ANÁLISIS| Creed II: Defendiendo el Legado (2018)

“Creed: Corazón de Campeón” (Creed, 2015) demostró que se puede refrescar una de las sagas más queridas del séptimo arte, apartarla de sus tropos ochentosos y modernizarla en cuanto a personajes y temas. Ryan Coogler (“Pantera Negra”) tiene mucho que ver con este suceso, pero sus compromisos en Wakanda lo obligaron a apartarse de la secuela que conecta directamente con “Rocky IV” (1985), aunque ya sin los pormenores y las alusiones políticas de la Guerra Fría.

“Creed II: Defendiendo el Legado” (Creed II, 2018) cae en las manos de Steven Caple Jr., un realizador casi debutante en materia cinematográfica, que logra mantener encauzado este barco, aunque las diferencias visuales con Coogler -y sobre todo la fotografía de Maryse Alberti, acá reemplazada por Kramer Morgenthau-se notan, haciendo de esta continuación una película deportiva mucho más genérica en este aspecto.

Si somos sinceros, las historias pugilísticas no tienen tanto para ofrecer y terminan cayendo en el relato de ascenso y caída (“Toro Salvaje”, “Gatica, el Mono”) o, como en este caso, los triunfalistas y de autosuperación. Con Adonis Creed (Michael B. Jordan), también hay que sumar un nombre de peso, el de su papá Apollo, quien murió, justamente, dejándolo todo arriba del cuadrilátero.

 

 

El pibe quería demostrarse algo a sí mismo y triunfar más allá de las expectativas de los demás. Ahora, tres años después, atrás quedó la derrota contra Ricky Conlan, y después de una serie de victorias, Don consigue convertirse en el nuevo campeón mundial de peso pesado al arrebatarle el título a Danny ‘Stuntman’ Wheeler. Listo, ya es una estrella y tiene el mundo a sus pies. La relación con Bianca (TessaThompson) sigue viento en popa, y tras formalizar, la chica le propone mudarse a Los Ángeles, más cerca de su mamá (Phylicia Rashad) y las posibilidades musicales de los estudios de grabación. Claro que Adonis se muestra reacio ante la decisión de abandonar Filadelfia y el ala protectora de su entrenador y mentor: Rocky Balboa (Sylvester Stallone).

Al otro lado del globo, en Ucrania, el joven y corpulento Viktor Drago (Florian Munteanu) trata de hacerse de un nombre y acumular victorias en el ring, siempre bajo la estricta mirada y preparación de su papá Ivan (Dolph Lundgren), el viejo enemigo del Semental Italiano. El ruso no guardo ningún buen recuerdo de aquella derrota más de tres décadas atrás, una mancha oscura que destruyó su carrera, su reputación y su matrimonio.   

De la mano del promotor Buddy Marcelle (Russell Hornsby), Drago ve la oportunidad de recuperar la gloria y volver triunfante a su madre patria, siempre, a costa de los triunfos de su hijo. La idea es enfrentar a Viktor y Creed, una pelea con demasiada historia a cuestas.

 

Dos potencias se saludan

 

Adonis acepta el reto sin la bendición ni el apoyo de Rocky. Entonces recluta los servicios de Tony ‘Little Duke’ Evers (Wood Harris), hijo del hombre que entrenó a su padre, para intentar alcanzar una hazaña casi imposible. ¿No vieron el tamaño y la contundencia del ruso? Todo es cuestión de familia y orgullo, un factor que determina este primer encuentro que no sale tan bien como el joven Creed espera. Ahora debe volver a levantarse y encontrar los verdaderos motivos por los cuales se calza los guantes y sube al cuadrilátero.

Después de esquivar la tarea en la entrega anterior, Stallone vuelve a formar parte del equipo de guionistas, de ahí que “Creed II” conecte directamente con cierta estructura de aquel enfrentamiento de potencias ochentero, aunque ahora estén en juego los egos heridos y la soberbia de los participantes, en vez de la superioridad de un país sobre el otro. Hay un abismo entre la humanidad y los miedos de Adonis y Rocky, y los arquetipos de Viktor e Ivan, que sólo viene acumulando resentimientos por más de treinta años. Recién bien entrada la historia, y en vistas del encontronazo final, estos personajes obtienen algún tipo de desarrollo y emociones, demostrando que no son robots ensamblados para repartir puñetazos.

Al igual que su antecesora, en “Creed II” el boxeo pasa a un segundo plano (y sí, ¿no se habían dado cuenta?), destacando las verdaderas motivaciones de los deportistas, y las relaciones que los ayudan a llegar a la cima y mantenerse intactos en una disciplina donde el cuerpo y la mente pagan las consecuencias. Steven Caple Jr. se concentra en la familia como entidad, la de Adonis, la de Rocky, la de Drago, y cómo funciona la dinámica en cada una de ellas. Todas son diferentes porque vienen de ámbitos distintos, pero la historia encuentra los puntos en común y es ahí donde la película consigue su mayor impacto.

 

Siempre en la esquina del bien

 

Claro que después están los golpes y la sangre del combate, y todo se reduce al triunfo o la derrota de la pelea final. En este aspecto, la estructura narrativa nunca cambia porque es el “fan service” que viene a buscar el espectador, y la adrenalina y emoción necesarias para cerrar este tipo de drama deportivo.

La secuela de Caple pierde un poco de impacto en el segundo acto y en algunos lugares comunes. Igual, sigue estando en lo más alto del podio, comparándola con muchas de las entregas de la franquicia protagonizadas por Sly. El director se da el lujo de jugar con la nostalgia y rescata muchos de los personajes de la saga, uniendo todo casi de forma natural.   

Las destrezas de un novato como Caple no estarán a la altura de las de Coogler, pero gracias a la gran banda sonora de Ludwig Göransson, cierta espectacularidad durante las peleas, y un elenco que le suma talento y corazón, “Creed II” consigue otro título por sus propios méritos, dejando la puerta siempre abierta para seguir incursionando en este legado pugilístico.