ANÁLISIS | Campamento en el fin del mundo

Todas las generaciones se merecen tener sus Goonies, su “Cuenta Conmigo” (Stand by Me, 1986) o su “E.T. el Extraterrestre” (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982); en pocas palabras, su aventura fantástica protagonizada por pequeñines que fomentan la amistad a través de mil y una peripecias. “Stranger Things” no puede hacer todo el trabajo pesado, por eso McG decide aportar su granito de arena con esta película original de Netflix que, de alguna manera, retoma el testigo de todas esas obras antes mencionadas… o se burla de ellas. No nos quedan muy en claro sus verdaderas  intenciones.

“Campamento en el Fin del Mundo” (Rim of the World, 2019) toma todos esos elementos que convirtieron las aventuras juveniles en clásicos indiscutidos de los ochenta, les agrega un sinfín de referencias pop de todos los tiempos y un grupete de niñitos que cumplen con todas las reglas de la diversidad para que no haya problemas. También se despacha con la historia más inverosímil que se haya cruzado por la cabeza de un guionista (en este caso Zack Stentz), y no nos referimos, justamente, a la invasión extraterrestre que plantea.

El problema principal de esta película es su tono y su intención, ya que funciona(ría) mucho mejor como parodia (algo que no lo es) o como comedia llevada al extremo, algo que en manos de Edgar Wright, sería un verdadero hit. Pero McG no es Wright, y a pesar de un comienzo que promete diversión con poco esfuerzo, “Rim of the World” se empieza a desmoronar casi desde el principio, haciendo imposible rescatar una trama tan absurda y, por momentos, demasiado repetitiva.

Con el comienzo del verano, muchos niñitos yanquis pasaran las próximas semanas en el Campamento en el Fin del Mundo (en realidad, es California). Entre ellos, Alex (Jack Gore), un tímido y solitario geek que no tiene mucho contacto social; ZhenZhen (Miya Cech), jovencita que viene escapando de China (¿?), y Dariush (Benjamin Flores Jr.), hijo de una familia adinerada que se pavonea como si fuera un rapero matón. Ninguno de los tres tiene tiempo de estrechar lazos cuando en medio de una excursión, y tras cruzarse con Gabriel (Alessio Scalzotto) -un chico local-, quedan abandonados en el medio del bosque.

¿Dónde se fueron todos? En apariencia, adultos y niños evacuaron repentinamente (muy repentinamente) la zona en medio de un ataque extraterrestre que dejó todos los aparatos electrónicos inutilizados tras un EMP (pulso electromagnético). Los cuatro logran volver al campamento y ahí descubren las verdaderas ramificaciones de esta invasión, y pronto se ven cara a cara con los violentos bichos del espacio exterior. También con la cápsula espacial de la mayor  Collins (Lynn Collins), la cual cae en medio de este fin del mundo con la clave para detener a estos violentos conquistadores.

Sin nadie más que la pueda ayudar, la astronauta caída del cielo les confía esta delicada misión a los cuatro jovencitos que, ahora, van a tener que recorrer media ciudad para llegar al centro de control que puede revertir este feroz ataque. Una tarea casi imposible para un grupo de adolescentes de 13 años que apenas saben andar en bicicleta, pero que encontraran la manera de unir fuerzas, dejar todos sus miedos de lado y atravesar una bocha de kilómetros sin la mínima ayuda de un adulto o aparato electrónico.

Niños en bicicleta. Esto ya se ha visto

Acá es donde la poca coherencia que tenía la historia se va al tacho porque no hay manera de suspender nuestra incredulidad a semejantes niveles. Ni hablar de la acumulación de clichés, diálogos insoportables o larguísimas escenas donde los niñes deben esquivar extraterrestres, explosiones de ambos bandos y saqueadores que ni tardan en aparecer, sin sufrir daño alguno. La rapidez con la que se desarrollan los hechos es inversamente proporcional al tiempo que llevaría semejante movilización, porque para cuando nos damos cuenta las ciudades ya están desiertas, los militares en pie de guerra y nuestros protagonistas atravesando kilómetros y kilómetros casi a pie en medio del caos.    

Podríamos dejar pasar los efectos de bajo presupuesto, los arquetipos que el guión de Stentz -responsable de “Thor” (2011) y “X-Men: Primera Generación” (2011), entre otras cosas- va acumulando, pero el alma de este tipo de historias son los jovencitos que hacen banda para salvar al mundo, y ninguno nos termina conmoviendo ni cayendo simpático. Por algún motivo, ninguno de ellos tiene una vida medianamente normal, lo que transforma a “Campamento en el Fin del Mundo” en un relato demasiado forzado y rebuscado, casi al borde de la sátira, sin serlo. Nadie cree que esta sea la intención de McG, un director acostumbrado a la espectacularidad sin mucho contenido (“Los Ángeles de Charlie”, “Terminator – La Salvación”) que, en este caso, le huye a las dos.

“Rim of the World” quiere colgarse de todas esas historias harto conocidas y sumar un poco de irreverencia desde su lado, pero cuando los protagonistas son nenes de 13 años, cierto humor no funciona porque va de la mano de la verosimilitud de lo que pueden, o no, hacer estos adolescentes más allá de la fantasía o la obra de ficción. Hay parámetros que deben respetarse para que el todo funcione mínimamente, algo que nunca llega a ocurrir en este caso, tan exacerbado (y fallido) desde cada uno de sus componentes.