ANÁLISIS | El silencio

No sabemos qué vino primero, si fue el huevo o la gallina, pero “El Silencio” (The Silence, 2019) tiene demasiadas semejanzas con “Un Lugar en Silencio” (A Quiet Place, 2018), una película que no es enteramente original (seamos sinceros), pero sabe aprovechar muy bien sus recursos, sus temas y sus climas. No es el caso de la primera, una historia basada en la novela homónima de Tim Lebbon, que llega a la pantalla de Netflix sin pasar por los cines, y nos obliga sí o sí a recordar la obra de John Krasinski, así como otros clásicos como “Los Pájaros” (The Birds, 1963) o “Alien – El Octavo Pasajero” (Alien, 1979). También la reciente “Bird Box: A Ciegas” (Bird Box, 2018), porque todo ya se parece a todo cuando hay sentidos involucrados.

El director John R. Leonetti, responsable de “Annabelle” (2014) y “Mortal Kombat 2: La Aniquilación” (Mortal Kombat: Annihilation, 1997), tiene a su cargo esta adaptación con grandes actores y pocas ideas. Todo arranca en Pensilvania cuando un grupo de excavadores descubre unas cuevas antiquísimas bajo el suelo de la ciudad. Con el hallazgo llega una nueva especie de criaturas apodadas “vespas” (vesps), unos bichos sanguinarios parecidos a los pterosaurios, que lograron adaptarse y evolucionar.

No muy lejos de ahí, en las afueras de Nueva York, viven los Andrews. Papá Hugh (Stanley Tucci), mamá Kelly (Miranda Otto), la abuela Lynn (Kate Trotter), y sus dos hijos, Jude (Kyle Harrison Breitkopf) y Ally (Kiernan Shipka), adolescente de 16 años, que a los 13 perdió la audición en un accidente de auto. Cuando aparecen las primeras noticias de esta epidemia y el ataque mortífero de los vespas, el gobierno declara el estado de emergencia y le pide a la población mantener la calma dentro de sus hogares. Pronto descubren que a los monstruos los atrae el sonido (son ciegos), de ahí que la familia decida alejarse de la metrópoli y sus ruidos incesantes.

Junto a su amigo Glenn (John Corbett), salen a la ruta en busca de un refugio alejado, pero los bichitos no dan tregua, y los Andrews deben hacerles frente mucho antes de lo esperado. Como si el ataque de unos murciélagos asesinos no fuera suficiente, pronto se le suma una extraña secta que quiere la fertilidad de Ally (¿?). Y sí, acá es cuando todo se va al cuerno, y nos referimos específicamente al guión de Carey y Shane Van Dyke, una aparente historia de terror y supervivencia que no da tiempo para el desarrollo de ninguna de sus situaciones.  

Mientras los Andrews buscan un lugar seguro (y en silencio, ja), deben sobrellevar la amenaza constante de los vespas, otros humanos desesperados, heridas casi mortales y un cura con ideas estrafalarias. Todo esto en apenas una hora y media de película que nunca permite el respiro (para nosotros y los personajes), dificultando el hecho de poder relacionarnos con su sufrimiento y sus situación tan adversa. Así, “El Silencio” se convierte en es un conjunto de circunstancias que se suceden, muchas de ellas salidas de la nada y por puro capricho narrativo.  

El elenco hace lo mejor que puede, y es de lo poco rescatable de esta historia, pero más allá de algunos momentos de tensión un tanto predecibles, nunca logran transmitir el verdadero terror que están padeciendo como familia. Hay un abismo entre Shipka y Millicent Simmonds (la protagonista de “Un Lugar en Silencio”, actriz sordomuda en la vida real), y no podemos dejar de pensar que es sólo un personaje que no oye, sin ningún peso en la trama más allá de poder comunicarse con sus setes queridos por lenguaje de señas y sin hacer ruido. Más caprichos narrativos.

Calladitos se ven más bonitos

“El Silencio” no suma nada al género y entretiene hasta ahí; apresura cada paso de su narrativa hasta llegar a un final medio pelo, y nos presenta un conjunto de personajes tan habilidosos como incongruentes (vaya a saber de dónde sacaron tantas habilidades), dependiendo de la situación. Lugares comunes, dramatismo forzado, mucho homenaje al cine de terror y cero contexto para una historia que empieza y acaba sin dejar ninguna huella en nuestros cerebros.