Cuando nos compramos una consola de nueva generación queremos ese juego que justifique la inversión. Ya sea por cuestiones gráficas o por lo que representa a nivel jugabilidad, necesitamos aquel título para mostrarle a un familiar, a un amigo/a y que digan “wow ¿así se ven los juegos ahora?”. La remake deDemon’s Souls en PlayStation 5 es uno de los pocos juegos completamente exclusivos en este comienzo de generación y uno que, seguramente, despierte ese tipo de comentarios. Bluepoint Games ha recreado a la perfección un juego que siempre estuvo enredado en misterio y que generalmente ha sido observado tanto con fascinación como con miedo.
Lo primero que nos va a impactar es estar jugando a un Souls en consolas a 60 cuadros por segundo, lo cual lamentablemente es una rareza. Por default el modo con el que se comienza esta aventura es aquel que prioriza la performance y así es como vamos a estar muriendo una y otra vez a una resolución de 4k y a 60fps. La fluidez con la que se juega esta versión de Demon’s Souls es total y eleva la experiencia a nivel jugable de manera significativa. Vamos a poder ver y leer a la perfección cada ataque, animación y movimiento de los enemigos y sentirnos totalmente capaces de responder a eso. Para quienes históricamente han jugado títulos del tipo “souls” en consolas, este rendimiento probablemente resulte revelador y un antes y un después. Finalmente los 60 cuadros por segundo vuelven a establecerse como el standard en plataformas que no son PC y esa es una gran noticia para todo tipo de usuario.
En la vereda de enfrente tenemos un “modo cinemático” que corre a 30 cuadros por segundo y que, si bien tiene algunas mejoras en materia de iluminación y texturas algo más nítidas, honestamente no siento que valga la pena. Como el cambio de modo se puede hacer en cualquier momento y es instantáneo, ir y venir entre una modalidad y otra desnuda las falencias y los contratiempos de jugar a 30fps. El juego se siente tosco, pesado, impreciso y la sensación que me deja es que tartamudea más de lo normal. Quizás con la adición de ray tracing se podría llegar a justificar el hecho de que corra a esa cantidad de cuadros por segundo, pero la mejora gráfica no es significativa y claramente no es como Bluepoint pretende que el juego sea disfrutado.
Más allá del rendimiento, Demon’s Souls es impactante por sí mismo a nivel visual. Con una paleta de colores diferente a la original y con ciertas libertades artísticas, esta nueva versión es uno de los títulos más impactantes que se pueden encontrar en el mercado. La distancia de dibujo hace que pararnos en cualquier región elevada de Boletaria se sienta imponente y con una escala que antes simplemente no se podía lograr. Cada efecto de iluminación, cada detalle del escenario nos va a maravillar mientras luchamos por nuestra vida. Los diseños de los jefes son más amenazantes que nunca y los enemigos comunes también han recibido un lavado de cara pero en ningún momento se modifican sus ataques o comportamiento; salvo por lo estético, el resto sigue intacto.
Algo que sí se modifica pero no necesariamente por una decisión deliberada de parte de Bluepoint, es la ausencia de tiempos de carga. Es realmente impresionante lo poco que se tarda desde que apretamos “continuar” en el menú principal hasta que estamos jugando. Lo mismo sucede cuando morimos; en cuestión de segundos ya lo estamos intentando de nuevo. Por lo tanto si uno se lo pone a pensar bien, esta mejora en los tiempos de carga modifica bastante cómo nos relacionamos con un “souls”. Perder antes significaba pasar una larga pantalla de carga y muchos segundos lamentando nuestros errores; ahora no tenemos tiempo para autoflagelarnos con aquel golpe de más que no le tuvimos que haber dado a ese jefe. Simplemente encaramos para delante y continuamos jugando, lo volvemos a intentar sin pensarlo dos veces y rápidamente nos olvidamos de aquellos traspiés y ponemos nuestra cabeza en el desafío que está adelante.
Otra modificación que intuyo sí fue pensada por Bluepoint y que está bastante escondida pero que tiene efectos significativos, es la posibilidad de poner en “pausa” al juego. Bueno, técnicamente no estás apretando pausa, pero si activás el modo foto el juego se va a detener (siempre y cuando no estés en condiciones de ser invadido por otro jugador). Para aquellos que tenemos obligaciones y una vida adulta, este quizás sea el mejor regalo que esta remake nos pudo haber entregado. Un llamado, un pedido de nuestra pareja para ayudar con algo, alguien que toca el timbre o el simple hecho de ir al baño ahora sí pueden maridar con la experiencia “souls”. Por ejemplo, estaba peleando contra el Tower Knight ni más ni menos y mi esposa me realizó una consulta bastante importante; en ese momento activé el modo foto, frené el juego, respondí y después retomé donde estaba, algo que antes hubiera sido imposible. Incluso es una mecánica que podemos usar hasta a modo estratégico para frenar la pelota y pensar bien qué tenemos que hacer.
Por supuesto que muchas otras facetas de este juego no recibieron modificación alguna, tanto para bien como para mal. La jugabilidad es exactamente como la recordamos y se siente un juego hecho por From Software; nada se siente falto de timing, impreciso o desprolijo. El misterio de qué hace cada item, qué pretende tal o cual NPC, cómo llegar a un atajo o cómo hacer para que ese dragón no me prenda fuego en el puente, sigue estando. Lo que también se mantiene es una estructura de niveles bastante distinta a la del resto de los Souls. Demon’s nos permite ir a prácticamente todos las zonas/niveles del juego una vez que derrotamos al primer jefe; esto le da un mejor dinamismo todavía a la experiencia permitiendo que, si nos sentimos atascados, podemos ir a la siguiente zona y probar suerte ahí.
En general Bluepoint fue extremadamente respetuoso con el material original a nivel mecánicas y no reinterpretó ninguno de sus sistemas, incluso cuando algunos pueden ser un poco obtusos. En esa línea la interfaz, a mí entender, pudo haber tenido un lavado de cara y ser más efectiva e intuitiva; lamentablemente se mantiene casi igual y sigue siendo tan incómoda como siempre. Para ciertas personas eso es parte del encanto de estos juego, pero mientras que puedo entender ese argumento con cuestiones de combate, no creo que podría entender la necesidad de inmolarse por una interfaz.
Lo que tampoco se modifica es lo intensa y demandante de la experiencia; Demon’s Souls sigue siendo aquel que once años atrás dio el puntapié inicial para lo que terminó siendo una de las franquicias más influyentes en la historia del gaming. Todas las razones por lo que eso sucedió brillan más fuerte que nunca en esta remake y luego de más de una década de jugar a este género, creo que se puede valorar todavía más algunas de las decisiones y particularidades que este souls tiene. Por empezar cómo maneja las “archstones” (o sea, las fogatas) es distinto a cómo sucedió en el resto de la saga donde se volvieron más frecuentes y convenientes. También se apoya todavía más en el hecho de tener que encontrar los atajos correspondientes y aprovecharlos al máximo para no sufrir cada nivel. Incluso su comienzo es distinto en cuanto a cómo maneja la progresión ya que recién vamos a poder subir de nivel cuando eliminemos al primer jefe; ni hablar de las tendencias del mundo, las invasiones y cómo la experiencia online es sumamente intensa en el PvP y extremadamente amena cuando jugamos de manera cooperativa.
La remake de Demon’s Souls le da a PS5 su primer gran exclusivo y a cierta parte del público le brinda la posibilidad de disfrutar una experiencia sensacional que, probablemente, se habían perdido cuando salió en el año 2009. La recreación a nivel técnico es de una calidad enorme y el resultado es un juego que se ve como nunca pero que se juega como siempre, aunque esta vez a 60 cuadros por segundo. Volver a Boletaria nunca se sintió tan placentero, incluso cuando vamos insultar al aire más de una vez por esas almas perdidas. A fin de cuentas, esa es la experiencia souls y luego de 11 años se siente tan emocionante como el primer día.