ANÁLISIS | Barry S02E01: The Show Must Go On, Probably?

“Barry” fue una de las grandes sorpresas televisivas de 2018, un acierto creado por Alec Berg y Bill Hader que combina la comedia más negra con el drama y los traumas más profundos que atraviesa el ser humano. Esto no significa que el humor ayuda a los protagonistas a superar sus peores momentos, sino que ambos tratamientos van por caminos diferentes y chocan constantemente para lograr las situaciones más absurdas. Entre toda la sangre, la violencia y las exageraciones, tenemos a un personaje que eligió un estilo de vida muy particular, y más allá de las heridas (psicológicas) de la guerra, disfruta hacer lo que hace: ser asesino a sueldo y actor en desarrollo.

Esta es la premisa que nos dejó la primera temporada de la comedia de HBO: un matón cansado de ganarse el pan asesinando para su amigo/jefe Monroe Fuches (Stephen Root), quien encontró en las tablas, y los cursos de actuación de Gene Cousineau (Henry Winkler), su nueva vocación. El problema principal es cuando estos dos mundos colisionan, y es ahí donde sale a relucir su lado más oscuro.

Durante la primera entrega aprendimos a empatizar con Barry Berkman (Hader), veterano de guerra que puso sus habilidades al servicio de otros matones, muchas veces acorralado por sus propias decisiones. Tuvo sus momentos de duda y sus pequeños remordimientos, pero al final mostró un poquito la hilacha, dejándonos entrever la frialdad que empuja muchos de sus actos. Perdón, tal vez no sea frialdad, sino su propio egoísmo, ya que varias de esas acciones más extremas están ligadas a no desbalancear el statu quo que alcanzó en su vida.

Al final de la primera temporada parecía que lo había logrado: cortó los lazos con su “jefe”, se libró de una masacre gracias a NoHo Hank (Anthony Carrigan), consiguió a la chica de sus sueños –Sally Reed (Sarah Goldberg)-, y la admiración de su nuevo maestro. La única que se interpuso en su camino fue la detective Janice Moss (Paula Newsome), un asesinato desproporcionado que desencadena nuevos conflictos.

“The Show Must Go On, Probably?”, dirigido por Hiro Murai -habitué de esta serie y de otras cosas como “Atlanta”-, arranca con un Gene destrozado por la desaparición de su enamorada, un Barry demasiado concentrado en el próximo estreno, Fuches haciendo de las suyas con un nuevo asesino a su cargo, y un Hank que parece haber encontrado el negocio redondo al hacer yunta con sus enemigos, los bolivianos. Pero “Barry” es como un bumerang donde todo vuelve, y la armonía no puede sostenerse porque se construyó en base a mentiras y actos despiadados.      

La policía de Los Ángeles parece la más torpe del mundo, pero casi azarosamente empieza a unir algunos cabos entre la desaparición de Moss, la mafia chechena -la supuesta responsable-, Fuches y, por descarte, el bueno de Barry que ocupa su tiempo entre el trabajo en una tienda y sus nuevas tareas autoasignadas como director del grupo de Cousineau, cuando este decide hacerse a un lado.

No hagan enojar a NoHo

Lo que empieza entre risas, violencia desmesurada y absurdo -una combinación que, aunque no queramos admitir, nos encanta-, pronto entra en el terreno de la realidad cuando a Berkman lo empujan a rememorar sus días en el campo de batalla y su primera baja, uno de esos tantos momentos “terrenales” que se lucen dentro del show, y gracias a la impronta de Hader. En la otra esquina, esta NoHo afrontando nuevas amenazas y volviendo a conectar con Barry, ahora, para salvar su propio pescuezo.

Esos personajes que nos resultan tan divertidos y cancheros, de repente comienzan a mostrar una cara tan oscura como verdadera, obligándonos a replantearnos nuestras lealtades con cada uno de ellos. ¿Se acuerdan de Walter White? ¿Se acuerdan cuando dejó de ser copado y amenazaba con matar niñitos? “Barry” tranquilamente podría ir por ese camino, pero lo hace desde otro lado, equilibrando las atrocidades (y marcando bien los límites, acá la mayoría son todos malos) con el humor particular de sus creadores, y el drama en su medida justa. Es oscura, visual y narrativamente, pero encuentra sus momentos de luz cuando la historia más necesita volver a sus cauces.  

Un gran comienzo que no pone el foco 100% en el protagonista, pero deja bien en claro que esta entrega es un toquecito más negra.