Seamos sinceros, la Primera Guerra Mundial nunca tuvo el mismo “marketing” y exposición en las pantallas como la otra gran contienda armada que la sucedió, sobre todo cuando hablamos de ficción. “Leyendas de Pasión” (Legends of the Fall, 1994) le dedica unos momentos bastante dramáticos, Steven Spielberg hizo lo suyo en “Caballo de Guerra” (War Horse, 2011), y Patty Jenkins se animó a mostrarnos la brutalidad de la llamada Tierra de Nadie (No man’s land) -terreno situado entre dos trincheras enemigas que ningún bando desea ocupar por temor a exponerse al ataque enemigo en el proceso- en la superheroica “Mujer Maravilla” (Wonder Woman, 2017).
Si rebuscamos en la historia cinematográfica y televisiva, son bastante escasos los ejemplos que nos transportan al primer gran conflicto bélico del siglo XX, uno que cambió para siempre las reglas del juego al poner la tecnología al servicio de la muerte. Tal vez están pensando en caballos, bayonetas y rifles, pero la Gran Guerra también introdujo los primeros tanques, ametralladoras y gases letales, elementos mortíferos que pocos podían imaginar no muchos años antes del inicio de esta contienda.
Alejándose totalmente de su querida Tierra Media y los relatos Tolkienianos -curiosamente, J.R.R. también fue un veterano de esta guerra y la Batalla de Somme-, Peter Jackson decide honrar a su abuelo y todos esos soldados británicos que participaron en el conflicto, llevando a cabo “Jamás Llegarán a Viejos” (They Shall Not Grow Old, 2018), un documental que conmemora los primeros cien años desde el armisticio que se estableció en 1918, después de cuatro años de combates, destrucción y muerte -más de nueve millones de combatientes y siete millones de civiles perdieron la vida (el 1 % de la población mundial, por aquel entonces)-, mayormente en suelo europeo. Lo que comenzó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria (el famoso Franz Ferdinand) en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, pronto se convirtió en declaración de guerra por parte del Imperio Austrohúngaro y por el lado de los aliados (el llamado Triple Entente) se encontraba el Reino Unido, junto a Francia y el Imperio Ruso.
A Jackson sólo le interesa mostrar un pedacito de las terribles peripecias de estos soldados (los británicos) -la mayoría menores de edad que se enlistaron mintiendo- desde su exhaustivo entrenamiento, su paso por el campo de batalla y el regreso a casa, siempre desde sus propias experiencias. Para ello, y con todo el visto bueno de 14-18 NOW (programa cultural creado para el centenario), el Imperial War Museums y la BBC, el director recopiló metraje original inédito desde los mismísimos archivos del museo, y entrevistas grabadas de los hombres que sirvieron, cortesía de la BBC y el IWM.
“Jamás Llegarán a Viejos” arranca en blanco y negro (y en formato 1.33:1, tan extraño para nuestros tiempos y nuestros ojos), mostrando el comienzo de la guerra y el apuro del Reino Unido por sumarse al conflicto. Más allá de algunos efectos sonoros (la película original no tenía la capacidad de sincronizar imagen y sonido, aunque era todo un adelanto tecnológico para la época) y voces en off recreadas con fines dramáticos, Jackson resuelve mantener la autenticidad en cada fragmento, y el punto de vista de estos jovencitos. Tampoco se enfoca en sus nombres, sino en la experiencia conjunta de ser soldado en esta guerra tan particular y brutal, alejada del “glamour” que podía suponer empuñar un arma y convertirse en héroe a tan temprana edad.
Llegado el momento del combate, el realizador neozelandés decide magnificar nuestra propia experiencia como espectadores, ampliando el formato (ahora sí al panorámico 1.85:1), y a través de una técnica revolucionaria, consigue colorear estás imágenes que siempre se nos presentaron monocromáticas y como algo sumamente lejano. Lo que vemos es tan (ir)real como contundente, porque los horrores de la guerra y el padecimiento de estos soldados nos llega sin filtro y con una óptica 100% humana.
Los temas bélicos no son algo que atraigan al público masivo, sobre todo un acontecimiento histórico que ocurrió un siglo atrás, pero Jackson logra que nos conectemos con estos hombres anónimos, justamente, por el realismo y la humanidad que exuda cada imagen de su obra. En ningún momento romantiza la guerra o esta contienda en particular; en cambio, borra de un plumazo varias convenciones y presupuestos, mostrando las malas condiciones que atravesaron estos jóvenes más allá del frente, ya sea durante el entrenamiento previo, en las trincheras y en su regreso a casa poco festejado por sus compatriotas, ajenos a sus experiencias y sufrimientos, e incluso, ajenos a la disputa que nunca se hizo sentir en las islas británicas.
Jackson viene dando vueltas con este proyecto desde el año 2015 cuando lo tentaron con la idea de su primer documental. Desde entonces, él y su equipo se tomaron su tiempo para revisar más de 600 horas de entrevistas a unos 200 soldados, más unas cien horas de metraje original, algo que, según dice, le llevó todo un año. Un trabajo de amor y sumamente personal para este realizador que se conecta con los hechos a través de su abuelo (a quien está dedicado el film), uno de esos tantos combatientes que vivió el infierno y, seguramente, nunca fue muy capaz de poner su experiencia en palabras.