Hubo un período de, digamos, 24 meses a principios de los ‘90 en los que se podía argumentar que el impacto social de Sonic y Mario era el mismo. Es más – durante un tiempo la mascota de Sega representó el futuro de los videojuegos frente a la estética infantil y familiar del plomero bigotón. Pero para 1993 la fiebre de Sonic había bajado, y cuando Nintendo lanzó Super Mario 64 en 1996 era imposible pensar en el erizo azul como el futuro de nada.
Sin embargo, hay un universo paralelo (que debe existir en las oficinas de Sega y sus inmediaciones) en las que el público masivo no sólo ama por igual a Mario y a Sonic, sino que conoce a toda la familia extendida del pinchudo: Rouge la Murciélaga, Silver, Zazz, Vector el Cocodrilo… ¡y Jet el Halcón! ¿Quién podría olvidarse de Jet el Halcón?
Mario & Sonic at the Olympic Games Tokyo 2020 toma lugar en ese universo paralelo, y contra todo pronóstico es pura magia: una colección de minijuegos excelentes (bueno, en su mayoría) con dos estilos visuales (¡y de gameplay!) completamente distintos, y un modo historia tan irritante como divertido. Sí, estos dos conceptos son compatibles.
Tokyo 2020 (no voy a escribir el título completo cada vez) pertenece al género “colección de minijuegos”, el mismo en el que cae cada licenciatario de competencias deportivas desde el viejo Track & Field/Hyper Olympics, pero por suerte no tiene estructura de progresión alguna: todos los minijuegos y todos los modos están destrabados desde el primer momento. Gracias Sega.
Si los minijuegos son lo único que querés de esta adaptación, estás con suerte, ya que esta adaptación tiene 34 minijuegos distintos, divididos en dos categorías. Los primeros 24 son los de Tokyo 2020, distintos juegos en 3D que comparten la estética de ediciones anteriores de estas aventuras olímpicas, un 3D simple pero con animaciones bastante fluidas – hasta las expresiones faciales están muy bien, menos robóticas que en otros juegos. Imaginate un look entre el de los Sonic modernos y algo un poquito más nintendero como Mario Tennis Aces.
En esta colección no hay ningún juego verdaderamente malo. Algunos como los 100 metros de vallas son necesariamente simples, machacabotones a la antigua, perfectos para tomar aire entre disciplinas más complicadas como el tiro con arco o el skate (una adaptación más que digna del viejo estilo Tony Hawk).
Pero donde Mario & Sonic, increíblemente, destaca es en deportes más complejos, algunos de equipo. El ping pong, por ejemplo, es una especie de mini-Mario Tennis, con ataques especiales y controles precisos. Lo mismo pasa con el fútbol que resucita las mecánicas de Mario Strikers y hasta un rugby simplificado pero aún así emocionante.
La selección de personajes es igual de amplia, con 20 participantes posibles: 10 del universo Mario (sí, claro que está Waluigi) y 10 del universo Sonic, que incluyen clásicos amados por todos los niños del mundo como Knuckles y eh, Blaze, aparte de variantes modernas como Metal Sonic y Silver the Hedgehog Cada juego tiene un personajes extra que se destraba en el modo historia, una buena oportunidad para sumar cameos como una princesa Rosalina surfera, la maravillosa Wendy O. Koopa (¡y Ludwig! ¡y Larry!) y algo llamado ¿Zavok? que juro que no vi en mi vida.
Esta elección es más que pura estética. En la mayoría de los eventos los personajes tienen alguna ventaja por sobre los demás. En natación, por ejemplo, Tails no es el más rápido pero tiene “Giros Perfectos”. En ping-pong por ahí preferís jugar con Donkey Kong que tiene “Devoluciones Potentes”. Las diferencias son mínimas, pero con el tiempo vas a querer personajes que se ajusten a tu estilo de juego.
Como toda colección, tiene sus bodrios. El boxeo frustra por la diferencia de tamaño de los personajes que interfiere con las colisiones, y los lanzamientos de disco y jabalina parecen más relleno que otra cosa. Tres de los 24 minijuegos son versiones de fantasía que tienen poco y nada que ver con deportes reales, y sin duda mi favorito fue el juego de acción en tercera persona (Tiro Fantasía), que podríamos llamar “Gears of Wario”.
Cada uno de esos juegos tiene sus modos y variantes, con opciones competitivas y cooperativas. Además, hay distintas opciones de control para la mayoría de los eventos – si preferís botones, adelante, pero cada uno tiene controles por movimiento que son ideales para una Switch dockeada.
Hay una buena cantidad de opciones de multijugador local. Permite hasta cuatro jugadores con la opción de elegir los eventos que querés (hacele el favor a tus amigos de jugarlos antes para saber cuáles evitar). El modo en línea todavía no estaba implementado del todo, pero es más recomendable para partidas cortas que para eventos extensos.
Si algo sentí que faltaba en esta selección era una forma de simular los Juegos en sí. Elegir un equipito, ver una ceremonia de apertura, jugar varios eventos y finalmente ver donde quedamos en el podio. Las partidas rápidas son perfectas para agarrar la consola en cualquier momento del día, pero me encantaría tener desafíos un poco más extensos.
Los otros 10 minijuegos son un regalo para los viejos fans de estas mascotas. O para los viejos y punto. Seguramente viste en los tráilers que hay una página aparte de los eventos principales, en la que se esconde una selección especial de juegos de las Olimpíadas de Tokio de 1964, recreados con un estilo pixelado entre los 8 y 16 bits, con scanlines tipo televisión y todo.
Y estos juegos no son más simples que los principales. En vez de adaptar mecánicas de cartuchos de la época, suman ideas un poquito más modernas, como el simulador de clavados que usa combos tipo juego rítmico cada vez más complejos. La simplicidad aparente de eventos como judo o tiro es sólo un punto de entrada a niveles de dificultad bastante altos, y la maratón bien podría haber sido un cartucho completo de NES de los ‘80. Es como el regreso de los cartuchos 1000 en 1 de Family Game (que, es hora de admitirlo, nunca eran 1000).
El compromiso de Sega con la estética retro es admirable. Si pasamos de un menú a otro, por ejemplo, la música orquestal se convierte en “chiptune”, el locutor empieza a narrar con un tono de radio antigua (¡con distorsión y todo!), y la integración de los íconos de la familia Mario (8 bit) y Sonic (16 bit) es magistral – ninguno de los dos pierde identidad a pesar de venir de tecnologías muy distintas.
Ese mismo amor por la historia del gaming se puede percibir en el modo historia, un delirio absoluto que sospecho será detestado por los fans que se toman muy en serio juegos que involucran hongos que hablan y lagartos que rapean.
Por razones que nadie se molesta en explicar mucho, las pandillas respectivas de Mario y Sonic están en Tokio para ver (y participar, aparentemente) en los Juegos Olímpicos 2020. Mientras nuestros amigos disfrutan, los malosos Bowser y Eggman preparan un plan siniestro: una consola de videojuegos llamada Tokyo 64 en la que buscan atrapar a Mario y Sonic en forma de sprites retro en una infinita adaptación de los juegos Olímpicos de 1964 en la misma ciudad. Todo sale mal, y no solo absorben a Mario y Sonic, sino a los villanos.
Es hora de brillar, entonces, para los dos grandes segundones del gaming retro: Tails y Luigi, que deben pasear por Tokio buscando aliados para tratar de resolver este problema, en una aventura que se ve como un RPG, pero en realidad no es más que una novela visual en un mundo relativamente abierto. Controlamos a nuestros personajes a lo largo de un extenso mapa de Tokio que tiene varios puntos a explorar.
La mayoría son estadios y campos de juego en los que se realizarán eventos en los próximos Juegos. En cada uno de estos espacios encontraremos personajes de las dos series que, con cualquier excusa, terminamos enfrentando en distintos eventos, haciendo que este modo funcione como una especie de tutorial con cuentito incluído.
Los tutoriales son buenísimos, instrucciones en cuatro o cinco diapositivas que nos permiten aprender y experimentar de forma inmediata, con tips adicionales para mejorar nuestro juego que aparecen después de cada enfrentamiento. Si ganamos podemos continuar la historia, y si perdemos tres veces… también. Nadie te va a castigar por fallar en gimnasia rítimica.
Como mínimo, este modo historia es una idea original para mostrar cuán variado es el juego, pero Sega da un paso más allá y lo llena de cositas extra para hacer, como objetos coleccionables que incluyen trivia sobre los Juegos Olímpicos y las extensas mitologías de las dos mascotas protagónicas.
Lo más lindo de estos dos mapas (1964 y 2020) es que también sirven de guía turística de Tokio. Hay locaciones completas en las que no hay nada para hacer, y solamente están para conocer una nueva esquina de la ciudad: la Torre de Tokio, la Puerta Kaminarimon, el Teatro Kabukiza… cada una de ellas recreada con infinito amor la estética que toque en ese momento (3D o 2D). Un gran regalo para los que turistearon alguna vez por esa ciudad o los que sueñan con hacerlo.
Y en esas locaciones, de vez en cuando, hay aún más minijuegos, arcades simples pero muy divertidos que incluyen una persecución en lancha en el río Sumida, un beat ‘em up contra shy guys en la base del Tokyo Skytree y mi favorito, una especie de “Dónde Está Wally” con toads en el famoso cruce de Shibuya. No todos son joyas (el Mario Gear Sonic en el Museo Nacional es larguísimo y frustrante) pero sorprende la cantidad de géneros que logran explorar con (relativa) destreza. Estos minijuegos se destraban y quedan guardados en la sección “Mis Datos” (imposible saber por qué) y son individuales – no los vas a jugar con amigos. Pero la suma total de minigames, entonces, asciende a 44. Contenido no falta.
¿Y qué tal es la historia? ¡Una ridiculez, por supuesto! Los diálogos no sólo parecen escritos por un chico de 10 años, sino que son interminables, repletos de chiste malos y bites de audio que se repiten hasta el hartazgo para reemplazar un inexistente voice acting. Amé ver a los personajes de Nintendo declamando estos choclos de texto, que tienen poco y nada que ver con la caracterización de sus propios juegos, en los que manejan un minimalismo casi no-verbal. Esto es bien Sega, excesivo, irreverente, cargado de detalles innecesarios, una fiesta de principio a fin en la que no sabés qué te vas a encontrar. Como si Waluigi le hubiese robado por un rato el puesto a Shigeru Miyamoto.
La historia no sería ni la mitad de divertida si no fuera por la excelente traducción española, llena de modismos y dignos esfuerzos por traducir cada juego de palabras. El doblaje del locutor y su entusiasmo para cada uno de los juegos justifica jugarlo en nuestro idioma.
La locura de la historia es intencional, porque es casi una parodia de lo felizmente incoherentes que son estos dos universos, un poco como la (lamentablemente difunta) serie Mario & Luigi de RPGs. Y todo se explica cuando se revela el nombre del estudio responsable de la historia: Alphadream, casa responsable de aquella serie y que cerró hace unos meses. Te rompe el corazón ver que hasta el último momento estaban convirtiendo un juego por encargo en una joyita oculta.
Quizás lo que más me gusta de Mario & Sonic at the Olympic Games Tokyo 2020 es que podría no haber tenido ninguna de estas cosas y su destino comercial hubiese sido el mismo. Los personajes venden, la licencia vende – Sega no tenía por qué hacer nada más y aún así puso cuatro estudios a trabajar en un juego completo, de esos a los que sé que voy a volver en cada momento de ocio. No se me ocurre un elogio mejor que decir que este último Mario & Sonic no solo es buenísimo, sino que es mucho mejor de lo que debería haber sido.
MARIO AND SONIC: TOKYO 2020
Jugué unas 25 horas de Mario & Sonic at the Olympic Games Tokyo 2020 en Nintendo Switch Lite, en las que terminé el modo historia completo y probé varios de los minijuegos, en solitario y con amigos. El juego fue provisto por la publicadora.