Entre todas las buenas historias de terror que nos llegan año tras año -por ejemplo, 2018 nos dejó “Un Lugar en Silencio”, “El Legado del Diablo”, “Halloween”-, siempre se cuelan películas tan genéricas como sus títulos engalanados con “Posesiones” y “Exorcismos” que, a pesar de cierto éxito local (acá funcionan muy bien todos los relatos de horror), no aportan nada desde los narrativo o visual a un género que ya demostró que es muchísimo más que sustos y fantasmas en las manos adecuadas.
Para simplificar un poco las cosas (y tornarlas más evidentes), “The Possession of Hannah Grace” nos llega con el mote de “Cadáver”, primera incursión hollywoodense del realizador holandés Diederik Van Rooijen, quien trata de asimilar cierto estilo visual europeo con las narrativas norteamericanas, dando como resultado una historia que ya hemos visto demasiadas veces.
El depósito de cadáveres, la difunta que no está tan difunta… en seguida nos recuerda a “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016), una historia mucho más interesante desde su concepción y sus climas. En cambio, “Cadáver” termina cayendo en los típicos ‘jump scares’ y lugares comunes del terror, sin dar demasiadas explicaciones sobre la “posesión” de Hannah Grace.
La historia se concentra en Megan Reed (Shay Mitchell), ex oficial de policía que, tras un incidente con su compañero de patrulla, se aparta de la fuerza debido a sus problemas con las drogas y el alcohol. Ahora, en pleno proceso de recuperación, la chica emprende un nuevo trabajo como recepcionista de cadáveres en la morgue de un hospital de Boston. Es durante el turno nocturno y una tarea bastante solitaria, pero un ejercicio que le viene muy bien para empezar a reconstruir su vida y sus relaciones.
El trabajo de Megan consiste en recibir los cuerpos, sacarles fotos, tomar sus huellas y archivar todo para que el forense se haga cargo al día siguiente. La primera semana viene bastante tranquila, hasta que una noche llega el cadáver de Hannah Grace, una víctima maltrecha que no puede ser identificada fácilmente.
Los instrumentos fallan, el ambiente se pone más turbio y comienzan los ruidos extraños y las sombras por los rincones. El espíritu detectivesco de Reed la obliga a investigar un poquito más sobre esta NN, pero sus propios fantasmas internos y la oscuridad de los excesos amenaza con convertir sus “alucinaciones” en algo más real.
En un punto, todo se trata de si Megan se imagina cosas o estas están ocurriendo de verdad, pero “Cadáver” no deja mucho lugar a la imaginación ni las ambigüedades, y queda claro desde el principio que la muerta, tal vez, no lo está tanto. Pronto sabemos que Hannah Grace murió tres meses antes durante un exorcismo que, obviamente, no salió muy bien que digamos. Ahora, el cadáver se comporta de formas extrañas y parece ir curando sus “heridas” con el correr de las horas.
“Cadáver” es, básicamente, la odisea de Megan durante una larguísima noche donde las luces de la morgue se prenden y apagan, ocurren sucesos inexplicables y alguien trata desesperadamente de deshacerse de este cuerpo que parece ser el responsable de todo lo malo. No hay mucho más para analizar porque la misma historia no indaga demasiado, solo se remite a la “supervivencia” de la protagonista que debe enfrentar sus propios demonios y, al parecer, los ajenos.
Diederik Van Rooijen trata de crear un clima claustrofóbico y terrorífico, de entrada, a través de esta morgue muy de “película de terror” (je) y bastante alejada de lo que uno tiene en mente cuando piensa en un hospital. La fría y futurista estructura del Boston City Hall -que acá se hace pasar por el Boston Metropolitan Hospital- le viene como anillo al dedo, pero el recurso se siente forzado, casi desde ese primer momento en que Reed traspasa sus puertas.
El guión de Brian Sieve es sobre explicativo cuando se trata de cuestiones mundanas que, sabemos, van a tener “relevancia” en la historia (ejemplo, cómo funcionan las puertas), pero poco y nada le dedica a la trama de terror y a meternos en la piel de la pobre Hannah y su huésped indeseado.
“Cadáver” es una historia chiquita que podría aprovechar su atmósfera lúgubre y de suspenso, además del drama personal de su protagonista, para meter algunos puntos a favor. En cambio, arranca con un exorcismo violento de esos que venimos viendo desde que Regan se enfrentó al padre Karras en 1973, suma todos los clichés de ‘cuerpos poseídos’ -¿siempre son minitas lindas y propensas, nunca muchachos que caen bajo la influencia del demonio?-, y se queda en el camino con un relato que ni llega a asustar lo suficiente.
En realidad, no hay un argumento muy basto para desarrollar, ni personajes más allá de Reed; de ahí los grandes problemas narrativos de la película que cree que puede triunfar sólo a través de sus climas predecibles y un cadáver que se contorsiona. Rooijen sabe crear la atmósfera necesaria con su cámara, pero se queda estancado en planos elaborados y juegos de luces y sombras, olvidándose de que nos tiene que contar una historia que nos atrape. Todo bien con la pobre Megan y con Hannah, pero esto ya lo hemos visto señoras y señores.
LO MEJOR:
– Logra crear la atmósfera ideal, pero ahí se nos queda.
– Intenta mezclar demonios personales con entidades más tangibles.
LO PEOR:
– Nos escapa de los lugares comunes y los sustos de manual.
– Es tan obvia que asusta. Oh, wait a minute.