En el año 2014, y con el visto bueno de los estudios Tōhō, Legendary Pictures se empecinó en hacernos olvidar el mal rato que pasamos con “Godzilla” (1998) de Roland Emmerich, iniciando un nuevo universo cinematográfico compartido de la mano de este kaiju legendario. Así, la versión de Gareth Edwards dio el puntapié inicial para el MonsterVerse, un rejunte de criaturas gigantes a las que no les queda otra que compartir pantalla con algunos humanos y sus dramas personales. En este equilibrio reside el éxito o fracaso de estas películas que ofrecen espectáculo y una historia de fondo para sostenerlo.
“Godzilla” (2014) fue un gran comienzo, pero muchos le reclamaron la poca participación del monstruo. “Kong: La Isla Calavera” (Kong: Skull Island, 2017) decidió ir mucho más allá, rescatando a ‘la octava maravilla del mundo’ con vistas a enfrentarse, tarde o temprano, con el rey de los lagartos mutantes. Antes de que se venga este choque de titanes durante 2020, había que demostrar quién es el macho alfa, de ahí que Michael Dougherty se haga cargo de esta secuela y tire toda la carne al asador, creando un espectáculo épico, visualmente insuperable, pero que vuelve a fallar cuando se trata de los protagonistas de carne y hueso. ¿Será que a nadie le importan?
Dougherty es un realizador que viene del género terrorífico con cosas como “Terror en Halloween” (Trick ‘r Treat, 2007) y “Krampus: El Terror de la Navidad” (Krampus, 2015). También es un fan muy respetuoso de la creación de Ishiro Honda, una consideración que se traduce en la pantalla. Su problema principal es no haber explotado del todo su faceta más humorística y tomarse algunas cuestiones demasiado en serio, conflictos familiares que entorpecen la trama más que llevarla adelante, dejando de lado los mejores elementos del cine catástrofe que sí exploró Edwards en la entrega anterior. Igual, acá lo más importante son los bichitos con ganas destructivas, y en ese aspecto nadie le gana a “Godzilla II: El Rey de los Monstruos” (Godzilla: King of the Monsters, 2019).
La historia arranca durante la batalla de San Francisco, la misma en la que Godzilla derrotó a los MUTO, destruyendo la ciudad a su paso (no le vamos a andar pidiendo que esquive edificios, ¿no?). En medio del desastre, Mark (Kyle Chandler) y Emma Russell (Vera Farmiga) perdieron a su pequeño hijo, una tragedia que los marcó y distanció para siempre. Cinco años después, la doctora y su hija Madison (Millie Bobby Brown) se encuentran en la selva de China investigando a uno de los tantos “titanes” que se hallan en profunda hibernación, en este caso, una larva gigante conocida como Titanus Mosura, o Mothra para los amigos.
Hay que aclarar que, mientras Mark le guarda un profundo rencor y odio a las criaturas gigantescas y, al igual que el gobierno, lucha para que sean extingan completamente, Emma tiene su propia filosofía, y su espíritu aventurero y científico la empujan a proteger estas especies, y a querer entenderlas y comunicarse con ellas. De ahí, la creación de ORCA, un aparatito que puede rastrear las frecuencias de estos bichos a lo largo y ancho del planeta, entre otras cosas. Un artefacto muy codiciado por Jonah Alan (Charles Dance), mercenario y bioterrorista que trafica con el ADN de estas bestias.
Dougherty y su coguionista Zach Shields no se andan con vueltas y van derechito a los bifes. Ni tiempo tenemos de conocer a los miembros distanciados de esta familia, antes de que las chicas caigan en manos del villano y partan con un rumbo muy específico: “despertar” a uno de los especímenes más misteriosos del conjunto, conocido como “Monstruo Cero”, con la intención de devolverles la Tierra a estos titanes que la habitaron y la gobernaron hace miles y miles de años. ¿¡Qué les pasaba!?
Se podrán imaginar que esta resulta ser la peor idea del universo, porque a pesar de los esfuerzos se hace imposible controlar a un bicho temperamental de tres cabezas como el magnánimo King Ghidorah, autoproclamado machito alfa ante el cual se inclinan las demás criaturas… o casi todas. Y ahora, ¿quién podrá defendernos? Se preguntan desde el gobierno y desde Monarch, la organización secreta que viene estudiando y conteniendo a estos monstruos dormidos desde hace décadas. La solución obvia es Godzilla, enemigo natural de esta hidra, quien ya demostró que suele estar del lado de los humanos. Al menos, por ahora.
Este es el planteo más básico de la película, pero Dougherty va un poco más allá con las extremistas y no tan alocadas motivaciones de los “malos”. De paso, se anima a un par de giros inesperados que refrescan bastante la trama (no, no se los vamos a decir), y le presta detallada atención a ampliar la mitología de estas criaturas, cuyo origen es muy diferente al de 1954. Pero aunque el realizador se aleja de las consecuencias de los ataques nucleares al final de la Segunda Guerra Mundial, la devastación causada por el hombre siempre está presente, como la constante necesidad de devolverle los esfuerzos a la naturaleza. Acá, esa naturaleza está representada por Godzilla, que va a necesitar alguna ayudita de los seres humanos, si quieren derrotar al gigante tricéfalo.
Mucha filosofía ambientalista, mucho drama familiar entre los Russell pero, al fin y al cabo, esta es una película de criaturas gigantes y mega poderosas dándose de piñas, y es ahí donde “Godzilla II: El Rey de los Monstruos” no nos defrauda ni un momento. Dougherty y su equipo d eefectos especiales (vayan anotando esa nominación al Oscar) crean imágenes bellísimas entre la destrucción y el caos, dejando que nos maravillemos y nos aterroricemos por partes iguales cada vez que Rodan, por ejemplo, arrasa con todo a su paso; o cuando Mothra demuestra que es mucho más que un par de alas bonitas. Hay poesía en cada uno de sus movimientos, y un peso mitológico del que nos gustaría aprender mucho más. Cada uno tiene sus características y su personalidad, aunque no siempre se le presta la debita atención.
Cada enfrentamiento eleva la apuesta, pero el ritmo y la trama se entorpecen (y muchas veces se ralentizan) cada vez que alguno de estos humanos entran en escena. Todo bien con Kyle Chandler, amor eterno por Ken Watanabe y sus discursos, aplausos para todas esas mujeres científicas, pero ninguno tiene el peso específico necesario para hacerles sombra a sus coprotagonistas en CGI. A “Godzilla II” le faltan unos cuantos toques de humor desperdiciados y dejar de tomarse las cosas tan en serio todo el tiempo, un camino que es necesario (la empatía humana es lo que nos conecta con los personajes), pero termina siendo lo que más falla en esta secuela, justamente, por su intrascendencia.
Nada que desluzca completamente la épica de la acción y el despliegue visual que se abre ante nuestros ojos y que, además, nos deja con muchas ganas de seguir enganchados con este universo, gracias a los indicios pocos sutiles (y escena post-créditos) de “Godzilla vs. Kong” (2020). No, no estamos listos para esto.