Análisis: FIFA 18 (PC, PS4, XONE)

Han pasado cuatro meses desde aquel acercamiento inicial, y hoy -con el juego ya en el mercado- me resulta difícil dejar de sentir una ligera incomodidad. FIFA 18 da un paso adelante respecto a FIFA 17, pero es un paso tan pequeño que no puedo dejar de preguntarme si las actualizaciones anuales pueden encontrar verdadero fundamento desde la perspectiva de los usuarios. Distribuyendo millones de unidades año tras año, es comprensible que EA Sports insista en vendernos un nuevo sombrero, ¿pero hasta qué punto podemos justificar invertir 60 dólares en un producto notable, de calidad ya probada, pero excesivamente continuista?

Si buscamos una respuesta cuantitativa, los fríos números no me permiten ser hipócrita; es muy probable que dedique entre 200 y 300 horas a este juego, lo que amortizaría sobradamente su costo. Sin embargo, podría encontrar el mismo disfrute si me mantuviese fiel a FIFA 17, siempre y cuando el público acérrimo de la serie no diera el salto a la nueva versión y los desarrolladores continuaran actualizando las plantillas con cierta regularidad. Nos acostumbramos tanto a los lanzamientos anuales que muchas veces ni siquiera cuestionamos su adquisición, estamos de algún modo cautivos de nuestra propia excitación ante lo nuevo.

Los párrafos precedentes de ninguna forma tienen como finalidad desmerecer las virtudes de la saga que ha dominado el género durante la última década. FIFA 18 se ve mejor y se siente mejor; no exagero al suponer que, al menos desde su estética, probablemente sea el juego de fútbol más llamativo de todos los tiempos. Las licencias de los equipos y las ligas más importantes del mundo nos brindan una ambientación insuperable, los rasgos faciales de los jugadores están verdaderamente logrados y toda la parafernalia que rodea al deporte rey está presente una vez más. Los relatos latinos, como contrapartida, continúan siendo muy pobres, manteniendo varias de las falencias que arrastran desde hace años y repitiendo hasta el hartazgo las mismas muletillas que ya conocemos de memoria. Sepan, estimados lectores, que por culpa de FIFA he desarrollado una especie de fobia hacia los peluches.

En lo relativo a sus alternativas de juego, el título continúa ofreciendo posibilidades prácticamente ilimitadas para todo tipo de usuarios. Desde el FUT, que nos permite forjar el equipo de nuestros sueños en base a una sabia mezcla de esfuerzo, suerte y -llegado el caso- dinero real, hasta las Temporadas en solitario o cooperativas, pasando por trepidantes encuentros en línea de 11 contra 11 y el clásico modo Carrera. Las variantes introducidas por estas modalidades son escasas, aunque bien sabemos que no es conveniente arreglar aquello que no está roto. Es en la Historia de Alex Hunter donde sí notaremos una evolución importante, debido primeramente al mayor peso que tienen nuestras decisiones, a las diversas opciones de personalización y a un argumento menos predecible que aquel visto en el debut de esta sorprendentemente entretenida campaña.

A nivel jugable, la disminución en la velocidad es notoria desde el comienzo. Por lo general, los desarrolladores alternan entre una entrega de dinámica arcade y otra más enfocada en la simulación. FIFA 18 está más cerca de esto último, no sólo por los cambios en el ritmo sino por las variables introducidas en los pases filtrados y en los centros. Los primeros ya no cuentan con la precisión casi absoluta de antaño, mientras que los segundos nos invitan a darle un mayor rango de efecto a la pelota, multiplicando las opciones de ataque. Los disparos de larga distancia, por su parte, parecen haber perdido algo de su efectividad, lo cual dota de un mayor equilibrio a la experiencia y, finalmente, el control de los jugadores se percibe más limpio, quizás como consecuencia de esta merma en el ritmo. Una agradable novedad es la posibilidad de programar los cambios que hacemos con mayor frecuencia, para luego poder ejecutarlos de forma automática simplemente presionando un botón. No se trata de ninguna revolución, claro, pero al menos la continuidad de los partidos no se resiente tanto como suele suceder ante una pausa tradicional, sobre todo sabiendo que Fernando Gago difícilmente pueda aguantar más de 70 minutos en cancha.

FIFA 18, pese a contar con un desempeño más que digno en todos sus apartados, está lejos de ser perfecto. Los arqueros conservan ciertos vicios incomprensibles, la defensa aún ofrece desajustes aislados y los jugadores más habilidosos son capaces de alterar las incidencias de juego con relativa facilidad. Todavía quedan varios aspectos (menores, en su mayoría) por pulir, pero supongo que a EA no le conviene del todo ofrecer el juego de fútbol definitivo, pues en tal caso no les sería sencillo vendernos una nueva entrega doce meses después.

Quizás el marcado énfasis puesto este año en el realismo tenga que ver con el futuro lanzamiento del título conmemorativo del mundial de Rusia (¿expansión? ¿juego independiente? ¿DLC?), situación que siempre ha resultado ideal para ofrecer una propuesta menos profunda, apta para todo tipo de público. Tal como acontece cada cuatro años, los responsables de la saga probablemente se estén guardando algunas sorpresas para la llegada de aquel producto puente entre sus entregas principales, limitando las innovaciones de la versión actual.


FIFA 18 tiene todo lo necesario para mantenernos cautivos durante meses, ofreciendo modos de juego virtualmente infinitos y un desarrollo que hace justo equilibrio entre una transmisión de fútbol real y los lógicos permisos que puede tomarse un videojuego. La continuidad de la novelesca historia de Alex Hunter es un bienvenido aliciente, y el resto de las modalidades ya conocidas aún mantienen intacta su capacidad de divertir. Sin embargo, aquellos que prioricen el juego offline y que no demuestren mayor interés en tener las plantillas actualizadas, tal vez no encuentren motivos de peso para acercarse a esta nueva edición. FIFA 18 es ligeramente más consistente que su antecesor directo, pero quizás no lo suficiente para justificar la misma inversión todos los años.

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