ANÁLISIS | Chernobyl S01E04: The Happiness of All Mankind (Spoilers)

Los días, las semanas y los meses siguen pasando en Prípiat, y a pesar de que la amenaza inmediata de una nueva explosión (o fusión) en las instalaciones de Chernóbil parece haber disminuido, los peligros de la contaminación radioactiva siguen latentes y causando estragos segundo a segundo. El accidente nuclear ahora está a la vista del mundo, pero la Unión Soviética se rehúsa a aceptar esta “humillación” y sigue minimizando los riesgos, entorpeciendo la tarea de aquellos que intentan hacer el bien, y no simplemente esconder el problema debajo de la alfombra.

Pasaron cuatro meses desde el accidente y Valery Legasov y Boris Shcherbina siguen al pie del cañón, lidiando con los restos de la central nuclear y su tóxico reactor expuesto. Apagado el incendio, los hombres pueden seguir adelante con las tareas de limpieza, pero el nivel de contaminación y la fragilidad de la estructura hacen imposible el trabajo, ya sea para la fuerza humana o para las máquinas. La solución está en los vehículos lunares del programa espacial ruso, vehículos livianos que pueden ser controlados de manera remota sin poner en peligro a ningún ser vivo.

Las obras están divididas en tres sectores (o pisos, bautizados con nombre de mujer, como todas las calamidades) que rodean el núcleo, el más cercano imposible de transitar por más de noventa segundos. El director Johan Renck y el guionista y creador Craig Mazin nunca abandonan el drama y el suspenso de cada momento, celebrando los pequeños triunfos de estos hombres, y poniéndonos al borde del asiento cada vez que se presenta una nueva imposibilidad. En este caso, acceder al nivel más tóxico, lo cual requiere la implementación de “biorobots”, o sea, voluntarios que puedan recoger los pedazos del grafito, apenas protegidos de la radiación.

Cuando todo falla… 

Como toda decisión a lo largo de “Chernobyl”, Legasov y Shcherbina deben buscar el bien mayor, muchas veces, luchando con las propias directivas (y obstáculos) de un estado que sólo quiere ocultar su vergüenza. Esa “felicidad de toda la humanidad” a la que hace referencia el título de este episodio -como el viejo slogan de una estructura gubernamental tiránica que se está desintegrando-, se convierte en contradicción cuando vemos la censura y los miedos que rodean la verdad sobre el accidente.

Para sacarla a la luz, tenemos los esfuerzos de Ulana Khomyuk, quien sigue tratando de recolectar toda la información posible sobre los sucesos previos a la explosión, y determinar sus causas para que no vuelva a ocurrir, al menos, es suelo soviético. Su atrevimiento choca constantemente con el silencio de los pocos involucrados sobrevivientes (Anatoly Dyatlov), las pericias de la KGB, y los ocultamientos internos, ya que nos enteramos que muchas de las fallas sufridas ese 26 de abril de 1986, habrían ocurrido una década atrás en Leningrado con el mismo tipo de reactor. Pero en la U.R.S.S. de Mijaíl Gorbachov y Andréi Gromyko, no son aceptables.

Ahora, meses después del accidente, con todos los escombros recogidos y Chernóbil lista para quedar sepultada bajo toneladas de hormigón y acero, Legasov se enfrenta a un dilema mucho mayor: hablar ante el mundo para contar los pormenores de este desastre, decidiendo así, si decir la verdad o seguir los lineamientos cobardes de un gobierno que, seguramente, se va a cobrar cualquier traición de su parte. No hay que olvidar que la miniserie de HBO ficcionaliza los sucesos verídicos y que estos personajes nunca existieron, pero seguramente hubo homónimos que sí sufrieron las consecuencias.

La verdad a toda costa

El primer capítulo de “Chernobyl” nos dejó varias pistas al respecto, pero esas conclusiones llegarán la próxima semana con el desenlace de esta serie que no para ni un momento. Ahí es donde reside la destreza de los realizadores, que saben equilibrar estos asuntos políticos anclados a la inequívoca realidad de un estado, con el drama personal de los protagonistas que ahora deben afrontar las secuelas de la catástrofe.     

Imposible describir en palabras la escena de la babushka que se niega a abandonar su hogar cercano a la zona de exclusión, recordándonos que esta “amenaza invisible” no es la primera que le toca enfrentar. Estas mujeres ganaron la pulseada bajo su propio riesgo y condiciones, pero el área igual quedó devastada para evitar la propagación de la radiación a través de los cultivos, el agua y los animales, que debieron ser eliminados uno por uno.

“The Happiness of All Mankind” se pone un poco cruel cuando se mete con el equipo encargado de acabar con los bichitos, muchos de ellos animales domésticos. Pavel (Barry Keoghan), Bacho (Fares Fares) y Garo (Alexej Manvelov) conforman esta mezcla de militares y civiles abocados a la tarea, como parte de los más de 600 mil hombres que se dedicaron a “limpiar” el Norte de Ucrania. Las comparaciones con la guerra de Afganistán no pueden dejarse de lado, aunque acá el “enemigo” es la muerte en sí misma. A través de los ojos de Pavel entendemos la deshumanización de estos voluntarios que siguen aferrados con su deber hacia el estado, incluso cuando ponen en riesgo su propia vida.

A John Wick no le gusta esto

A pesar del paso del tiempo y centrarse en los conflictos más políticos, Renck y Mazin tienen la necesidad de seguir bien de cerca a sus protagonistas e ir cerrando sus historias particulares. Ahí tenemos a Lyudmilla Ignatenko, cuyo bebé no sobrevivió a la exposición radioactiva. La viuda del bombero es la representación del ciudadano común que vivió la tragedia de primera mano y ahora debe seguir adelante sin saber muy bien el “cómo”. Nadie parece tener respuestas ni consuelo para esta mujer que ante el estado sólo representa una cifra, una consecuencia de un accidente que, en realidad, no puede ocurrir en el contexto de esta Unión Soviética.

Por este lado debería venir el desenlace de “Chernoyl”, una miniserie que sabe cómo encarar cada arista de este desastre sin dramatizar ni agarrarse de la espectacularidad y los golpes bajos. El balance entre melodrama, suspenso, terror y catástrofe la convierten en una de las mejores producciones del año, pero es su “autenticidad” y su punto de vista más humano lo que logra conectar con el público, conocedor o no de este hecho que ya tiene más de treinta años.