ANÁLISIS | One Day at a Time – Tercera temporada (Spoilers)

Seguramente, tu algoritmo de Netflix se saltea esta recomendación, si no, no se entiende porque “One Day at a Time” no es una de las sitcoms más celebradas y comentadas en las redes sociales. No, nunca fue la “serie del momento”, ni mucho menos TT, pero es una de las más disfrutables y maratoneables dentro del catálogo de la plataforma, sumando humor, coyuntura y momentos lacrimógenos más dignos de un dramón que de una comedia centrada en una familia de ascendencia cubana. Nadie sabe cómo lo hace, pero la creación de Gloria Calderon Kellett y Mike Royce siempre se las ingenia para dejarnos moqueando al final de cada una de sus temporadas.

La tercera no es la excepción, y aunque parece la flojita hasta el momento (y eso es mucho decir), compensa sus situaciones más cursis y chabacanas con un conjunto de personajes (y actores) insuperables, y temas de los que no cualquiera se atreve a hablar en clave humorística, pero con mensajes bien profundos que repercuten en el público, sin importar su edad, su sexo o condición sociocultural. Todos podemos identificarnos con los Álvarez y sus situaciones cotidianas… y hasta aprender un poquito sobre ellos.    

“One Day at a Time” mantiene el formato más clásico de la “comedia de situaciones” norteamericana, pero a lo largo de sus trece episodios suele conservar varios hilos y subtramas conductoras. Esta tercera entrega vuelve sobre los temas y conflictos de las anteriores, demostrando que esta historia no hace borrón y cuenta nueva cada vez que renueva su contrato.  

Los artistas invitados como Gloria Estefan (Mirtha), Joe Manganiello (Nick) o Alan Ruck (Lawrence Schneider) son una caricia para el espectador acérrimo, pero las verdaderas estrellas del show son los Álvarez: mamá Penelope (Justina Machado), la abuela Lydia (Rita Moreno), y los ya no tan pequeñines de la casa, Elena (Isabella Gomez) y Alex (Marcel Ruiz), lidiando con situaciones de todos los días como el racismo, la discriminación, la política de Trump, las enfermedades mentales más comunes como la depresión y la ansiedad, la violencia machista (el acoso, las conductas inapropiadas en ambientes de trabajo, etc.), el consentimiento en cualquier tipo de relación, las LGTB+ incluidas; la aceptación y la empatía, el consumo de drogas y otras enfermedades sociales, sólo para nombrar algunas.     

Sin caer en moralinas y con mucho tacto y corazón, los realizadores se hacen eco de estos tópicos que necesitan visibilidad, simplemente, porque forman parte de nuestras vidas y muchas veces son más difíciles de abordar que una invasión extraterrestre. Lupita es una madre soltera, ex veterana de guerra que sufre las consecuencias del estrés post-traumático, pero encuentra en la medicación y un grupo de apoyo de mujeres, su mejor contención, aunque no la única. Esta temporada, el grupo de Pam Valentine (Mackenzie Phillips) y sus compañeras adquiere más relevancia, no sólo como un lugar donde encontrar algunas respuestas, sino también la catarsis necesaria.

En casa debe hacerle frente a las viejas costumbres y la frágil salud de su mamá, los exámenes para convertirse en una enfermera matriculada (de ahí la ansiedad), un hijo adolescente que prueba la marihuana “porque es legal y todos lo hacen”, y una hija que está a pasos de entrar a la universidad. En el medio trata de mantener alguna relación romántica y encontrar al “amor” de su vida, al mismo tiempo que su ex Victor (James Martínez) empieza a formar una nueva familia.

Lo primero es la familia

El futuro casamiento de papá Álvarez alborota un poco este avispero, no porque Lupe sienta celos de su nueva (y muy parecida) esposa, sino por muchas de esas heridas que todavía no sanaron, sobre todo para Elena, que no olvida como su padre se ausentó de sus Quinces por el sólo hecho de haberse declarado lesbiana. Esta tercera temporada se esmera por cerrar este círculo dejando que cada uno de los personajes tenga su opinión y redención. Tampoco deja de lado la relación entre hermanos, tan difícil dentro de una sociedad patriarcal como la latinoamericana donde los hombres (machos proveedores) siempre llevan las de ganar. Tanto Alex, como Tito (James Martínez) –hermano de Lupe- aprenden una valiosa lección al respecto, aunque para Lydia no dejen de ser sus favoritos.

La siempre tensa relación entra madre e hija vuelve a darnos algunos de los mejores momentos, pero es el apoyo incondicional de Schneider (Todd Grinnell), lo que lo convierte en el MVP de la temporada. El hombre blanco privilegiado es el mejor contraste para esta parentela latina, pero Pat tiene sus propios fantasmas y sus experiencias pasadas no sólo ayudan a Lupe y a Alex, sino que vuelven para atormentarlo cuando papá Lawrence viene a visitarlo y a darle su aprobación después de tanto tiempo. Sus ocho años de sobriedad se van por la borda, y es ahí donde “One Day at a Time” nos demuestra el verdadero valor de la amistad y la familia. Ni hablar de todos esos gatitos con peluca que invaden el celular de Penelope cada vez que lo necesita.  

Esta entrega de la serie parece enfocarse en el amor y las relaciones abordadas de diferentes ángulos. Elena y Syd (Sheridan Pierce) deciden dar el gran salto y formalizar su correspondencia, siempre de manera consensuada y responsable, dejando en claro que el sexo, en este caso, no es diferente. Entre tanto feminismo y corrección política, Elena tiene que aprender a relajarse y aceptar que puede haber un poco de cursilería y lugares comunes dentro de su relación; así como Lupe descubre que los logros personales pueden ser tan excitantes y gratificantes, incluso más, que volver a compartir la vida con un hombre. Sí, el enfoque feminista nunca deja de estar presente aunque en el fondo siga imaginando el mismo cuanto de hadas que vivieron sus padres.

Nuestro blanquito privilegiado favorito

A pesar de sus situaciones exageradas y capítulos intrascendentes, la tercera temporada de “One Day at a Time” ya forma parte de lo mejorcito de este 2019, de entrada, gracias a momentos como “Outside”, “The First Time” o “Drinking and Driving”, pero en el fondo sabemos que es culpa del encanto de los Álvarez.