ANÁLISIS | BABY S01E01: Superpoteri

Mientras Netflix se despide de sus series superheroicas (¿too soon para Daredevil?), le sigue apostando a las producciones originales europeas que, suponemos, le suman más suscriptores locales. “Baby” es el tercer producto que nos llega de Italia -después de “Subburra” y “Juventus FC”-, un drama adolescente que causó bastante controversia en su país por “glorificar la prostitución infantil”.

Para esta primera temporada de seis episodios, los creadores Antonio Le Fosse, Giacomo Mazzariol y Marco Raspanti tomaron como base el caso real de Baby Squillo, un escándalo que revolucionó la ciudad de Roma en 2013, donde se vieron involucrados una parva de empresarios, policías y políticos.

La trama “criminal” puede ser mucho más interesante, pero “Baby” arranca como un melodrama estudiantil donde un grupo de jovencites de buena familia, trata de encontrar su propia identidad, haciendo lo que quieren sin supervisión de los adultos. Todo se concentra en el barrio italiano de Parioli (Roma) y una escuela súper cheta que, al parecer, no sabe poner ningún límite.  

Chiara, estudiante y atleta, atraviesa su adolescencia junto a su grupo de amigos, pero pronto va a encontrar en Ludovica -la rebelde de la escuela- una nueva aliada, un espíritu libre que le muestra la otra cara de su monótona vida. Ambas vienen de familias quebradas (padres ausentes, madres despreocupadas o tan chiquilinas como sus hijas) y parecen tener vía libre para celebrar su independencia.

El despertar sexual también juega un papel importante, y mientras Chiara se encuentra a escondidas con Nico (hermano de su mejor amiga), empieza a simpatizar con Damiano, el chico malo y nuevo de la clase, hijo de un embajador que acaba de mudarse con su padre tras la muerte de mamá.

Como ya dijimos, todo un melodrama que abarca todas las posibilidades, siempre dentro de la clase alta donde estos nenes malcriados parrandean y acceden a cualquier sustancia, no muy diferente a la imagen que nos devuelve la TV y el cine yanqui.

Baby” es una serie muy 2018, donde las redes sociales están súper presentes (habría que ir buscando otro recurso en la pantalla, ¿no?), la imagen pública dentro del microcosmos escolar y más allá lo es todo -para bien o para mal-, las canciones electrónicas te taladran la cabeza y la coyuntura feminista está presente, aunque todo bajo un manto de banalidad opacado por el comportamiento tan adolescente de los protagonistas, arquetipos explotados hasta el cansancio.

El guionista de la serie jura que ‘es una historia de amor, no de prostitución’

En “Superpoteri” (Superpoderes) no hay mucho más, además de la presentación de los personajes y sus escasas disyuntivas; recién en el final se empieza a vislumbrar de qué va la cosa, y nos encontramos ante una serie muy diferente, aunque no por ello, mejor. No hay nada de atractivo en estos primeros 45 minutos, ni trama ni personajes, tal vez porque ya no estamos en la onda para relacionarnos con estos quinceañeros cuyo mayor problema es salir bonito en una selfie(nos salió de adentro el abuelo Simpson).

Al final, se entiende que “Baby” quiere generar un misterio -lo que no se entiende es la constante musiquita tétrica que acompaña todo el episodio, como si se tratara de una peli de terror esperando por la aparición de un asesino serial-, pero acá no hay nada por descubrir. Sólo el día a día de un grupo de adolescentes que se rebelan contra… ¿contra qué?, si no hay nada que realmente los esté “reteniendo”. No querer ir al colegio no es rebeldía, escapar de la supervisión de papá y mamá no es rebeldía, drogarse o tener sexo a escondidas no es “rebeldía”, es un poco la norma y los clichés de este presente televisivo o, al menos, del presente de este conjunto de chicos ricos que van por la vida “transgrediendo las reglas”, aunque estás no estén tan impuestas.

Por ahora, no hay consecuencias y cuando las haya, puede ser, que arranque la tensión y el argumento.       

PUNTAJE: 4.0