Stephen King siempre da tela para cortar, ya sea en la pantalla chica como en la grande. Todavía quedan varias de sus historias para adaptar, pero estos tiempos modernos marcan el ritmo de las remakes de algunos de sus clásicos que vuelven para enamorar (y asustar) a nuevas audiencias. Porque el público se renueva, vio.
Vamos a suponer que el exitazo de “It (Eso)” (It, 2017) empujó a los ejecutivos a desempolvar otros proyectos y reversionar aquella historia que ya llegó a la pantalla en 1989 de la mano de Mary Lambert y el propio guión de King. Además, el terror es un género que siempre funciona, venga a patear el tablero o no. La “Cementerio de Animales” (Pet Sematary) original no es una obra maestra, pero sí una digna adaptación de una de las novelas más terroríficas y dramáticas del autor, ya que no hay peor horror para un padre/madre que lidiar con la muerte de un hijo/a.
Este es el punto más alto de este relato que empuja a los protagonistas más adultos y racionales a caer en creencias y misticismos, con el único propósito de esquivar la cruenta realidad y la negación de la pérdida para siempre. Los realizadores Kevin Kölsch y Dennis Widmyer -dos expertos en estos de generar sustos-, retoman estos temas tan sensibles y les dan su propia vuelta de tuerca a una historia que ya conocemos como la palma de nuestras manos.
Esta “Cementerio de Animales” (Pet Sematary, 2019) arranca con Louis (Jason Clarke) y Rachel Creed (Amy Seimetz), matrimonio que decide dejar atrás las tribulaciones de Boston y la gran ciudad, para hacer rancho en el tranquilo pueblito de Ludlow, en Maine (claro), junto a sus dos pequeños hijos Ellie y Gage. La casita, ensamblada en medio del bosque, es un sueño hecho realidad, pero pronto descubren que el terreno también alberga un viejo cementerio de mascotas donde los niños locales van a rendirle tributo a sus seres queridos peludos.
Desde su arribo, la pareja empieza a experimentar el tormento de viejos recuerdos en el caso de Rachel y extrañas visones para Louis, que no puede dejar de imaginar a un joven paciente atropellado por un automóvil al que no pudo salvar. Victor Pascow (Obssa Ahmed), la víctima, se le aparece en sueños premonitorios bastante apocalípticos para él y su familia, pero el raciocinio del doctor no se ajusta a las creencias de la vida después de la muerte, opiniones que suelen chocar con las de su esposa.
Los Creed logran hacer buenas migas con Jud Crandall (John Lithgow), un vecino de la zona, hombre útil (o no, según como lo vean) a la hora de los problemas. Y los problemas no tardan en llegar cuando el preciado gatito de Ellie, Church, es encontrado muerto al costado de la ruta. La decisión más prudente es deshacerse del animal para evitar que la nena sufra, pero Jud no tiene menor idea de comentarle a Louis sobre un terreno sagrado, más allá del cementerio de animales, que podría evitarle a la nena el sufrimiento por la pérdida de su minino.
Olvidándose de sus pesadillas, y yendo en contra de todo, Creed le sigue el juego a Crandall abriendo la puerta hacia la ruina de su familia. Ya sabemos cómo sigue la cosa desde acá, o tendrán que averiguarlo porque spoiler, pero no cabe duda que toda lógica queda a un lado y el dolor marca el ritmo de la historia. Pero Kölsch, Widmyer y los guionistas Matt Greenberg y Jeff Buhler deciden sumar varias vueltas de tuerca y cambiar algunas cuestiones del relato original, aunque manteniendo su esencia intacta. De esta manera, los realizadores le dan mucha más importancia a la impronta del lugar, los viejos espíritu que supuestamente lo habitan, y las consecuencias de las transgresiones de sus protagonistas, como en cualquier tragedia que se precie como tal.
El problema es que estos personajes muchas veces pecan de obvios y, como adolescentes en una película de terror genérica, hacen todo lo contrario a lo que se esperaría de ellos. Podemos justificar sus acciones a partir de su sufrimiento, pero la historia no da suficiente tiempo para desarrollar estos cambios de actitud que van empeorándolo todo. “Cementerio de Animales” es una película relativamente corta que, igual, termina aburriendo porque le dedica demasiado espacio a hechos banales y conversaciones superfluas, y se olvida de construir un relato coherente que no explica muchas de sus circunstancias.
Los climas de tensión funcionan, los niñitos no son tan molestos, y el primer tercio de la película nos va llevando de la mano, sumergiéndonos en un gran universo terrorífico; pero una vez que los protagonistas rompen tan fácilmente las reglas impuestas, a la narración le cuesta seguir sosteniendo la coherencia de lo que viene después. La historia igual funciona (a medias), aunque es un relato totalmente diferente al planteado por King. Nadie dice que esto sea malo, de ahí la importancia de una “reimaginación” y no una copia fiel de la versión de Lambert.
El problema principal es que el guión no termina de explicar muchas cosas que, en el conjunto, se ven extrañas. Estas “anomalías” corrompen la mitología del film, que empieza a perder fuerza cuando apura su violento desenlace. Esta nueva remake suma sofisticación, pero no siempre da en el clavo con la historia. Igual, los temas planteados por el autor persisten que, al fin y al cabo, son la verdadera alma de este cuentito de ultratumba.