ANÁLISIS| Destino: IO (IO, 2019)

Si lo de ustedes es la ciencia ficción, entonces deberían tratar de esquivar “Destino: IO” (IO, 2019), la nueva película apocalíptica original de Netflix, protagonizada por Margaret Qualley (sí, la que baila a lo loco en la publicidad de Kenzo) y Anthony Mackie (Falcon para los amigos). El novato Jonathan Helpert es el director responsable de esta aventura que, a pesar de su título, (spoiler alert) nunca nos lleva de paseo por este satélite de Júpiter, sino más bien por la naturaleza humana, un enfoque demasiado filosófico que, a pesar de sus buenas intenciones, dice poco y nada.

Estamos en un futuro no muy lejano donde la Tierra sucumbió al desastre ambiental, y cuando el aire se volvió irrespirable, los seres humanos tuvieron que tratar de encontrar una solución más allá de esta atmósfera para sobrevivir. El proyecto Éxodo trasladó a los supervivientes a una colonia que orbita Ío, la luna más cercana a Júpiter, desde donde saldrán a explorar nuevos mundos en busca de un hogar habitable.

Atrás quedó un planeta Tierra abandonado y decadente, donde no puede prosperar ningún organismo viviente. En este escenario desesperanzador, Sam (Qualley) y su padre, el científico Henry Walden (Danny Huston) no pierden las esperanzas, y dedican cada minuto de su tiempo a encontrar la amera de “adaptarse y sobrevivir”.

 

 

Walden, científico renombrado e impulsor del proyecto en sí, siempre vislumbró a Éxodo como un último recurso, pero no pudo evitar que la gente le diera la espalda a su querido planeta y abandonara este barco que parece no tener futuro. Sam comparte su mismo pensamiento y esperanza, por eso se reúsa firmemente a abordar las última naves que parten rumbo a Ío. Todo empieza a cambiar con el arribo de Micah (Mackie), otro sobreviviente que lo perdió todo y llega hasta su asentamiento en busca de respuestas.

Los Walden viven alejados de la ciudad, en una colina supuestamente libre del oxígeno contaminado. Acá cultivan sus propias verduras, destilan su agua, intentan criar nuevas especies de flora que se adapten a este nuevo ecosistema hostil, así como colmenas de abejas, las grandes salvadoras de la naturaleza. Los experimentos no siempre funcionan, pero no por ello pierden las ilusiones. Son como Wall-E y Eve limpiando la chatarra del planeta, y buscando ese brote verde que pueda revertir las cosas.

Mientras papá Henry se aleja durante días para avanzar con sus estudios, Micah llega en su globo y al ver la soledad a la que Sam está expuesta, lo único que intenta es convencerla de subirse a una de las naves rumbo a nuevos horizontes. Pero la chica no está tan sola, al menos en los papeles, ya que a través de las comunicaciones con la colonia, logró establecer una relación con el joven Elon (voz de Tom Payne), quien le cuenta sus aventuras en el espacio y la posibilidad de explorar otros mundos.

 

Qué difícil convencer a esta chica

 

Sam, a diferencia de su papá y Micah, nació en un planeta infectado y moribundo, y mucho de lo que conoce lo aprendió de los libros o sus incursiones a la abandonada biblioteca. Sus férreas esperanzas se agarran de la posibilidad de poder apreciar lugares, obras de arte o animales que ya están extintos, un poderoso sentimiento con el que Micah deberá luchar para convencerla. Esta es la historia que nos ofrecen los guionistas Clay Jeter, Charles Spano y Will Basanta, un relato post-apocalíptico a medias, enfocado en la creación y la necesidad humana de conectarse, no sólo con otros, sino con todo lo que nos rodea.

“Destino: IO” es una producción minimalista y de bajísimo presupuesto que no necesita de muchos escenarios ni puesta en escena para mostrar la desolación del planeta. Pero también carece de atractivo cuando se trata de sus personajes y una narración predecible que rápidamente se queda por el camino. La idea de sus realizadores es, obviamente, concentrarse en el viaje de Sam, quien debe tomar una postura final: quedarse y luchar, o abandonar y hacer rancho en un mundo que no conoce.

Los amantes del drama existencialista, tal vez, lo pasen un poco mejor con la propuesta de Helpert, más parecida a una declaración de principios ecologista (ojo, todo bien con esto) que a una obra cinematográfica completa. Como si fuera poco, nos deja un final “abierto” y poco preciso, demostrando que ni los realizadores pudieron darle sentido a su propia historia. Qualley y Mackie hacen lo que pueden con lo que tienen al alcance de sus manos, pero sus personajes no logran generar ningún sentimiento ni la empatía necesaria para que sus experiencias nos conmuevan.

Si les sobre una hora y media, saquen sus propias conclusiones… pero recuerden, que siempre pueden volver a ver “Roma”.

 

 

Puntaje: 4.5