Sabrina volvió por una segunda temporada, ahora abrazando completamente sus orígenes de bruja. Tras una primera parte que sorprendió por su enfoque feminista, Chilling Adventures of Sabrina continúa por ese camino, aunque con una temporada un poco apurada y con romances adolescentes que sobren por completo.
La joven bruja (Kiernan Shipka) decide volcarse de lleno a las artes oscuras. Aunque a su tía Hilda (Lucy Davis) no le guste del todo y eso implique no ver a sus amigos mortales, Sabrina está decidida a convertirse en la mejor bruja. Incluso cuando eso implica desafiar a Father Blackwood (Richard Coyle) y al propio Satán… si, la serie sigue siendo lo suficientemente campy como para que las ridículas aspiraciones de los personajes tengan sentido.
Sabrina termina postulándose como top-boy de la Academia, el puesto de mejor estudiante, reservado únicamente para varones. Obviamente, la joven quiere cambiar eso, y aunque no lo logra, le sirve para conocer a Nick (Gavin Leatherwood), quien pasará a ser su enamorado de turno esta temporada.
Esta segunda temporada se encarga de expandir más la mitología del mundo oscuro, mostrándonos, por ejemplo, cómo viven las brujas y hechiceros el Día de San Valentín. El creador de la serie, Roberto Aguirre-Sacasa, apuesta por distintos formatos, como ya hace en Riverdale, dándonos episodios que parecen un especial de TV y otros que parecen una sitcom, para finalmente darle a Sabrina un formato dramático en la segunda mitad de la temporada.
Los capítulos autoconclusivos son los más atrapantes, pero también suman bastante “relleno” a una temporada que termina resolviendo el conflicto principal a las apuradas. No vamos a incluir spoilers, básicamente, Chilling Adventures of Sabrina se mete con problemas de gran escala, una historia de profecías y apocalipsis, temas que se toma demasiado en serio, con un tono que parece salido de American Horror Story. Para colmo, resuelve todo de la noche a la mañana, sin mucho drama de por medio, metiendo con calzador personajes que poco tienen que ver con el conflicto.
El drama adolecente está bien llevado y la serie ya no se siente tan infantil como en la primera parte. Es cierto que algunos romances no tienen química, como el de Harvey y Ros, y que todo el asunto de adolescentes enamorados a lo Riverdale no pega ni con moco acá. Pero temáticas como el bullying, los celos en la amistad y la transición de Theo (Lachlan Watson) están bien abordadas. Puntos extra para Netflix por elegir a Lachlan Watson para el personaje, artista que se identifica como no-binarie en la vida real.
De todas formas, al final terminamos sintiendo que no hay balance entre la vida mortal de Sabrina y su vida como bruja. El foco está puesto en lo segundo y a algunos conflictos, como la ceguera de Roz, no se le da la importancia que merecen.
Para esta temporada, toda la trama gana un color más oscuro. Aunque hay decisiones de guion cuestionables (como todo el tema de los cazadores de brujas, que no corta ni pincha al final), Zelda (Miranda Otto) y Madame Satán (Michelle Gomez) siguen siendo las caras fuertes del elenco. Y es bueno que finalmente le dé más espacio a Hilda (Lucy Davis), quien demuestra que es más que la sombra de su hermana.