ANÁLISIS: Gypsy (Primera Temporada)

¿Cuáles son los elementos de un buen thriller? Son varios, suelen tener un buen gancho y un misterio que resolver (que sí es difícil de entender, todo va mucho mejor), pero hay uno mucho más básico, tan básico que está connotado en la palabra misma: el suspenso. ¿Qué es un thriller sin expectativa y sin tensión? Netflix lo hace posible con Gypsy, esa serie original de la que nadie está hablando porque nada está haciendo. 10 episodios en los que no pasa nada…

Gypsy es un thriller psicológico en el que una psicóloga se mete en la vida de sus pacientes para solucionarles la vida. La idea suena original y Naomi Watts en el papel protagónico termina por conjugar una premisa más que interesante. Por supuesto que desde lo planteado a la ejecución hay un gran trecho. Gypsy resulta ser una serie lenta, de ritmo glacial, que puede encontrarte salteando escenas o preguntándote por qué se la sigue viendo.

Además del ritmo lento, que ya palpamos a mitad del primer episodio, la serie tiene un carácter desordenado como los pacientes de Jean (Watts), nuestra psicóloga estrella. Por un lado trata a una madre controladora que no sabe cómo acercarse a su hija luego de que ella la deje de lado; por el otro, es terapeuta de un joven llamado Sam que tiene una relación enfermiza con Sidney (Sophie Cookson) una chica barista y cantante de rock que parece controladora y caprichosa. Jean tiene una segunda identidad, Diane, que usa para relacionarse con los conocidos de su paciente, a veces al punto tal de meterse demasiado en sus vidas, como con Sidney, con quien entabla una relación lésbica.

Lo que más nos engancha de la serie es la química entre Sidney y Jean. El problema es que la relación avanza como por cuentagotas y las chicas se toman siete capítulos en concretar. Ambas actrices tienen lo suyo, incluso Cookson, la más inexperta de ambas, convence (aunque también es cierto que no hace falta mucho para ser la típica chica misteriosa rompecorazones). Naomi Watts, entonces, termina siendo lo mejor de la serie, como era de esperarse, aunque se la nota limitada por el guion y a veces hasta duele verla pronunciar algunas líneas de diálogo sumamente estúpidas. La serie es un caso perfecto de “quien mucho abarca, poco aprieta” porque terminamos sin entender por qué Jean es así, qué necesidad tiene de hacerlo y por qué eligieron darnos dos vidas secretas para el personaje –la de la hija de la madre y la de Sidney– y no una.

Mucha cámara se llena también con la relación de Jean con su familia. Billy Crudup (Big Fish, Watchmen) encarna al esposo, un abogado exitoso consternado porque todos sus amigos le meten los cuernos a sus esposas y él no. La pequeña Maren Heary es Dolly, la hija del matrimonio y el único personaje de la serie con el que se puede empatizar. Lamentablemente, nunca se termina de desarrollar todo el drama que gira en torno a Dolly (no quiero dar spoilers) ni qué significa para Jean, así como tampoco se expande en la relación de Jean con su madre. La serie nunca construye nada y termina siendo aburrida, desprolija y obvia, como nunca deberían ser los thrillers.

En lo audiovisual arriesga poco y lamentablemente no podríamos esperar otra cosa de Sam Taylor-Johnson, productora de la serie y directora de los dos primeros capítulos, a quien recordamos por dirigir la terrible 50 Shades of Grey. En los primeros capítulos, no hay planos seductores ni recursos que refuercen la idea de que estamos viendo algo de misterio. Es cierto que a Watts le queda bien –y le sale bien– el papel de la burguesa elegante y seductora, es misteriosa en su interpretación, pero desde el lado del guion, el personaje tiene tan pocas capas que resulta increíble que estemos tratando con una serie sobre psicología. ¿No era que el inconsciente iba de la mano con lo sutil? Lisa Rubin, creadora y guionista, por su parte, no rompió con los prejuicios tampoco y dio lo que se suele esperar de un creativo amateur.

Gypsy es mala TV bien hecha, es decir, tiene el elenco, tiene los nombres y tiene el presupuesto, pero se queda corta –con todo lo paradójico que se oye decirle corta a una serie tan densa– en guion y en delicadeza artística. El resultado son 10 episodios de apatía pura: no te van a importar ni los personajes, ni la trama ni sus intentos de tratar temas importantes (como la disforia de género) y simplemente por eso resultan interminables.

¿Habrá segunda temporada? Esperemos que no. Si lo que preocupa es poder ver a Noami Watts en la tele, actriz que demostró en varias ocasiones su solidez para los thrillers y la ficción dramática, por suerte la tenemos en otra serie que tampoco nos cuenta nada (por ahora), pero que al menos está bien dirigida y nos atrapa. Esa serie es Twin Peaks.