“La Voz de la Igualdad” (On the Basis of Sex, 2018) no tuvo mucha repercusión durante la temporada de premios, pero qué mejor fecha para estrenarla en nuestro país que el marco de los “festejos” por el Día de la Mujer. La película dirigida por Mimi Leder -responsable de obras tan opuestas como “Impacto Profundo” (Deep Impact, 1998) o “Cadena de Favores” (Pay It Forward, 2000)- se cruza con otro ícono femenino en la taquilla para completar una semana cargada de heroínas reales y de ficción; y aunque sabemos que “Capitana Marvel” (Captain Marvel, 2019) se lleva todas las de ganar, este drama biográfico basado en la figura de Ruth Bader Ginsburg, tiene un inmenso valor como documento histórico, más que como relato cinematográfico un tanto genérico.
¿Quién es esta señora (ahora entrada en años) a la que tanto mal le desea Donald Trump a través de su cuenta de Twitter? Ginsburg es jueza y jurista norteamericana, una de las pocas mujeres en llegar a la Corte Suprema de los Estados Unidos, y una de las luchadoras más incansables por la igualdad legal de derechos entre hombres y mujeres. Ruth se convirtió en todo un emblema de la cultura popular y durante el año pasado inundó las pantallas con el documental “RBG” (2018) -nominado al Oscar-, y esta película que cuenta sus primeros años en la práctica y ese “caso” que cambiaría su carrera para siempre.
Licencias poéticas e históricas aparte, “La Voz de la Igualdad” comienza en el año 1956 cuando la joven Ruth (Felicity Jones), esposa y madre de una bebé, arranca sus estudios en la escuela de leyes de Harvard donde se convierte en una de las nueve mujeres que comparte clases con otros 500 hombres. Un privilegio que el decano y otros superiores no le dejan de remarcar, aunque nada de esto tenga que ver con sus propias capacidades. Pronto la vida se le complica cuando su esposo Martin Ginsburg (Armie Hammer) -estudiante de segundo año- es diagnosticado con cáncer testicular. Ella decide atender a ambas clases para que él no se quede atrás y pueda recuperarse al mismo tiempo.
Ambos forman un matrimonio igualitario a prueba de todo, pero dos años después Martin consigue un importante trabajo en una firma de Nueva York, obligando a mudar a toda la familia e interrumpir los estudios de Ruth que, ante la negativa de un traslado a la universidad de Columbia, debe comenzar casi de cero. Sin importar que ella sea la primera de su clase a la hora de la graduación, ningún estudio tiene la intención de contratarla, justamente, por ser mujer. De ahí que Ginsburg se resigne y comience a dar clases en la escuela de leyes de Rutgers, enseñando a las nuevas generaciones sobre discriminación en base a los sexos.
En 1970 llega el gran giro a sus vidas y a la carrera de Ruth cuando su marido trae a colación un caso particular de “discriminación” -en realidad tiene que ver con la evasión de impuestos-, donde el excluido es un hombre. Este pequeño fallo en la ley enciende el espíritu combativo de Ginsburg, dándole la oportunidad de revertir las cosas y traer a la discusión -y por ende, la reformulación- todas esas leyes que discriminan (a la mujer) injustamente por razón de género. Una batalla que parece perdida casi desde el comienzo, pero tras conseguir varios aliados como Mel Wulf (Justin Theroux), al frente de la ACLU (American Civil Liberties Union), y Dorothy Kenyon (Kathy Bates), abogada y activista femenina; Ruth se empecina en sentar este precedente que puede cambiar para siempre la percepción en los Estados Unidos y, porque no, en el mundo.
Se imaginarán que es como remar en dulce de leche repostero, pero en medio de la revolución sexual y feminista de principios de la década del setenta, tal vez, los hombres blancos y vejetes de la Corte Suprema no estén tan listos para aceptar estos cambios, pero sí el mundo exterior, como bien se lo demuestra Jane (Cailee Spaeny), su hija adolescente.
Así, la película se convierte en un drama legal cargado de impedimentos y giros que ponen constantemente a prueba la paciencia y la perseverancia de Ruth Bader Ginsburg, no siempre tan segura de sus convicciones y de poder lograr sus cometidos. La fórmula es conocida, pero no por ello menos emotiva a la hora de las deliberaciones, sobre todo si tenemos en cuenta que esto apenas ocurrió unos cincuenta años atrás, y que cada 8 de marzo las mujeres del mundo salen (salimos) a la calle para seguir luchando por todos esos derechos que se les siguen negando.
“La Voz de la Igualdad” es una ‘feel good movie’ en la vena de “Talentos Ocultos” (Hidden Figures, 2016), que igual pega donde debe. Sus personajes principales son encantadores y deja bien en claro que el malo de la historia es la historia misma, al menos, esa que se niega a adaptarse a los cambios. Mimi Leder no inventa nada ni innova a la hora de la narración, como tampoco el guión del debutante Daniel Stiepleman, cumpliendo con todos los requisitos de un relato de época contado correctamente (y su gran reconstrucción, obvio), con una protagonista carismática y un compañero de lucha constante. Lo mejor es el choque de visiones entre madre e hija: dos generaciones que tiran para el mismo lado.