Análisis: Carmageddon: Max Damage (PS4, XONE)

Entre todos esos juegos, también estaba Carmageddon.

El juego original de Stainless fue editado allá por 1997 y se distinguía por mostrarnos carreras completamente brutales en las que, sin ningún tipo de justificación, podíamos dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos arrollando a todos los peatones de una poblada ciudad. El juego fue prohibido en muchos países (Inglaterra, Brasil y Alemania) e incluso en nuestro país logró notoriedad, paradójico considerando que es uno de los países del mundo donde más muertes causan los accidentes de tráfico.

A diferencia de los juegos que mencionamos brevemente dos párrafos atrás, Carmageddon nunca fue ni siquiera el atisbo de un gran juego de carreras: sus controles palidecían contrastados a juegos de la misma época, y gráficamente, aunque impactante,  tampoco era una maravilla. No había nada más allá del chiste de matar peatones, esa especie de reducción del clásico film Death Race 2000, súper monocorde y lineal.

Si hay algo que es claro, es que Stainless estuvo mirando otra película: confundieron controversia con reconocimiento y se aferraron al chiste provocador como si fuese su único fuerte, reiterando sistemáticamente todo lo que estaba mal en aquel primer juego a través de los años y las secuelas. Tristemente, Carmageddon: Max Damage no es la excepción, más allá de que su nombre nos invite a pensar lo contrario. Este juego es, sin más, una nueva versión del Carmageddon: Reincarnated que salió hace algún tiempo en PC y que (siguiendo con el dudoso linaje de la saga) apestaba por donde lo mires.

Carmageddon: Max Damage nos plantea lo mismo de siempre: carreras con varios modos de juego e instancias de victoria donde cumplimos distintos objetivos para ganar. Algunos eventos nos dan varios objetivos que podemos cumplir para salir triunfadores, ya sea destrozar a los rivales, completar las vueltas o pisar a todos los peatones del mapa. Otros tienen objetivos más concretos, como recoger una equis cantidad de veces un checkpoint que aparece aleatoriamente en el mapa.

Sin importar qué tipo de carrera nos toque, la constante es el horrible control que el juego presenta, tosco y duro como en aquellos viejos tiempos de 1997 – no ha cambiado ni un ápice. Y realmente es un crimen, porque los escenarios (que no tienen un gran diseño ni mucho menos) nos dan cierta libertad y alientan a que podamos conducir por donde queramos cuando queramos. Es más: la exploración es uno de sus puntos fuertes, que siempre deriva en la obtención de power ups y créditos.

Vehículos hay a patadas y variados, pero todos se manejan igual: horrible. Ninguno de los bólidos resulta divertido de controlar, ni siquiera con la enorme cantidad de power ups que, de ser otro el sistema de manejo, otorgarían una experiencia competitiva potable. Literalmente, es imposible dominar al cien por cien ninguno de los vehículos gracias a los controles pobretones y una física caprichosa y carente de lógica. Al cabo de una hora, la experiencia pasa de confusa a frustrante.

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Y no es por falta de contenido, ya que Max Damage contiene un total de dieciséis niveles con pistas distintas y eventos que nos van dando créditos y monedas para mejorar nuestros fierros. Todo se realiza a través de una interfaz que atrasa más que los casi veinte años que tiene el juego original y que Stainless no se ha dignado a modificar para el uso con joystick. Así y todo, dudo que ningún jugador llegue a experimentar los dieciséis circuitos, ya que a las pocas horas de empezar a jugarlo el juego pide a gritos que salgamos corriendo a hacer otra cosa.

Si hasta acá da la impresión de que el juego es un espanto, toca dedicar unas líneas a los gráficos… que tampoco van a elevar la puntuación. Carmageddon: Max Damage está varios peldaños por debajo de lo que consideraríamos aceptable para un juego de PlayStation 3. Modelados súper ásperos y de pocos polígonos, texturas simplistas que por momentos parecen traídas directo desde 1997 y elementos de diseño en pantalla disonantes, como ciertos ítems que están dibujados con cell shading y otros con sprites. Y encima de todo, por momentos tironea de lo lindo.

¿Y la música? Los juegos viejos tenían al menos canciones de grupos como Fear Factory o Iron Maiden para musicalizar las carreras, pero con Max Damage tocaron las vacas flacas. Considerando los humildes orígenes del juego -viene del Kickstarter de Reincarnation que juntó algo más de medio millón de dólares- estamos destinados a sufrir incluso desde lo sonoro, gracias a las genéricas canciones metaleras que se pierden entre el bullicio de la chatarra chirriante y los monótonos gritos de piedad de los peatones.

No hay nada bueno en Carmageddon: Max Damage, salvo ese tórrido recuerdo emotivo de aquellos viejos y buenos tiempos en donde jugábamos a cualquier cosa simplemente porque podíamos y teníamos tiempo de hacerlo. Ese flashback dura -lo cronometré- unos 40 minutos. Todo se cae por la borda inmediatamente después: No hay una sola mejora respecto a sus antecesores y el chiste queda viejo rapidísimo. Supongo que todos maduramos en estos veinte años, salvo Carmageddon o Stainless, que no pudieron… o no quisieron.

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