ANÁLISIS | Leaving Neverland

El mundo no se divide entre aquellos que les creen a los acusadores de Michael Jackson, o no. El mundo se divide entre aquellos que le creen a una víctima de abuso sexual, o no. Si “Nanette” de Hannah Gadsby -con toda su sabiduría- no te ayudó a entender por qué no se puede (ni se debe) separar la obra del artista más allá de su impecable legado cultural, tal vez, “Leaving Neverland” le sume algunos porotos a esta eterna discusión/noción de que las estrellas no son ídolos intocables que no se deben juzgar, ya que sus talentos borran cualquier “desliz” que hayan tenido a puertas cerradas. Si hacemos la comparación, podemos decir que Picasso fue al arte del siglo XX, lo que Jackson para la música, pero nada en esta afirmación puede borrar sus conductas atroces.  

Claro que acá nos ponemos del lado de la víctima, porque después de cuatro horas de testimonios, ¿quién puede llegar a imaginar que James Safechuck y Wade Robson podrían exponerse de esta manera sin cargar con la verdad. Por cada vez que cuestionan al afectado y enarbolan esa horrorosa bandera de “¿Y por qué no hablaron antes?”, el documental de Dan Reed, y sus protagonistas en primera persona, se encargan de explicar sus motivos que, en definitiva, son los motivos de muchas de estas jóvenes víctimas de abuso.

Hay un patrón ineludible entre estos dos relatos y “The Tale” (2018), película basada en hechos reales -también de HBO-, a través de la cual la realizadora Jennifer Fox pudo exorcizar sus propios demonios. ¿La diferencia? Sus abusadores no son personas famosas y la ficcionalización, a diferencia del documental, siempre nos aparta un poco de la “realidad”. Lo que nos lleva al punto principal de “Leaving Neverland”, una historia que no intenta poner el foco en la estrella acusada, sino en las experiencias personales de sus víctimas, el proceso de “comprensión”, y la asimilación de que eso que atravesaron de chiquitos, muy chiquitos, es abuso y no el cariño excesivo de un adulto con Síndrome de Peter Pan.

Reed, realizador inglés, se tomó su tiempo para charlar con las víctimas y sus familiares más cercanos, recolectar testimonios y las pruebas necesarias que ligaron a Safechuck y Robson con el Rey del Pop durante años. En el caso de James, actor infantil de Simi Valley, todo empezó cuando filmó un famoso comercial para reconocida gaseosa que auspiciaba al cantante por aquel entonces. El nene no era fan, pero igual deslumbró al artista, que se interesó por su vida y la de su familia, llegando a pasar horas enteras en su humilde vivienda de California como si se tratara de una simple cita de juegos. En 1986, Safechuck tenía apenas nueve años, y comenzó un periodo de giras y excentricidades acompañando a su nuevo amigo por Europa.  

Para Wade, el camino empezó a los cinco años cuando ganó un concurso televisivo imitando a su ídolo musical. Hablamos de un nene un tanto retraído nacido en un remoto pueblito de Australia, que encontró en Jackson una figura de adoración y conexión que pronto se volvió realidad. Joy, la madre de Robson, siguió en contacto con Michael después de que el artista visitara el país para dar varios conciertos y, en 1990, toda la familia tuvo la oportunidad de viajar a los Estados Unidos y alojarse en el recién inaugurado Neverland.  

Dentro de las paredes de este rancho convertido en vivienda y parque de atracciones, fue donde los nenes (y es importante resaltar la palabra “nenes”) experimentaron un creciente y paulatino abuso sexual por parte del cantante, una práctica que no debería llamarnos la atención ya que Jackson tuvo dos acusaciones públicas, primero en 1993 (el caso de Jordan Chandler, el cual se arregló con una cuantiosa suma de dinero), y en 2004-2005, cuando fue declarado inocente por prácticas similares contra Gavin Arvizo, un chico de tan solo 13 años. Y de alguna manera, siempre nos paramos del lado de Michael, el hombre con poder porque nosotros también fuimos encandilados por el brillo cegador de la estrella.

Mejor hablar de ciertas cosas

Por ahí pasa “Leaving Neverland”. Entender los por qué. Porque estos dos chicos (ahora convertidos en adultos, esposos, padres) no hablaron antes; entender porque decidieron defender a Jackson más de una vez, y entender (aunque resulte inentendible) cómo sus padres permitieron que el abuso se llevara a cabo delante de sus propias narices, muchas veces en una habitación contigua. Acá, la culpa, nunca va a ser de los nenes, sino de los mayores que les jodieron la vida, y aunque las madres de James y Wade se merecen un lugar especial en el Infierno, nunca debemos olvidar quién es el verdadero villano de esta historia.

A través de cuatro horas, divididas en dos partes, Reed permite que sus protagonistas se explayen con los más sórdidos detalles. Sí, lo explicito juega un papel importante en este relato, pero lo que más duele son las secuelas que llegaron con los años. Lo que nos tiene que quedar bien en claro es que no todo abuso está ligado a la violencia, al menos no de forma física, un arma que el cantante pudo perfeccionar (sumemos las amenazas y el adoctrinamiento) para nunca alterar a sus víctimas. De ahí que Safechuck y Robson tardaran décadas en hablar, el mismo tiempo que les costó darse cuenta que eso que experimentaron cuando eran chicos fue una verdadera atrocidad.

“Leaving Neverland” no innova desde lo formal y se presenta de manera bastante genérica, pero su valor va más allá de lo estético e, inmediatamente, se convierte en un documento imprescindible sobre el abuso de menores. Un relato que excede al mismísimo Jackson, a sus defensores y detractores, pero igual nos empuja a tomar una postura, más que nada, para a entender la mente y las estrategias de estos criminales.

El fin de la inocencia 

¿Querés creer que acá la víctima es el cantante cuya imagen y talento están siendo mancillados? Nada de esto tiene que ver con el legado cultural que nos dejó el Rey del Pop, o si tenemos que quemar sus CDs en una hoguera, pero si no te da un poco de cringe al escuchar “Billie Jean”, tal vez el que tenga mal las prioridades, seas vos.