ANÁLISIS: Blade Runner 2049 (Denis Villeneueve)

En tiempos de reboots, remakes y ‘rebootcuelas’ (Jurassic World, Star Wars: The Force Awakens), Hampton Fancher y Michael Greene plantean una secuela directa que complementa los eventos de Blade Runner y convive con ella sin dificultad. El futuro cyberpunk que Scott imaginó para el 2019 está, en 2017, muy lejos de suceder, por lo que Villenueve y el brillante director de fotografía Roger Deakins se permiten mantener gran parte de los elementos icónicos de aquella Los Angeles sin que nada se sienta fuera de lugar. 

La influencia oriental, el neon, las enormes estructuras, el contraste entre un mundo oscuro y el brillo de las marquesinas, la lluvia que azota constantemente… todo está presente. Asimismo, recursos visuales como el reflejo del agua en los techos y paredes de las oficinas corporativas (antes de Tyrell, ahora de Wallace), crean una coherencia y continuidad fundamental.

Blade Runner 2049 es una verdadera obra de arte con un lenguaje visual único, digna de ver en la pantalla más grande posible, porque es una película que merece ser absorbida. De hecho, descansa tanto en la imagen que las composiciones de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer apelan, más allá de algunas melodías jazzeras electrónicas, a la clásica vibración de graves y bocinas a-la-Inception para crear atmósfera. Cada plano está pensado y cada toma esconde un elemento que espera latente ser encontrado en alguna de las (muchas) próximas pasadas.

Decidí comenzar hablando de los sobresalientes aspectos técnicos porque los comunicados de prensa nos pidieron que no incluyéramos detalles de la trama y seamos cuidadosos en el análisis –aún cuando habiendo visto la película puedo decir que los trailers revelan varias de las sorpresas que esperan durante sus 163 minutos de duración–. Vamos a respetar ese pedido no tanto por el pedido en sí, sino porque parte del impacto de Blade Runner 2049 radica en la manera en la que desarrolla la historia, expone sus misterios y plantea su temática existencialista.

Como su título lo indica, nos encontramos 30 años después de los eventos de la película original. Los viejos replicantes Nexus han sido reemplazados por nuevos modelos y es tarea de los Blade Runner perseguir a los androides rebeldes intentando sobrevivir más allá de su fecha de caducidad. 

Ryan Gosling es ‘K’, un Blade Runner que durante un aparente trabajo de rutina descubre lo que podría significar el comienzo de una guerra sin precedentes. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía con Deckard (Harrison Ford), queda claro de inmediato que ‘K’ es un replicante, por lo que gran parte de su tiempo en pantalla lo vemos lidiando con las necesidades propias de estos androides que, como promete el slogan de la empresa que los fabrica, son ‘más humanos que los humanos’.

Y es esa la temática filosófica que retoma esta secuela. La búsqueda de humanidad. La pregunta de qué nos hace seres humanos. La existencia del alma y la necesidad de contacto, de cariño, de amor. Blade Runner 2049 profundiza donde Blade Runner insinuaba, y eso la vuelve una experiencia más completa. 

Gosling es perfecto para el papel, escondiendo detrás de la inmutabilidad que le vimos en ‘Drive’ (2011) un anhelo constante. Una falta. Un vacío. Es un cascarón que encuentra su otra mitad en el personaje interpretado por Ana de Armas, de quien Villeneuve obtiene una actuación genuina y emotiva.

Del otro lado del espectro están Jared Leto como el magnate, salvador y genio con complejo de Dios Niander Wallace. Leto siempre cumple, y a pesar de su corto tiempo en pantalla ofrece una interpretación inquietante y enigmática. Lo mismo corre para Sylvia Hoeks, el ‘ángel’ (así les llama el Dios Niander a sus replicantes) favorito del creador.

Harrison Ford también se destaca, con algo más complejo que el personaje de fanfiction que le escribieron para The Force Awakens. Este Deckard está muy lejos del que conocimos hace 35 años, denotando el gasto físico y emocional de manera impecable.

Sé que los párrafos anteriores no son muy reveladores. Pero es realmente difícil hablar de los eventos de la película sin robarle a los potenciales espectadores alguna de las sorpresas, que por más mínimas o insignificantes que parezcan en un primer momento son piezas fundamentales de un rompecabezas que se va armando lentamente (y pongo especial énfasis en el ritmo) y aún así no nos ofrece todas las respuestas. Es muy particular que esta película se estrene el mismo año que Ghost in the Shell, una historia que plantea interrogantes similares pero que reemplaza la introspección con balas. En Blade Runner los segmentos de acción son limitados pero crudos, sin coreografías elaboradas ni movimientos con mucha gracia. Ambas producciones representan la antítesis de cómo plantear la misma temática.

Habiendo destacado el magnífico trabajo de guión que conecta la historia de K con la película original y convierte ambas producciones en un único producto que se retroalimenta, les recomiendo que vean Blade Runner antes de ir al cine, para poder apreciar los pequeños detalles de la dirección, la escenografía y la continuidad a la que me refería más arriba.

Igual de importante es ver los tres cortos lanzados antes del estreno: ‘Blade Runner Black Out 2022’, dirigido por Shinichiro Watanabe y al que más se hace referencia en la película; y ‘2036: Nexus Dawn’ y ‘2048: Nowhere to run’, ambos dirigidos por Luke Scott, que ofrecen un pequeño vistazo a las vidas de Niander Wallace y Sapper Morton (Dave Batista). Todos se encuentran subtitulados en YouTube.


Blade Runner 2049 es una película hermosa en lo visual y profunda en contenido. Si vieron Blade Runner y les gustó me animo a decir que no hay chance que no disfruten esta superior secuela, pero vayan preparados para un tipo de cine poco comercial que se toma su tiempo para desatar los nudos existencialistas que propone. Es tiempo bien invertido, sin embargo, porque al fin y al cabo parte de lo que nos hace humanos es la capacidad de apreciar obras de arte como esta.

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