Keanu Reeves nunca abandonó la escena, pero cada tanto tiene un “regreso” memorable, casi siempre relacionado con una nueva saga de súper acción con ganas de sacudir lo establecido. No hace falta que recordemos “Matrix” (The Matrix), ¿o sí?, franquicia a punto de cumplir sus primeros veinte años que, entre otras cosas, llegó para revolucionar la estética visual y las peleas en pantalla, mezclando cyberpunk con las destrezas marciales del cine hongkonés. Pero no estamos acá para hablar del clásico del sci-fi de las hermanas Wachowski, sino de la serie que iniciaron Chad Stahelski y David Leitch en 2014, poniendo al bueno de Neo (perdón, Keanu) al centro de la escena como un ex asesino muy profesional, que debe salir del retiro para vengar la muerte de su mascota.
“Sin Control” (John Wick, 2014) resultó un éxito inesperado, rescatando los tropos más básicos del cine de súper acción, reformulándolos y explotándolos al extremo, prestándole el debido cuidado a su estética neo noir y sus estilizadas escenas de peleas cuerpo a cuerpo con cualquier tipo de arma o elemento que se puedan imaginar. Con una segunda entrega cada vez más exitosa, llegamos a “John Wick 3: Parabellum” (John Wick: Chapter 3 – Parabellum, 2019), no precisamente el final de una trilogía, ya que tanto director como estrella están más que dispuestos a seguir con esta locura mientras que el público siga respondiendo positivamente… y que a Reeves le dé el cuerpo para hacer las acrobacias necesarias.
Indispensable haber visto “John Wick 2: Un Nuevo Día para Matar” (John Wick: Chapter 2, 2017) para enganchar con esta nueva historia que arranca apenitas después de los sucesos de la secuela, con un Baba Yaga “excomunicado” tras haber roto las reglas del Sindicato (The High Table) y asesinado a Santino D’Antonio en el Hotel Continental de Nueva York. Herido y con muy poco tiempo, antes de entre en vigencia la orden que le pone precio a su cabeza (14 millones para ser precisos), John sopesa sus posibilidades de escape, esperando que todos los asesinos de la ciudad vengan por él.
Una vez que pone a salvo a su perrito -al cuidado de Charon (Lance Reddick), conserje del Continental- y se hace paso ante un ejército de asesinos dispuestos a cobrar la recompensa, Wick contacta al Director (Anjelica Huston), miembro de la Ruska Roma (la mafia, bah) y su protectora hasta ahí, la única capaz de ayudarlo y darle un salvoconducto para salir del país. Hay que tener en cuenta que la High Table no se anda con chiquitas, y además de quedarse con la cabeza de Jonathan, va a castigar y exigir lealtad a todos aquellos que lo protegieron o le dieron una mano amiga. Entre ellos, Winston (Ian McShane) -manager actual del hotel-, y el Bowery King (Laurence Fishburne), líder del mundillo criminal que se mueve entre las sombras de la Gran Manzana y más allá.
Mientras la representante del Sindicato (Asia Kate Dillon) hace su trabajo sucio en Nueva York tirando ultimátums a diestra y siniestra, John viaja hasta Casablanca (Marruecos) para encontrarse con Sofia (Halle Berry), otra ex asesina con la que comparte pasado, ahora manager del Continental local. Entre ambos hay una deuda (y un Marcador, claro) que Sofia no está muy dispuesta a cumplir a riesgo de poner en peligro su propia vida, pero pocos le pueden decir que no a Wick, quien necesita contactar al Anciano (The Elder), el miembro de más alto rango de la High Table, y el único que puede revertir su situación, claro está, a cambio de algún favor y mucha más lealtad.
Nada de esto se consigue de forma sencilla y diplomática. Para llegar a este punto, el director Chad Stahelski nos ofrece un sinfín de encontronazos y peleas súper coreografiadas y sangrientas, que van cambiando de escenarios hasta volver a Nueva York, ahí donde todo comenzó. Ahora, John Wick tiene una desagradable tarea que cumplir si pretende salvar su vida, y será dentro de las paredes del Continental donde va a presentar su ¿última? batalla.
Como sus antecesoras, “John Wick 3: Parabellum” no pretende sorprendernos con la complejidad de su relato, es más, los guionistas (Derek Kolstad, Shay Hatten, Chris Collins y Marc Abrams) lo fueron simplificando con la única misión de destacar la acción por sobre cualquier otra cosa. Así, algunas secuencias como las de Marruecos desaprovechan grandes oportunidades y personajes, y terminan resultando una simple excusa para mostrar los imponentes paisajes de la zona, y ver como la Berry reparte patadas junto a sus dos canes asesinos.
Acá queda más que claro que lo visual siempre va a tener preponderancia, ya sea las bellas imágenes de las bailarinas rusas entrenadas por el personaje de Huston, o los laberinticos recovecos de las salas más protegidas del Continental, donde John derrocha sangre y energía enfrentando a todo tipo de oponentes… muchas veces, en enfrentamientos que se extienden demasiado. No esperen mucho más (y claro que no lo esperan) porque esta la intensión principal de la franquicia: un festín de violencia estilizada y muy bien filmada, que no siempre se agarra de la razón o la coherencia. Ojo, tampoco pretende lo contrario.
Lo mejor de esta locura hemoglobínica (y un poco descerebrada, digamos todo) es el universo y las reglas que plantea, ampliando capítulo a capítulo la mitología de este sindicato global de asesinos muy educados que se guían por el honor (aunque no siempre), los códigos y las jerarquías. Claro que John y compañía llegaron para romperlos, generando disputas internas y externas, cuyas ramificaciones pueden extenderse más allá de esta película.
Por supuesto que no está todo dicho cuando se trata de Baba Yaga. El suceso de esta trecuela -más el cómic companion que lanzaron y una posible serie derivada- abre las posibilidades a futuro, garantizando mucha sangre, actuaciones exageradas y escenas de pelea rebuscadas. Además, ¿quién puede resistirse a Keanu?