survival sigue siendo su fuerte y en este sentido prevalece imbatible: es una máquina de generar momentos épicos y sumamente dramáticos. Esta característica continúa siendo su principal fortaleza, junto con una jugabilidad que tiene más en común con la serie Arma que con el resto de los shooters, lo cual de por sí le aporta un tono distintivo.

También lo ayuda a diferenciarse el hecho de que contamos con tres mapas para seleccionar. La versión de PlayStation 4 incluye Erangel -el mapa ruso con el que se hizo conocido; Miramar -el segundo en entrar en rotación, inspirado en México y por último Sanhok: un entorno cuasi selvático inspirado en un punto ignoto de Asia. Vikendi, el cuarto mapa anunciado llegará en enero del año próximo en consolas, mientras que en PC ya está disponible. Este mapa es particularmente interesante no sólo por su cualidad gélida (se trata de un entorno nevado) sino porque incluye una mecánica nueva: la de evitar dejar rastros en la nieve para evitar que nos detecten.

Más allá de los puntos que se pueden llegar a criticar de cada uno de estos mapas, es justo decir que la variedad no hace más que engrosar la oferta y después de jugarlos por un buen rato, hay que reconocer que aportan situaciones por completo distintas. En este sentido no hay ninguno que pueda arrimársele: ni Fortnite con sus actualizaciones y cambios de temporada, ni Call of Duty con su combinación de elementos PvP y PvE. También es destacable la posibilidad de jugarlo en tercera o en primera persona ya que ambos casos nos encontramos con ventajas y desventajas bien marcadas: elegir precisión al disparar sacrificando una mejor perspectiva del entorno que nos rodea, algo que en ocasiones, resulta fundamental.

La cosa se pone picante en Miramar

También se incorporan elementos que tienen que ver más con lo que ofrecen el resto de los Battle Royale que con el espíritu que hace a PlayerUnknown’s Battlegrounds lo que es, lo cual tristemente, se nota. Casi como a regañadientes, encontramos distintos desafíos diarios y semanales que, de una manera súper escueta, nos invitan a cumplir objetivos a cambio de experiencia, la cual cada cierto tiempo nos regala con un baúl o “lootbox” con objetos para personalizar nuestro avatar. En esto no hay nada nuevo: es conocida la poca mano que tuvo Bluehole para implementar este tipo de crossovers. Cuando la copia es mala no hay nada que hacer, y como ejemplo basta con recordar lo feo que fue el lanzamiento de la alianza junto a Suicide Squad. Desde ya que estos detalles se agradecen, pero realmente tienen muy poco que aportar a la experiencia. No restan, pero tampoco suman.

Así mismo, PlayerUnknown’s Battlegrounds se siente como un ,título que a esta altura, nunca va a estar lo suficientemente pulido. En PlayStation 4 regular se percibe una mejor distancia de dibujo y más detalle en las texturas, así como también una resolución nativa de 1080p que ofrece un despliegue visual mucho más correcto que su contrapartida de Xbox One. Incluso el netcode que nos conecta al resto de los jugadores parece funcionar mejor. Pero no es extraño encontrar pop up en las texturas o mismo en la geometría de los niveles, o ese efecto de rubberbanding que nos impide movernos con libertad en el escenario. Ya no estamos ante una obra concebida por un ejército de un solo hombre: hablamos de un hito comercial que ha recaudado millones, y de un equipo enorme detrás que a esta altura podría estar respondiendo de otra forma ante males que asolan al título prácticamente desde que salió.

Desde esa perspectiva, es el menos favorecido de los Battle Royale actuales: sigue sintiéndose áspero, a medio terminar en detalles que realmente importan como la presentación general del paquete, la tosca interfaz y menús, o la obtusa manera en la que nos presenta sus controles. Sigue pecando en esto de asignar múltiples funciones a un mismo botón, y manejar el inventario o recolectar el loot de enemigos caídos brinda una serie de dolores de cabeza que se sienten innecesarios, porque otros exponentes ya demostraron que al menos en consolas, esto se puede hacer muchísimo mejor.

Sanhok ofrece vistas increíbles… si la acción te permite verlas.

De ahí que nos queda la sensación de que este juego podría haber sido permeable en cuestiones cruciales que hacen a la experiencia y al disfrute, decididamente más importantes que incorporar un sistema de loot y progreso tan genérico como esquemático.En medio de todos estos elementos poco pulidos es donde PlayerUnknown’s Battlegrounds empieza a hacer su magia, sin que nosotros lo notemos. Nuestros músculos se irán adaptando alrededor de sus imperfecciones con el correr de las partidas: primero nos eliminarán rápidamente, luego iremos a mitad de tabla. Cuando ya tengamos un dominio claro estaremos en el top 10, hasta que entra ese momento Eureka cuando ganamos el primer “Chicken Dinner”.

Ganar en este juego no se siente como en ningún otro: hay una sensación de recompensa y desafío; un subidón de dopamina que el resto de los títulos no logra ni por asomo. Recordaremos cada una de las victorias que logremos en PlayerUnkown’s Battlegrounds casi como si fuesen historias de veteranos de guerra dignas de ser contadas a nuestros nietos. Y eso, en definitiva, es lo que a pesar de todo lo negativo que pueda decirse en su contra, nos tendrá volviendo por más. Jugarlo después de tanto tiempo inactivo y encontrar de nuevo el mismo incentivo para seguir hasta altas horas de la madrugada habla de lo redondo y sonante que es su núcleo jugable: es el que mejor entiende (y plasma) la mística detrás del concepto Battle Royale.

Esto es algo que Bluehole sabe mejor que nadie, por eso es que abraza esta idea y construye como puede a su alrededor. Lo mejor que podría pasarle es que el resto del paquete pueda estar a la altura de su concepto central de juego, pero a estas alturas tal vez nunca lo esté: quizás haya que aceptarlo como lo que es. Después de dos años de distintas fases de alfa, beta y posteriores parcheos, PlayerUnknown’s Battlegrounds sigue siendo ese potente motor V8 encajado en una chirriante carrocería destartalada y oxidada: un bólido de altísimos caballos de fuerza que es atractivo según el ángulo del que lo mires, cuyas butacas a veces pueden estar más duras de lo que uno quisiera. Eso sí: si superas todo eso y pisás el acelerador, puede darte el paseo de tu vida. Y eso es algo, definitivamente.